"Retirada estratégica" es una locución ampliamente utilizada, tanto en el ámbito del arte militar (donde con toda seguridad nació) como en el de los negocios y en las relaciones humanas y sociales, sobre todo en el campo de la política. Su finalidad suele ser atenuar la gravedad o el peligro de una derrota, sufrida o inminente, calificando una retirada real -producto de un fracaso- como "estratégica", es decir, como si formase parte de un plan previsto a más largo plazo que permitirá recuperar las pérdidas y alcanzar la victoria final.
Aunque las retiradas estratégicas forman parte del arte de la guerra desde las más remotas batallas narradas en la historia bélica de la humanidad, un claro ejemplo reciente se dio en Irak, donde hace una década la rama local de Al Qaeda rehuyó sistemáticamente la lucha abierta contra las fuerzas iraquíes apoyadas por EE.UU., para reaparecer, años después, bajo la forma del Estado Islámico (EI), inspirado en ese "califato" que es hoy el enemigo más temido por las potencias occidentales, desde Moscú a Washington.
Pero el EI empieza a mostrar signos de decadencia. La amplitud del territorio que ocupa en el Medio Oriente se reduce paulatinamente bajo la presión militar ejercida por las fuerzas de EE.UU., Rusia, Turquía, Siria e Irak. También disminuye el flujo de voluntarios extranjeros que acuden a luchar bajo sus banderas: de los 2000 combatientes que mensualmente engrosaban sus filas hace dos años, en la actualidad apenas alcanzan el medio centenar.
¿Ha llegado el momento en que el EI necesite asumir otra retirada estratégica, para renacer en el futuro vestido con otros ropajes? Es lo más probable, pero según un reciente informe del International Center for the Study of Radicalitation (ICSR), establecido en el londinense King's College, se trataría de una retirada de naturaleza inédita hasta hoy en la historia de las guerras.
El EI no se retiraría a otros territorios, no huiría de las llanuras a las montañas o de las costas a los desiertos; no trasladaría sus recursos bélicos a países todavía no afectados por el terrorismo islámico; no se diseminaría entre la población para enmascararse y pasar desapercibido aplicando la táctica tradicional de la guerrilla.
Según el informe del ICSR, la retirada del EI y la desaparición del califato que le inspira vida tendrían lugar dentro del moderno mundo virtual de las comunicaciones: la supuesta estrategia de supervivencia del Estado Islámico le mantendría activo en Internet, en esas redes sociales de las que con tanta habilidad ha sabido servirse para crecer y desarrollarse.
El EI consideró desde el principio que el manejo de las redes sociales era un arma muy eficaz, que bien utilizada y orientada puede causar daños más contundentes que los más potentes explosivos. "La producción y la difusión de propaganda se consideran a veces más importantes que la yihad militar", dice el citado informe. Lo mismo se lee en un documento interno del EI, titulado en versión inglesa Media Operative, you are Mujahid, too, que puede traducirse como "Operando con los medios eres también un combatiente".
El objetivo de esa presumible retirada estratégica prevista por el EI es que la idea básica del califato subsista en las mentes de sus adeptos aunque el Estado material sobre el que se asienta sea aniquilado o desaparezca temporalmente.
Los ágiles y bien preparados órganos de propaganda mediática del EI están cambiando de estrategia informativa. De los vídeos, imágenes y mensajes que describían un utópico paraíso terrestre, están pasando ahora a mostrar acusados rasgos de nostalgia sobre los días felices de un califato que dejó de existir, a fin de preparar las mentes de sus seguidores para una posible derrota.
Una "retirada estratégica al mundo virtual" es un fenómeno nuevo en la historia bélica y abre nuevos caminos y perspectivas en el desarrollo de los conflictos cuyos efectos están todavía por ver. En el empleo de las redes sociales como instrumento de guerra el Estado Islámico ha ido por delante de sus enemigos; si todavía presenta peligro como un temible adversario esto no se debe a los avances tecnológicos del terrorismo o a su funcionamiento como un Estado cualquiera, sino a la originalidad y fuerza de captación mostradas mediante los modernos medios de comunicación social.
Es en ese nuevo teatro de operaciones donde habrá que continuar luchando incansablemente contra el poder expansivo del terrorismo islamista y los deletéreos efectos que produce en las democracias modernas.
Para evitar que el sueño ideal del califato persista a través de Internet y pueda reavivarse en cualquier momento no bastará con las torpes prohibiciones al estilo Trump ni las amenazas de una aplastante aniquilación militar. Es preciso ganar la batalla en las redes sociales, reafirmando la fuerza de la democracia y los derechos humanos, y rechazando las tendencias xenófobas que brotan en el seno de nuestras sociedades y que se exacerban con cada acto terrorista como el que ayer sufrió Londres.
Publicado en República de las ideas el 23 de marzo de 2017
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