En septiembre de 1964 tuve ocasión de presenciar el desfile conmemorativo de la independencia de México desde el balcón principal del Palacio Municipal de Ciudad Juárez, acompañando a las autoridades locales.
Asistí a esas ceremonias en representación de los militares españoles que durante 16 meses estuvimos destacados en la Escuela de Defensa Aérea del Ejército de EE.UU., radicada en Fort Bliss, El Paso (Texas), trabajando en lo que nos convertiría en la primera unidad de misiles antiaéreos de la Artillería española.
Para llegar a Ciudad Juárez desde El Paso bastaba cruzar el puente internacional sobre el río que separa ambas ciudades y que constituye la frontera entre México y EE.UU. hasta su desembocadura. Su nombre depende de la perspectiva adoptada: visto desde EE.UU. es conocido como Río Grande del Sur pero los mexicanos lo llaman Río Bravo del Norte.
En el puente internacional de El Paso una línea identificaba la frontera, situada sobre el centro del canal que marca el eje del río. Para los residentes a ambos lados de la frontera en aquellos tiempos el tránsito era fluido, como pude comprobar en las frecuentes escapadas que hacíamos los españoles de Ft. Bliss para ir a comer al restaurante "Madrid" de Ciudad Juárez y olvidar por un rato los menús de la base militar.
Por lo que era fácil observar, la mano de obra mexicana cruzaba de sur a norte y los ociosos turistas o viajeros estadounidenses lo hacían en sentido contrario. Apenas había trámites en esa frontera; los mexicanos debían atender a un aviso exhibido en la pared: "Favor de llevar la MICA en la mano". Saber que MICA es la Mexican Identification Card resolvía la perplejidad del forastero que lo leía por primera vez.
Poco podía yo imaginar que años después las circunstancias evolucionarían hasta el punto de convertir a Ciudad Juárez en una de las ciudades más peligrosas de México. Pero esto no es el objeto de este comentario. La irrupción de Trump en la política de EE.UU., con su lema Make America Great! y su obsesión por erigir un muro que la aísle de México está produciendo una curiosa paradoja: el resultado es que, de hecho, se va a reducir el territorio soberano de EE.UU. a la orilla del Río Grande.
Para que el muro se adaptara exactamente a la línea fronteriza, todo a lo largo de Texas debería estar construido sobre el centro del río. Esto es técnicamente imposible porque, aunque el Río Grande es poco caudaloso, experimenta crecidas que arrasarían la obra o incluso cambiarían el cauce. Y si se edifica cerca de la orilla, los efectos de las sucesivas avenidas irían socavando sus cimientos.
Por tanto, las secciones del muro ya construidas se hallan en territorio estadounidense, lejos de la orilla del río y algo elevadas sobre la zona de aluvión. En definitiva, la construcción del muro ha abandonado a México el espacio que se extiende entre el centro del río y el muro. Desde ese punto de vista, es innegable que Trump ha hecho America smaller, aunque México no ocupe la zona renunciada.
Estas son las paradojas de las políticas adoptadas para satisfacer un objetivo perentorio sin valorar en su justa medida todos los posibles resultados. ¡Ya encontrará Trump el modo de salvar su imagen pública por tan anómalo desliz, que es lo que más le preocupa!
Publicado en República de las ideas el 28 de marzo de 2019
Comentar