A pesar de ser una de las principales preocupaciones del presidente de EEUU, es fácil advertir que una sensación de impotencia y fracaso sobre el desarrollo de la guerra en Afganistán empieza a dominar en el Pentágono y la Casa Blanca. Ésta ha anunciado para diciembre próximo una reunión a alto nivel, a fin de revisar la estrategia a seguir y concretar fechas, plazos y compromisos, a la vista de la situación real, bastante distinta de lo que se preveía hace seis meses, cuando Obama ordenó la intensificación del esfuerzo militar.
En unas declaraciones al International Herald Tribune, el comandante en jefe de las fuerzas de EEUU en Afganistán, general McChrystal, ha anunciado que las operaciones preparadas contra los talibanes en la zona de Kandahar (la segunda fase de un amplio plan concebido para aniquilar la presencia talibana en el SE del país) "se ejecutarán más despacio de lo que inicialmente se había previsto", lo que confirma las vacilaciones que aquejan a la dirección político-militar de la guerra.
Lo que se advierte claramente es que, sea cual sea la estrategia adoptada, en el fondo de ella subyacen serias dudas, al no saber bien qué es lo que se puede hacer para dar fin a la guerra y ante la necesidad de satisfacer a todas las partes implicadas y que ejercen gran influencia sobre la toma de decisiones. De entre ellas tiene especial peso la opinión pública estadounidense, pero no hay que olvidar ni al Gobierno de Kabul ni al pueblo afgano.
Sobre éste se intensifica ahora la presión de los talibanes en forma de atentados suicidas, como el que en mayo atacó en el mismo Kabul a un convoy de las fuerzas aliadas, produciendo la muerte de doce civiles afganos y seis soldados de las tropas de ocupación, además de medio centenar de heridos entre la población. Como analiza el director del diario local Sarnawisht, los talibanes persiguen dos objetivos con este tipo de atentados. En primer lugar, y sobre todo, hostigar y debilitar a las tropas ocupantes. Pero también desean transmitir a la población la sensación de que está en peligro porque las tropas aliadas la utilizan deliberadamente como escudo. Con esta táctica intentan propagar la idea de que son las fuerzas de ocupación las responsables de las bajas civiles, y no los insurgentes talibanes, en una evidente operación de guerra psicológica.
El citado periodista lo expresa así: "La principal razón por la que el pueblo detesta a los ocupantes es el número de bajas civiles producidas por los ataques suicidas, los explosivos improvisados en las carreteras y los bombardeos". Y aconseja: "Si los extranjeros desean apaciguar ese odio, deben evitar las bajas civiles, abandonar las ciudades y dejar de patrullar por las zonas más populosas".
Los talibanes, por su parte, no cejan en su empeño. Uno de sus portavoces, tras mostrar su pesar por la muerte de personas inocentes en esas acciones, recordaba que ellos insisten en que el pueblo no frecuente los lugares donde se hallan los ocupantes: "Nos hemos alzado en armas para proteger a nuestro país, nuestra religión y nuestro pueblo: ¿cómo vamos a querer matarles? Nuestro objetivo son los extranjeros y les atacaremos allí donde se encuentren". Y planteaba una cuestión de cierto calado: "Si atacamos a los extranjeros en el campo, ellos bombardean los pueblos y matan personas inocentes. Si les atacamos en las ciudades, se esconden entre la población. Así que el pueblo tendrá que decidir quién los utiliza como escudos humanos y quién los mata".
Esta argumentación ha llegado a calar incluso entre los parlamentarios afganos, que discuten sobre las ventajas e inconvenientes de las patrullas militares en las zonas pobladas. La discusión incide también en la diferencia entre los convoyes de ISAF, que transportan asesores a los lugares del trabajo diario de reconstrucción, y los de las tropas de combate, que organizan operaciones ofensivas contra los núcleos talibanes.
Las guerras no solo se ganan con armas más eficaces, mayores y mejores ejércitos, y tácticas y estrategias más adecuadas. Llevan también consigo un importante componente psicológico que, en el caso concreto aquí comentado, tiene importancia capital. Por mucho esfuerzo que el ejército ocupante dedique a "ganar los corazones y las mentes" del pueblo al que pretende ayudar, siempre estará en inferioridad de condiciones ante los insurgentes locales que entienden mejor a sus compatriotas y explotan con facilidad la sensación humillante de sentirse invadidos y controlados por ejércitos extranjeros. Los victoriosos soldados napoleónicos lo aprendieron en España, y aquellos guerrilleros nativos empalaban a los soldados de unos ejércitos que pretendían traer a España la libertad y el progreso, del mismo modo que los talibanes colocan bombas contra los que intentan exportarles la democracia. Difícil cuestión la que tiene que resolver Obama.
Publicado en CEIPAZ el 21 de junio de 2010
Comentarios
Es que la paz a hostias sabe muy mal...
Escrito por: jesus cutillas.2010/06/23 14:11:43.349000 GMT+2