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2014/02/21 08:24:52.814158 GMT+1

La Gran Guerra: cañones y poesía

Es bien conocido el hecho de que la Primera Guerra Mundial, el centenario de cuyo estallido se conmemora este año, no afectó a España tanto como a los países en ella implicados. Aunque durante los cuatro años largos que duró se produjeron en nuestro país graves acontecimientos políticos y sociales, el recuerdo que dejó en el pueblo español fue de muy corto vuelo.

Vicens Vives anota que, durante la guerra, la neutralidad española produjo "una cascada de oro" que benefició a la agricultura y la industria, alivió la deuda nacional y dejó un "remanente notable en las arcas de los bancos y los particulares". El siguiente decenio fue, según el historiador gerundense, "la época dorada del capitalismo peninsular". Digamos también que unos capitalistas se enriquecieron sin límite mientras aumentaban las diferencias entre ricos y pobres, que pronto estallarían en graves movimientos sociales.

Durante los años que viví en Bélgica no me pasó desapercibida la fidelidad con la que el pueblo celebraba anualmente el llamado "Día del Armisticio", cuando el 11 de noviembre a las 11:11 horas se guardaba un minuto de silencio en recuerdo de los que murieron durante la Gran Guerra. Se conmemoraba la firma del armisticio que la puso fin, en un vagón de ferrocarril en las cercanías de París.

Costumbre similar existe en muchos de los países triunfadores en aquella contienda, desde Australia a Canadá, y es también habitual exhibir una amapola de papel en la solapa, como recuerdo de las flores que crecían en aquellos campos de batalla, martirizados por las explosiones de la artillería, y cuyo color simboliza la sangre derramada.

Esta costumbre hunde sus raíces en la poesía. Un oficial médico de la Fuerza Expedicionaria canadiense, sentado en una ambulancia tras haber atendido a las víctimas de unos sangrientos días de combate en torno a Ypres, en mayo de 1915, escribió un poema titulado In Flanders Fields (En los campos de Flandes), que en traducción propia, sin intención poética alguna, se leería así:

En los campos de Flandes crecen las amapolas,
entre las cruces, fila tras fila,
que señalan nuestros sitios.
Y en el cielo vuelan las alondras,
cantando todavía gallardamente,
apenas oídas entre el cañoneo de abajo.

Somos los Muertos.
Hace pocos días vivíamos, sentíamos el amanecer,
veíamos el resplandor del crepúsculo,
amábamos y éramos amados;
y ahora yacemos en los campos de Flandes.

Continuad nuestra lucha contra el enemigo;
tomad la antorcha que os arrojan nuestras manos agotadas;
¡mantenedla en alto!
Si faltáis a la fe de los que morimos,
jamás descansaremos,
aunque florezcan las amapolas en los campos de Flandes.
(John M. McCrae, 1915).

Así es que en gran parte del mundo, aunque otros sangrientos conflictos la hayan sucedido a lo largo de la Historia, la llamada Gran Guerra sigue ocupando un lugar destacado en el recuerdo de los pueblos, de lo que España es una excepción.

No obstante, teniendo en cuenta que la artillería desempeñó un papel destacado durante toda la lucha, no debería extrañar lo que voy a comentar a continuación, ya que tras la guerra los ejércitos de muchos países se esforzaron por copiar lo que se había observado en los campos de batalla. En España esta guerra dejó huella, al menos entre los alumnos de la segoviana Academia de Artillería que a mediados de los años cincuenta del siglo pasado cursábamos estudios en ese veterano colegio militar, que este año cumplirá 250 años de existencia.

Y también dejó huella en los sufridos vecinos de la histórica ciudad, por cuyas estrechas y empedradas callejuelas, entre el viejo convento de San Francisco, sede de la Academia, y el Polígono de Baterías, situado en las afueras, resonaba a media tarde -la hora de la siesta- el estruendo de los cascos de los caballos, el fragor de los cuatro cañones de 75 mm y sus carros de munición, cuando los alumnos salíamos de prácticas con una batería hipomóvil, fabricada a principios del siglo, con la que remedábamos algunas actividades artilleras propias de la Primera Guerra Mundial.

La penuria sufrida por los ejércitos españoles al concluir la guerra civil se compensaba sacando provecho de lo poco que había. Así pues, manejando aquellos cañones que eran ya piezas de museo, los futuros oficiales de Artillería no podíamos dejar de pensar en aquella guerra que no habíamos conocido pero cuyas armas utilizábamos a falta de algo mejor, que pronto nos llegaría de manos de "los americanos". Pero esa es otra historia.

República de las ideas, 21 de febrero de 2014

Escrito por: alberto_piris.2014/02/21 08:24:52.814158 GMT+1
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