Una de las más difíciles operaciones políticas en cualquier Estado es la de abandonar un régimen dictatorial apoyado por las fuerzas armadas; sobre todo, cuando éstas no solo han ejercido de árbitro indiscutido durante muchos años sino que han penetrado profundamente en las estructuras del país, no solo políticas, sino también económicas, financieras e industriales, como sucede en Egipto. En tales circunstancias, el esfuerzo a realizar es ingente y requiere habilidad, paciencia y bastante astucia política para implantar una nueva constitución que instaure un régimen democrático para un pueblo que, desde el tiempo de los faraones, jamás ha conocido ni ejercido la democracia real.
Los generales que rigen hoy los destinos del pueblo egipcio fueron nombrados por el depuesto dictador y, durante los nueve meses de inestabilidad que lleva padeciendo el pueblo egipcio, es sentimiento muy extendido que, más que atender a los graves problemas económicos y sociales que aquejan al país en esta época de crisis, los miembros del Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas (CSFA) están sobre todo preocupados por consolidar su tradicional poder e influencia, y no perder la hegemónica posición social que ocuparon durante la dictadura.
La última oleada de protestas que ha vuelto a ensangrentar las calles de la capital cairota obedece a lo que muchos estiman premeditada lentitud de las reformas prometidas, renuencia a abandonar el poder y alarmantes señales de que el CSFA se reserva poderes casi dictatoriales sobre el futuro parlamento, ya que pretende erigirse en “protector” de la nueva constitución, según un documento cuyo texto se ha hecho público y en el que se establecen los límites entre los que pretende encerrar a la nueva democracia.
Entre éstos, llama la atención la exigencia de dejar fuera del control parlamentario los gastos militares. Sería exclusivamente el CSFA el que estudiase y discutiese los asuntos relacionado con los ejércitos, incluidos los detalles del presupuesto militar, cuyo importe se añadiría en forma global a los presupuestos del Estado para su tramitación parlamentaria; ocultarlos por completo hubiera parecido muy atrevido, incluso en una democracia mutilada y tutelada, que es lo que parece propugnar el CSFA.
Queda ahora claro que los altos mandos militares, cuando advirtieron que la represión violenta de las revueltas populares del pasado febrero mancharía de sangre sus manos, se deshicieron de Mubarak para no desprestigiarse. Pero no estaban dispuestos a perder privilegios ni a prescindir de las viejas corruptelas arraigadas bajo el escudo protector del mítico secreto militar. Así pues, intentan evitar el control político de la actividad de los ejércitos, incluyendo en el texto constitucional los elementos que, a modo de salvaguardia, protejan y prolonguen sus prerrogativas.
Es también motivo de las protestas populares el calendario propuesto por el CSFA para avanzar hacia la democracia. La impaciencia de los manifestantes muestra que están decididos a no esperar a finales del año próximo o principios del 2013 para aprobar la nueva constitución y elegir al nuevo presidente. Las voces más irritadas piden al mariscal Tantaui (presidente del CSFA) su inmediata dimisión y la entrega del poder a un gobierno provisional de naturaleza civil.
Las perspectivas son sombrías. Está previsto que el desarrollo de las elecciones parlamentarias comience el 28 de noviembre y dure varios meses. Si ya antes de la actual reactivación de las revueltas populares este proceso parecía peligroso por la dificultad de garantizar la seguridad generalizada durante tan largo plazo, la irritación ahora desatada, que la represión ha contribuido a agravar, lo hace aparecer prácticamente inviable.
Tras las algaradas, el mariscal Tantaui se dirigió a la población y, entre otras cosas, afirmó: “No tenemos la ambición de alzarnos hasta el trono del poder y no lo buscamos, pero ya sabíamos que la política implica distintos puntos de vista”. A pesar de sus alegaciones en pro de la democracia, no conviene pasar por alto esta otra frase: “Nosotros, en las fuerzas armadas -la escuela del patriotismo-, estamos acostumbrados a afrontar dificultades y estamos preparados para tener paciencia hasta alcanzar nuestro objetivo gracias a una adecuada planificación y a la voluntad de vencer”.
Es fácil percibir, comparando ambas citas, la conocida y habitual incertidumbre en la que ideológicamente se mueven los mandos militares que pretenden ejercer poderes políticos en un régimen que desean mostrar como democrático: su inherente sentido de la disciplina y del cumplimiento estricto de la misión chocan, muy a menudo, con la ambigua fluidez y con la necesidad de acuerdos y transacciones, imprescindibles para adoptar decisiones políticas en una verdadera democracia. No parece que Egipto vaya a ser una excepción a esta comprobada regla de la sociología militar.
Publicado en República de las ideas el 25 de noviembre de 2011
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