Se ha estimado que el magnate de los megacasinos, Sheldon Adelson, una de las personas más ricas de EE.UU. según Forbes, perdió 53 millones de dólares la noche del martes de la pasada semana. Es la cantidad que había invertido para apoyar al aspirante republicano a la Casa Blanca. Bien es verdad que esa cifra no representa mucho en una fortuna personal valorada en unos 25.000 millones de dólares y que espera seguir aumentando con la inestimable ayuda del Gobierno autónomo madrileño.
En paralelo con esa fallida inversión financiera, Adelson estará observando a estas horas el declinar de otra estrella política en la que tenía puestas muchas esperanzas, Benjamín Netanyahu, el primer ministro israelí, cuya inocultable afinidad hacia el candidato Mitt Romney le ha dejado en una posición delicada ante el nuevo Obama.
Mal apuntan las cosas en Israel estos días. Además del recrudecimiento de las tensiones en Gaza, la latente crisis con el nuevo Gobierno egipcio, las crudas amenazas proferidas contra el Presidente de la Autoridad Palestina, si sigue avanzando hacia la integración en la ONU, y el temor a que una inédita versión de la “primavera árabe” sacuda a la oprimida población palestina, hay que sumar la nueva orientación de la estrategia de EE.UU., que está trasladando su foco desde Oriente Próximo al Lejano Oriente y al Pacífico. Se ha anunciado que el primer viaje al extranjero de Obama le llevará a Birmania, Camboya y Tailandia, subrayando significativamente la nueva política de EE.UU.
Ciertamente, Obama no podrá olvidar a Israel y a su actual Gobierno, porque las relaciones entre ambos países influyen en toda la política de EE.UU., incluyendo las campañas electorales locales, dado el poder de los grupos de presión proisraelíes y su enorme influencia en cuestiones que nada tienen que ver con la política exterior de la Casa Blanca. Pero, aún así, el equilibrio de la balanza EE.UU.-Israel ha empezado a modificarse de modo ostensible.
El fracaso de la nueva derecha estadounidense abanderada por Mitt Romney no solo ha mostrado su aislamiento respecto a una mitad de la población estadounidense, sino que también revela su falta de sintonía con el pensamiento de una notable mayoría del judaísmo en EE.UU., que cada vez rechaza más la anómala situación del pueblo palestino y empieza a desentenderse de un Gobierno, el de Netanyahu, con el que comprueba que crecen las dificultades para la solución de este grave problema mediante la fórmula de la biestatalidad.
Esta paulatina divergencia entre Tel Aviv y Washington puede conducir a nuevos conflictos que en Israel empiezan a preocupar a los sectores menos fanatizados. Estos perciben que la tenaz oposición de Netanyahu a regularizar la situación del pueblo palestino produce un efecto negativo sobre los intereses de EE.UU. en esta zona y obstaculiza su entendimiento con las sociedades que están emergiendo de la llamada “primavera árabe”.
No menos grave es el modo como Israel persista en avanzar en su obstinado deseo de intervenir militarmente en Irán, lo que llevaría a Obama a tener que desdecirse muy pronto de las significativas palabras que pronunció en su discurso de Chicago: “un decenio de guerra está ahora llegando al final”. Un enfrentamiento sobre esta crítica cuestión entre Israel y EE.UU. es algo que se teme en la Casa Blanca, ya que la política de Netanyahu deja muy poco margen de maniobra a Obama.
Ha venido a complicar más las cosas la publicación de un documento del ministerio israelí de Asuntos Exteriores donde se sugiere derribar al presidente de la Autoridad Palestina, Mahmud Abbas, si se aprueba en Naciones Unidas la solicitud para ingresar como “Estado observador no miembro”, que va someterse a consideración de la Asamblea General el próximo día 29. El ministro, Avigdor Lieberman, no ha aprobado oficialmente lo que el documento expone, pero en la televisión nacional afirmó que “se aseguraría de que la Autoridad Palestina fuese destruida si su petición unilateral a la ONU es aceptada”, según informa la BBC. En alguna ocasión anterior declaró que el presidente Abbas es “el obstáculo que hay que eliminar”. El mismo documento indica que la solicitud palestina en Naciones Unidas sería “cruzar una línea roja que exigirá de Israel la más dura respuesta”.
Es difícil creer que la Secretaría de Estado de Obama, encabezada por la hasta ahora muy eficaz Sra. Clinton, pueda aceptar tales planteamientos, que anuncian nuevos enfrentamientos diplomáticos entre ambos países, con el temible telón de fondo de una aventura militar israelí contra Irán, que podría traer ahora consecuencias mucho más graves que la operación que en junio de 1981 destruyó el reactor iraquí de Osirak, durante la guerra entre Irán e Irak, fomentada y armada por EE.UU. y sus principales aliados. Las consecuencias de tal operación pueden resultar, a la larga, más peligrosas para toda la humanidad que la posesión iraní de algunas armas nucleares.
República de las ideas, 16 de noviembre de3 2012
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