El próximo 30 de abril el pueblo de Irak deberá participar en las primeras elecciones generales de los últimos cuatro años. Candidatos chiíes, suníes y kurdos competirán por los 328 escaños del Parlamento. Sin embargo, aquel Irak a cuyo pueblo George W. Bush (con Blair y Aznar oficiando de acólitos) prometió un idílico futuro, desbordando democracia y buenas maneras políticas, se deshace hoy bajo el estampido de las bombas y se desgarra en ríos de sangre. Solo durante 2014 han muerto casi 3.000 iraquíes en actos de violencia; en el mes de abril se han producido ya más de 500 víctimas mortales. Los atentados con coches bomba se multiplican -hubo ocho el 9 de abril- y en la misma capital varios edificios oficiales han sufrido agresiones terroristas.
Irak se desintegra por sus cuatro costados; al norte, en la zona de Mosul, los terroristas vinculados a Al Qaeda han echado raíces y los kurdos, por su parte, mantienen una independencia de hecho, mediante la que aspiran a alcanzar el Estado que les prometieron las potencias vencedoras en la Primera Guerra Mundial y que la entonces renovada Turquía contribuyó a ahogar antes de nacer. Al sur, en los ricos territorios petrolíferos en torno a Basora, las milicias chiíes, apoyadas a distancia por Teherán, actúan de espaldas al Gobierno, como si éste fuera inexistente. También la violencia entre las fuerzas de seguridad iraquíes y los insurgentes afines a Al Qaeda se ha extendido por la provincia occidental de Anbar, feudo de los suníes, donde casi 400.000 personas han tenido que huir de sus hogares; y para rematar el caos generalizado, en las provincias orientales de Diyala y Wasit aumentan los atentados terroristas y los subsiguientes actos de violenta represalia entre clanes hostiles.
¿Puede esto todavía sorprender a alguien? Quienes invadieron el país en 2003 por razones de intervencionismo "humanitario" (expulsar a aquel dictador que no tenía armas de destrucción masiva y liberar para siempre a sus oprimidos súbditos) sembraron lo que ahora se está cosechando. Esto fue explicado ya en 2004 por el profesor Tortosa (La guerra de Irak: un enfoque orwelliano, Univ. de Alicante) de modo premonitorio: "Si los EE.UU. pueden practicar la 'defensa preventiva' ¿por qué no van a poder hacerlo los demás? Que cada cual defina dónde puede estar la posible amenaza y que ataque incluso antes de que se materialice". Y generalizaba: "Si unos tienen el derecho de bombardear un país 'hasta devolverlo a la Edad de Piedra', como dijeron fuentes estadounidenses muy cualificadas en la 1ª Guerra del Golfo y se ha repetido en tragedia en la 2ª Guerra, sin ser capaces de producir una motivación creíble, ¿por qué los otros no van a poner un coche bomba?".
La diferencia que hemos asumido inconscientemente, bombardeados por unos medios de comunicación tendenciosos e implacables, es que unos bombardean (mejor dicho, bombardeamos) de un modo civilizado, con modernas tecnologías "quirúrgicas" (aunque de vez en cuando produzcan víctimas "colaterales") y de forma regular y sistemática, mientras que los coches bomba y los terroristas suicidas son unos instrumentos groseros y brutales, muy poco civilizados y de imprevisibles efectos. Pero así son las cosas y lo que entonces se sembró ahora está creciendo y multiplicándose ¿hasta dónde? ¿hasta cuándo?
Retornemos, pues, a la situación previa a las ya inminentes elecciones generales, tras un pasado inmediato de enfrentamientos internos entre milicias, escuadrones de la muerte, asesinatos gubernamentales y agentes encubiertos que luchan entre sí en la sombra, apoyando a chiíes o suníes, a uno u otro jefe de clan, y promoviendo, mientras tanto, sus propios intereses, no solo políticos.
Todo ello se desarrolla sobre un fondo de corrupción extendida en las cadenas de mando, tanto del ejército como de la policía. Ambas instituciones arrestan y detienen a personas que luego son liberadas previo pago de un sustancial rescate; se aceptan sobornos para poder atravesar sin complicaciones los puestos de control en ciudades y carreteras; se falsifican las plantillas de soldados o de funcionarios, añadiendo nombres inexistentes, para cobrar cantidades adicionales. En este ambiente corrompido se mueven a sus anchas esos delincuentes y terroristas que proliferan siempre que un Estado se debilita y muestra abiertamente su debilidad.
El pueblo parece tomarse la llamada electoral con filosofía y paciencia. No creen que su voto pueda modificar la situación actual. Los candidatos se promocionan como defensores de sus propios grupos, clanes, sectas o ramas religiosas, frente a la amenaza que supondría el poder en manos de los rivales. Proliferan las amenazas: a los suníes se les hace temer un Irak manejado a distancia por el Irán chií, y los partidos chiíes agitan el espantajo de un complot fraguado por Arabia Saudí, los Estados del Golfo y Turquía, para aniquilar las comunidades chiíes en Siria e Irak. En el centro de Bagdad, las milicias chiíes despliegan carteles con imágenes de combatientes muertos en Siria, donde fueron para defender un santuario chií atacado por suníes. La propaganda electoral transmite odio y espíritu de venganza en vez de consignas políticas.
Este es el Irak que ha dejado la benéfica intervención armada occidental, once años después: el 1 de mayo de 2003, un exultante George W. Bush, a bordo del portaaviones Abraham Lincoln, pronunció las triunfales palabras alzando el pulgar de su mano derecha: Mission accomplished. Jamás un alto dignatario de renombre e influencia universal había pronunciado mayor tontería.
Publicado en CEIPAZ el 21 de abril de 2014
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