El 18 de marzo de 2003, dos días antes de que se iniciara la fatídica invasión de Irak que tanto contribuyó a sumir al mundo en el caos hoy reinante y de la que uno de sus cómplices (el exprimer ministro británico Tony Blair) ha pedido ahora perdón a las familias de los soldados que en ella murieron inútilmente, escribí en Estrella Digital un comentario titulado "Lengua de serpiente", que a continuación reproduzco en parte:
"El jefe indio expoliado por los invasores decía, en un texto imaginario que se ha hecho muy popular, que el hombre blanco hablaba 'con lengua de serpiente', cuando con palabras engañosas procedía a expulsar a los nativos de sus tierras, a embrollarles con sus razonamientos tergiversados y a encaminarles, en definitiva, por la senda de la extinción.
"La lengua de serpiente ha vuelto a hablar. Esta vez en Azores, por boca del sumo oficiante, el presidente Bush, heredero de aquellos hombres blancos que exterminaron a los pieles rojas, y bien apoyado por sus dos fieles acólitos británico y español. Merece la pena resaltar el comienzo de la declaración oficial de Bush en la cumbre del pasado 16 de marzo: 'El inteligente pueblo iraquí, su rica cultura y su enorme potencial han sido secuestrados por Sadam Husein. Su régimen brutal ha convertido a un país con una larga y orgullosa historia en un paria internacional que oprime a sus ciudadanos, ha iniciado dos guerras de agresión contra sus vecinos y todavía es una grave amenaza para la seguridad de esa región y del mundo'.
"Sin mucho esfuerzo y sin faltar a la verdad, este mismo texto podría transcribirse así, cambiando el sujeto: 'El emprendedor pueblo estadounidense, su polifacética cultura y su innegable potencial han sido secuestrados por un presidente elegido de modo tortuoso, por una mínima parte del electorado y tras vergonzosas manipulaciones. Su camarilla política ha convertido a la ‘tierra de los hombres libres’ en un país donde habita un pueblo asustado y vengativo, que periódicamente es amedrentado por sus dirigentes para que acepte el pisoteo sistemático de sus derechos y libertades. Un país que ha atacado en el pasado a muchos otros, vecinos o no, y que se dispone a iniciar ahora una nueva agresión, injusta e ilegítima, contra Iraq. Un país, provisto de un enorme número de armas de destrucción masiva, dispuesto a utilizarlas si fuera necesario y convencido de poseer a la vez la razón y la fuerza —además del apoyo divino—, que es ahora la más grave amenaza para la seguridad del mundo, en su empeño por someter a la ONU o, en caso contrario, inutilizarla para siempre'.
"Bush no quería estar solo ante el peligro. Ante el peligro de destruir el orden internacional laboriosamente ensamblado tras el fin de la Guerra Fría; dinamitar unas Naciones Unidas no suficientemente dóciles ante la voluntad del imperio; introducir en Europa la cuña deseable para mantenerla sumisa y consciente de su impotencia; remodelar a su gusto la OTAN, ya inservible al desaparecer el enemigo que la suscitó; reiniciar una agresión contra Iraq, que nunca ha sido interrumpida desde 1991; e incrementar la lista de países injusta y brutalmente agredidos por las armas estadounidenses. No quería estar solo y, al final, se ha tenido que contentar con la presencia, previsible y humillante, del azorado representante de la madre patria británica y del fiel escudero hispano, ante la mirada dudosa del forzado anfitrión portugués. Son los viejos colonizadores de las Américas, reunidos a toque de campana en una base militar norteamericana, atlántica y portuguesa, para refrendar lo que Washington había decidido ya de antemano.
"Al falso y reiterado discurso de la paz, con el que se trataba de engañar —lengua de serpiente— a las opiniones públicas, se le ha caído la careta. 'Estamos trabajando por la paz', ha sido el hipócrita lema con el que han pretendido adormecernos. Esta guerra estaba en las mentes de los asesores de Bush mucho tiempo atrás. No necesitaban pruebas, ni las pudieron exhibir. Bastaba con blandir el aberrante criterio de la llamada guerra preventiva, que es como se denomina la agresión sin motivo suficiente. Ahora se tratará de justificar, siempre a posteriori, siempre falsamente, la victoria militar que inevitablemente va a producirse. De extender un velo pudoroso sobre las ruinas y los cadáveres. Y de correr, sin aliento, a subirse al carro del vencedor, por si alguna hoja de laurel se desprende de la corona imperial y cae sobre sus cabezas, coronándolas de vergonzosa gloria.
"Bien. Ahora Sadam desaparecerá, Iraq será ocupado por los ejércitos vencedores y empezará lo más difícil, lo que las armas raras veces saben construir: la paz estable. Habrá un desfile triunfal en Nueva York, bajo la lluvia de confetis y el tremolar de banderas. Empezará la rapiña de los contratos de reconstrucción de lo previamente destruido y el reparto de los recursos petrolíferos. La ONU y Europa se lamerán las heridas. Los que creían 'haber leído correctamente en el libro de la historia' percibirán que se anticiparon mucho y que la historia, tarde o temprano, dará su veredicto condenatorio a una agresión a todas luces ilegal e injusta. Pero sus ejecutores ya no ejercerán responsabilidades políticas; todo lo más, obtendrán sabrosos beneficios —como ahora Clinton— en aulas y conferencias, impartiendo su honda sabiduría en política internacional. Quedarán las familias iraquíes llorando a sus muertos, los futuros terroristas abrasándose en su odio y planeando venganzas, los pueblos preguntando por qué hay distintas varas de medir en la justicia internacional y los dictadores actuales y venideros comprobando que la razón reside en la fuerza de las armas y buscando el modo de hacerse con ellas".
Fin de la cita. Como puede comprobarse hoy, más de trece años después, no era difícil entonces prever lo que iba a ocurrir. Esto suscita algunas preguntas: ¿Es indispensable mentir para gobernar? ¿Por qué los pueblos comulgan felices con descomunales ruedas de molino administradas por sus gobernantes? ¿Es la 'lengua de serpiente' el instrumento esencial para alcanzar el poder?
(Permítame el lector añadir un recuerdo para el inolvidable Javier Krahe y su canción "Cuervo ingenuo")
Publicado en República de las ideas el 14 de julio de 2016
Comentarios
Qué hacemos con un criminal de guerra
Gregorio Morán La Vanguardia
A estas alturas de la película a nadie le cabe la menor duda de que la sociedad española es tan cómplice ante el delito económico que ocupará un puesto elevado en la lista de países corruptos, con una buena mayoría de ciudadanos indiferentes. Usted puede robar, si es posible al Estado, que es un ente que desde hace siglos nadie acaba de entender a quién pertenece, y salir de rositas, con felicitaciones, si no de los juzgados, que a lo más que llegan es a cierta complicidad visual, pero con las ovaciones del público elector. “¡Qué tío, dos cojones, desvalijó la comunidad autónoma y ahí le tienes, fresco como una lechuga y arrogante como un chispero! ¡La gente lo adora!”.
El ladrón de Estado en España conserva cierta fama de jugador de fortuna. Posiblemente haya algo de envidia, porque somos una sociedad formada a golpe de braguetazo con tronío. ¿Pero qué ocurre con los criminales de guerra? Después del Generalísimo no recuerdo ninguno salvo aquella mercadería ligada a las guerras africanas que se interesaban por la sisa en la intendencia, cortar alguna oreja mora de recuerdo macarra, y volver a casa con medallas de pago –para el personal no avezado, las condecoraciones se dividen entre las de “compensación económica” y las que sirven para decorar la pared del recibidor–.
Una conmoción ética se ha producido. El informe del veterano lord John Chilcot –nueve años de trabajo y doce volúmenes de resultado– es una de esas singularidades que se producen en Gran Bretaña, junto a los sombreros de la Reina y la vestimenta más cursi que cualquier paleto pudiera imaginar. El documento encargado por el Parlamento sobre la alucinante invasión de Iraq, el derrocamiento de Sadam y el incremento del conflicto en la zona ha dado sus resultados.
Los tres organizadores de la matanza moderna más cruel y de mayores consecuencias para nuestro futuro son tres irresponsables, según el equilibrio lingüístico británico, y tres asesinos en masa, conocidos en el lenguaje posterior a Nuremberg 1945 como criminales de guerra.
Un idiota (un idiota de catálogo), cuyo acto más significativo fue dejar de beber para desgracia de la humanidad y dudoso beneficio familiar. El muñidor Tony Blair, un buscador de fortuna, cuya capacidad de desvergüenza verbal y física me supera –se convirtió al catolicismo apenas terminado su periodo criminal–; daría hasta lo que no tengo por saber qué le pusieron de penitencia, 487 padrenuestros. Tantos como los muertos que provocó. Y por último, el atleta político de los 180 abdominales, digno heredero del más cínico periodista que hubo en España, Manuel Aznar Zubigaray, donde eran tan habituales como las chinches. El retoño, de pronto, asumió el papel de estadista circense, con una locución nasal que provocaba más risas que Harpo, el mudo de los hermanos Marx.
En el 2012, los que se creen los reyes del universo, Bush y Blair, acompañadores de un señorito mesetario, que dudo sepa situar Palmira, se lanzan a la operación militar más importante desde la Segunda Guerra Mundial. Nada menos que trasladar el conflicto de la Europa de 1945 al indescifrable mundo musulmán: invaden Iraq, derriban a Sadam Husein e inmediatamente se dan cuenta de que la desaparición del dictador significa el vacío absoluto. Envían a un gringo de granja con botas de anuncio y aquello es el caos. Un Estado no es una mezcla de tribus, sino un sistema aferrado a un dictador que equilibra los poderes. Así era antes de los ingleses y después de los ingleses; siempre y cuando el petróleo quedara garantizado.
Aquellos tres arrebatados occidentales abren la guerra política más compleja del siglo XXI, y con una irresponsabilidad a prueba de carro de combate alimentan militar y socialmente a las milicias islamistas. Su inminente enemigo. Es significativo que nadie quiera contar que los fugitivos de Siria vivieron en situación de seminormalidad desde el 2012 y que empezaron a huir en el 2016. ¿Qué pasó entre medio? ¿Eran el poder? ¿Conservaban su estatus y colaboraban con las milicias islámicas que dominaban el territorio, armadas por Arabia Saudí y Estados Unidos? Si la guerra empezó en el 2012, ¿cómo es que aparecen en el 2016 emigrantes afganos, sirios, iraquíes… Tomando como modelo la guerra civil española sería incomprensible.
Pero ahí cuentan las religiones, los apoyos externos, el intento norteamericano de derribar a El Asad de Siria, que se saldó con la mayor vergüenza militar que uno pueda imaginar. Es como si antes de salir corriendo de Vietnam los norteamericanos les hubieran pedido ayuda a los chinos para sobrevivir en aquel berenjenal en el que voluntariamente se habían metido. En este caso, a los rusos.
Si siempre se ha dicho que el intento de ocupar Egipto durante el conflicto del Nilo (1956) fue la última gran operación colonial de Occidente, ahora podríamos añadir, a falta de muchos datos, que la aventura afgano-sirio-iraquí –no digamos libia– que se inició en 2012 es una parodia de aquellas grandezas imperiales que relata Aznar con su acento nasal de empleado de los señores que hablan un inglés suelto.
Pero ese criminal de guerra ha pasado por las arenas del desierto, asesinando niños, mujeres y ancianas –eso que repiten tanto para conmovernos cuando se trata del malvado adversario–. Seríamos unos frívolos irresponsables si no exigiéramos responsabilidades por el más de medio millón de muertos que ha costado la machada, y si no dejáramos de admitir que ese chulillo de chiscón siguiera dando lecciones de cosas de las que no sólo no tiene ni idea sino de las que ha sido responsable.
¿O sea que Sadam tenía armas de destrucción masiva? “Bueno, la verdad es que estábamos equivocados”. Una panda de cínicos. Ni un servicio de información occidental hubiera apostado un penique; conocían Bagdad y Sadam, porque le daban de comer ellos. ¡Pero tú, José María Aznar, fuiste el más animoso en llevar una guerra, en la que nada te iba más que la fatuidad de mediocre con ambiciones, que costó medio millón de muertos!
¿Y nadie de esos partidos arrogantes y revolucionarios, entre comedero y comedero para su colocación en el negocio gubernamental, se atreverá a algo tan político y tan radical como poner en el banco de madera oscura de un juzgado a un tipo simple, malévolo, arrogante y sobre todo desdeñoso del ser humano, sea de Valladolid o de Tikrit, para plantearle que los últimos criminales de guerra no son los militares, que organizan la batalla, sino los gobernantes que ordenan la matanza?
Como si los muertos fueran siempre anónimos y volviéramos a las colonias. ¿Aznar, criminal de guerra? Pues sí señor, como Bush o el Blair recién confesado. Porque toda esta oscura historia está repleta de sangre y basura, como los refugiados. Carne de cañón, que durante años estaban desaparecidos. Ni se tuvo noticia de refugiado alguno, y ahora las potencias europas, empezando por la presión de Estados Unidos, no hay día que no nos recuerden que ¡es nuestro problema!, que echan sobre la pobre Grecia.
La guerra civil española, su final, es un espejo en el que se refleja la desvergüenza de los promotores. Aznar debe saberlo muy bien, porque su abuelo, antes de ser director de este periódico, fue un ejemplo decisivo en las grandes operaciones de desplazados de todos los derrotados de la segunda Gran Guerra, especialmente los españoles.
La izquierda, si se ha distinguido en algo en la historia española, es por reivindicar causas evidentes, aunque fracasara. Hay un banco en el juzgado, aquí o en La Haya, que le corresponde a José María Aznar, por criminal de guerra.
¿Eso no forma parte de la ruptura entre la casta política y la clase política?
Fuente: http://www.lavanguardia.com/opinion/20160716/403248630719/que-hacemos-con-un-criminal-de-guerra.html
Escrito por: Juan.2016/07/18 19:35:45.444186 GMT+2