2020/04/30 18:36:27.593069 GMT+2
Tras un año de atasco político y tres elecciones generales, el Likud de Benjamín Netanyahu y la coalición Azul y Blanco del exgeneral Benny Gantz han formado un Gobierno de coalición ("de emergencia") en Israel, con el compromiso de empezar a tratar en el Parlamento la anexión de ciertos territorios de la Cisjordania ocupada.
La inmediata reacción del Secretario de Estado de EE.UU., fue declarar que la citada anexión "es, en último término, una decisión que corresponde a Israel". Dejó bien claro que Netanyahu tiene carta blanca por lo que a Washington concierne, como es de sobra sabido desde que Trump se hizo con el poder.
Por lo tanto, el 1 de julio el Parlamento israelí podrá empezar a votar según lo establecido en el llamado "Acuerdo del siglo" (véase imagen), propiciado por Trump y rechazado de plano por la Autoridad Palestina (AP), porque concede a Israel el control militar sobre el pueblo palestino, le entrega gran parte de sus territorios, todo Jerusalén y los asentamiento ilegales.
Esta decisión unilateral del nuevo Gobierno de emergencia, creado para combatir la pandemia, da al traste con la "solución biestatal" al problema palestino y, como ha manifestado el Tribunal Internacional de Justicia, "perturba la puesta en práctica del derecho del pueblo palestino a la autodeterminación".
Es evidente que la formación del nuevo Gobierno israelí no obedece a las necesidades creadas para hacer frente a la pandemia, sino que tiene un claro objetivo político aprovechando la emergencia sanitaria mundial para poner en práctica el proyecto de Trump, mientras el mundo y los palestinos están volcados en la lucha contra el coronavirus. Esto, sin olvidar que la reelección de Trump en noviembre se vería muy favorecida por el efecto propagandístico que la anexión tendría en EE.UU.
El enviado especial de la ONU a Oriente Medio informó la pasada semana al Consejo de Seguridad de que el perjuicio económico causado por la pandemia puede poner en riesgo la "misma existencia" de la AP. Añadió que "la anexión de territorios para acelerar la expansión de los asentamientos, combinada con el devastador impacto de la Covid-19, puede inflamar la situación y destruir cualquier esperanza de paz".
La anexión de Cisjordania es una enraizada aspiración de los círculos más conservadores israelíes y el abierto apoyo estadounidense la ha fortalecido, a pesar de que desde Europa se señalan los peligros que encierra, aunque sin añadir ninguna amenaza que tendiera a impedirla. Esto se leía en Haaretz el pasado jueves: "Este es el futuro que estamos planeando para los palestinos: vivir en pequeños bantustanes, sin derechos, con la segregación formando parte consustancial de la legislación israelí. Vergüenza eterna. El oculto y embarazoso apartheid es cosa del pasado: estamos en la era del apartheid oficial y arrogante".
Ese comentario de Zehava Galon, del partido Meretz, concluye: "Así son los estertores de muerte de la democracia israelí: un líder corrupto, que ha arrastrado a Israel a tres campañas electorales y las ha perdido, anuncia que Israel se está convirtiendo en un Estado de apartheid, con el apoyo de un cuarteto de estafadores que robaron el voto de sus seguidores. Sonría, es un momento histórico y nos pertenece a todos. Si alguien piensa que esto pasará silenciosamente, más vale que se lo piense mejor".
A pesar de la dura realidad, desde el ala progresista del pueblo palestino se pide la unidad, la reconciliación entre los dirigentes gazatíes y cisjordanos, desengañada del apoyo que la debilitada izquierda israelí parecía prestarle. El apoyo de EE.UU. al Gobierno anexionista de Israel solo deja a los palestinos la opción de resistir.
Un activista palestino escribía el pasado viernes en Middle East Eye: "Ya es hora de que los palestinos dejemos de perseguir la inútil ilusión biestatal y busquemos la solución de 'un Estado democrático' que garantice los mismos derechos y obligaciones de todos sus ciudadanos iguales, sea cual sea su religión o su raza, para el pueblo que habita entre el río Jordán y el mar Mediterráneo. Es la única solución viable para el conflicto del siglo". Pero si la solución biestatal es una "inútil ilusión", su propuesta de solución parece hoy un sueño inalcanzable.
Publicado en República de las ideas el 30 de abril de 2020
Escrito por: alberto_piris.2020/04/30 18:36:27.593069 GMT+2
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2020/04/23 17:35:27.430962 GMT+2
The Climate Mobilization es una organización no gubernamental creada en EE.UU. en 2014 con la finalidad de "contener el calentamiento global y la extinción masiva de las especies, para proteger a la humanidad y a la naturaleza frente a la catástrofe climática". La palabra "movilización" tiene aquí el mismo sentido que tuvo en las potencias aliadas durante la 2ª Guerra Mundial, a fin de poner todos los recursos del país al servicio del esfuerzo bélico para derrotar a las potencias del Eje.
Su fundadora y directora, Margaret Klein Salamon, psicóloga, prolífica escritora y activista medioambiental, opina que las sociedades humanas pueden encontrarse en "modo normal" o en "modo emergencia", por utilizar una expresión más propia de la informática. En modo emergencia, la gente acepta comunitariamente la existencia de un peligro frente al que "hay que hacer todo lo que se pueda" para protegerse de él.
Así es como la humanidad está hoy reaccionando frente al peligro del coronavirus, pero para Salamon el verdadero reto al que nos enfrentamos es "mantener el 'modo emergencia' activo frente a la crisis climática, cuyo peligro es superior en varios órdenes de magnitud. No podemos pensar en volver 'a lo normal', porque las cosas ya no eran antes normales".
La analogía no es del todo exacta. La emergencia climática evoluciona más lentamente que el Covid-19. Nadie teme ser ingresado en un hospital por efecto de la emergencia climática, con peligro de muerte inminente esa misma noche. Por eso, alcanzar el "modo emergencia" frente a la crisis climática es más difícil que hacerlo frente al coronavirus. Si se lograra, los noticiarios de todo el mundo se llenarían de datos actualizados al instante sobre qué países estaban reduciendo sus emisiones contaminantes, en qué cuantías, y se votaría a los dirigentes políticos que adoptaran medidas en tal sentido. Por el contrario, los noticiarios hoy nos informan sobre los fallecidos, los contagiados y los salvados de las garras del virus.
Sin embargo, según se informa desde la Universidad de Stanford, la reducción en la contaminación atmosférica en cuatro ciudades chinas, como consecuencia de la confinación de la población a causa de la pandemia, ha salvado la vida de 1400 niños menores de 5 años y de 52700 adultos de más de 70. Muchos han visto las estrellas nocturnas por vez primera sin "boinas" contaminantes que oscurecen el cielo.
Muchos de los esfuerzos ahora realizados para vencer al coronavirus se enfocan con la idea de evitar que en el manejo de esta crisis sanitaria se reproduzcan los nefastos fracasos de la crisis financiera de 2008. Pero Salamon considera que todavía es más importante prepararse para la ya imparable emergencia climática.
Ambas crisis, la sanitaria actual y la climática inminente, tienen aspectos similares. Ambas exigen muy altos niveles de cooperación internacional; obligan a cambiar hoy costumbres y comportamientos, para sufrir menos mañana; han sido anunciadas anticipadamente por la Ciencia y descuidadas por la Política, por dirigentes más preocupados por ganar las próximas elecciones que por prever el futuro. No solo eso; ambas demuestran que hay que limitar las leyes del mercado para muchas actividades humanas y que es necesario reforzar las inversiones públicas para salir de la crítica encrucijada a la que ambas crisis nos arrastran.
Salamon cree que una lección de la crisis del virus es el "poder de la emoción compartida", que está logrando frenar la pandemia. En España, a las 20.00 salimos a agradecer públicamente desde nuestras ventanas a los que trabajan para derrotar al virus. Se refuerzan lazos de solidaridad y atenciones mutuas entre las personas.
"Necesitamos aprender a asustarnos juntos, -escribe- a estar de acuerdo en lo que nos causa pavor. Solo así los Gobiernos se verán forzados a actuar. Es bueno que entremos en el 'modo emergencia' ante la pandemia. Pero como no lo hagamos frente a la crisis climática...". Los puntos suspensivos encierran una amenaza que a todos nos concierne.
Publicado en República de las ideas el 23 de abril de 2020
Escrito por: alberto_piris.2020/04/23 17:35:27.430962 GMT+2
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2020/04/16 18:03:53.568050 GMT+2
En mi comentario de la pasada semana puse al alcance de los lectores de este diario las opiniones que sobre la pandemia que estos días afecta a la humanidad habían expresado públicamente dos observadores de la actualidad, preocupados además por los efectos que la emergencia climática está ya causando en muchas partes del mundo.
Avanzando audazmente por las fronteras entre lo real y lo imaginado, Leonardo Boff y Michael Klare comparten la existencia de un sujeto sobrehumano, la Madre Tierra o la Madre Naturaleza, a la que atribuyen ciertas cualidades, no demostrables empíricamente, que vinculan la pandemia con la emergencia climática.
Casi por las mismas fechas irrumpía en el amplio foro que sobre la pandemia se ha ido creando en el mundo mediático otro artículo firmado por alguien cuya larga trayectoria política se ha movido siempre por los terrenos del más frío pragmatismo y de la comprobación fehaciente de los hechos: Henry Kissinger.
El pasado 3 de abril, el conocido político estadounidense publicó en The Wall Street Journal un comentario titulado The Coronavirus Pandemic Will Forever Alter the World Order ("La pandemia del coronavirus alterará para siempre el orden mundial"), en el que no se hace ninguna alusión a la emergencia climática, aunque contiene certeras reflexiones sobre el modo de afrontar la pandemia y sus consecuencias.
Refiriéndose a EE.UU., escribe: "...en un país dividido, la eficacia y la clarividencia tienen que guiar la acción del Gobierno para vencer los obstáculos, sin precedentes en su envergadura y su alcance social. Conservar la confianza de la gente es fundamental para la solidaridad social... la paz y la estabilidad internacionales" [Cursivas de A.P.]. Hubiera podido escribir lo mismo sobre España.
"La cohesión y la prosperidad de las naciones se basan en la convicción de que sus instituciones son capaces de prever las catástrofes, contener sus efectos y restaurar la estabilidad". Sin embargo, puntualiza, cuando haya concluido la pandemia, en muchos países tendremos la impresión de que las instituciones han fracasado, pero eso no es lo que debe importar. Después del coronavirus, el mundo ya no será como antes y discutir sobre el pasado solo hará más difícil adaptarse a las nuevas circunstancias. Según esto, amenazar con futuras investigaciones (como ahora se oye en España) para determinar quién o quiénes erraron al afrontar la pandemia es un esfuerzo no solo inútil sino contraproducente.
Por otra parte, "Ningún país, ni siquiera EE.UU. puede vencer al virus con un esfuerzo puramente nacional". Se necesita una "visión y un programa comunes a escala global". Recuerda que, según los pensadores de la Ilustración, el propósito de un Estado legítimo es "proveer a las necesidades fundamentales del pueblo: seguridad, orden, bienestar económico y justicia", porque los individuos no pueden asegurar estas cosas por sí mismos.
Y vislumbra una amenaza peligrosa: "Las democracias del mundo necesitan defender y mantener sus valores de la Ilustración. Un retroceso global del equilibrio entre poder y legitimidad hará que se desintegre el contrato social a nivel nacional e internacional". [Cursivas de A.P.]
Hace Kissinger una llamada a los líderes mundiales "cuyo desafío histórico consiste en manejar la crisis y construir a la vez el futuro". Concluye el artículo con una frase que introduce subrepticiamente un nuevo concepto: "Su fracaso [el de los líderes] podría incendiar el mundo".
Pero ocurre que el mundo ya está ardiendo, y no en sentido metafórico, en muchos lugares (Australia, California), pero por efecto de la emergencia climática.
Que muchas cosas van a cambiar en el futuro es algo que ya no puede negarse. "Las sacudidas políticas y económicas que la pandemia ha desatado podrían prolongarse por generaciones", alerta Kissinger. Y en lo que a España concierne, algo habrá de cambiar su clase política, tan a menudo encerrada en hoscos enfrentamientos, para estar a la altura de lo que se nos avecina.
Publicado en República de las ideas el 16 de abril de 2020
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Escrito por: alberto_piris.2020/04/16 18:03:53.568050 GMT+2
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2020/04/09 17:46:59.160384 GMT+2
Con pocos días de diferencia, he tenido ocasión de estudiar dos textos de muy distintos autores que, sin embargo, coinciden en un planteamiento que puede ser fundamental para el futuro humano en estos días de zozobra e inseguridad.
Uno de ellos, titulado "Coronavirus, autodefensa de la propia Tierra", es producto del pensamiento de Leonardo Boff, teólogo, filósofo, profesor y ecologista brasileño, sobradamente conocido por los lectores y vinculado a la "Teología de la liberación". El otro está elaborado por Michael Klare, a quien he aludido en varias ocasiones en mis comentarios sobre política internacional; prolífico escritor y analista estadounidense sobre cuestiones de paz y seguridad, ha publicado en la web de tomdispatch.com el ensayo "El planeta vengador: ¿Es la pandemia Covid-19 la respuesta de la Madre Naturaleza a las transgresiones humanas?" (traducción de A.P.).
Como se deduce fácilmente al comparar ambos títulos, la hipótesis planteada por ambos está clara. La expansión del nuevo virus que se propaga por todo el planeta y la emergencia climática que estamos padeciendo tienen un mismo origen: la sobrecarga a la que la actividad humana está sometiendo a nuestro hábitat.
Cuando se sobrecarga la red eléctrica doméstica por activar demasiados electrodomésticos a la vez, se "funden los plomos" o "salta el automático" y nos quedamos sin luz. Cuando en los viejos tiempos el 600 familiar, cargado con padres, niños, perro y maletas, empezaba a echar humo en lo alto del puerto de Navacerrada, había que parar porque se había sobrecargado su escuálido motor. Y cuando, transportando pesados muebles, se sobrecarga el cuerpo de quien lo hace, surgirá la hernia que paralice toda su actividad.
La hipótesis de ambos comentarios es que el sistema ecológico en el que vivimos está siendo sobrecargado por la nociva actividad humana, acelerada en los últimos siglos, y tanto la emergencia climática como la pandemia del Covid-19 nos están avisando de que "no podemos seguir tal como nos estamos comportando. En caso contrario, la propia Tierra se librará de nosotros, seres excesivamente agresivos y maléficos para el sistema-vida".
"Sacamos de ella más de lo que puede dar. Ahora no consigue reponer lo que le quitamos. Entonces da señales de que está enferma, de que ha perdido su equilibrio dinámico, calentándose de manera creciente, formando huracanes y terremotos, nevadas antes nunca vistas, sequías prolongadas e inundaciones devastadoras". (Boff)
Klare, por su parte, recuerda que "los científicos han demostrado que el impacto humano en el ambiente, en especial el uso de combustibles fósiles, está produciendo ciclos de realimentación que dañan gravemente a los pobladores terrestres, como tormentas extremas, sequías permanentes, incendios masivos y reiteradas olas de calor cada vez más dañinas".
La interacción entre la actividad humana y el comportamiento del planeta ya no se puede poner en duda. La Tierra es una matriz compleja de sistemas vivientes e inorgánicos que, en estado natural, se mantienen en un equilibrio estable. Si alguno de ellos es destruido, el resto del sistema actúa para restaurar el equilibrio y la forma en que lo hace nos resulta desconocida e imprevisible.
Algunos de esos efectos son graduales pero otros pueden aparecer súbitamente, como el coronavirus, y son capaces de generar enormes perturbaciones en la vida humana: "Podría pensarse -dice Klare- que la Madre Naturaleza advierte: '¡Alto! No traspasad este punto o habrá consecuencias terribles'".
Quizá lo que la humanidad necesite ahora sea una política de "coexistencia pacífica" con la Madre Tierra, que permita que un elevado número de seres humanos siga viviendo en ella, pero respetando unos claros límites en su interacción con la ecoesfera. Seguirá habiendo inundaciones, terremotos, erupciones volcánicas, pero a un ritmo natural, como en la era preindustrial.
Para ambos autores, la pandemia del Covid-19 debería servir como una llamada de aviso de lo que puede suceder. Boff concluye así su demoledor comentario: "¿Seremos capaces de captar la señal que el coronavirus nos está enviando o seguiremos haciendo más de lo mismo, hiriendo la Tierra, autohiriéndonos en el afán de enriquecer?".
El futuro no está escrito, se suele decir; lo escriben los pueblos. Pero lo hacen dentro de los límites que establece la Madre Naturaleza y que con frecuencia esos mismos pueblos desdeñan o ignoran. Esto puede ser una cuestión a reflexionar en estos días de reclusión doméstica.
Enlaces con ambos artículos, para lectores interesados:
M. Klare: http://www.tomdispatch.com/post/176683/tomgram%3A_michael_klare%2C_what_planet_are_we_on/#more
L. Boff: https://www.alainet.org/es/articulo/205521
Publicado en República de las ideas el 9 de abril de 2020
Escrito por: alberto_piris.2020/04/09 17:46:59.160384 GMT+2
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2020/04/02 16:59:0.292676 GMT+2
El primer opúsculo que se conoce sobre el modo de combatir la Peste Negra, que empezó a arrasar Europa a mediados del siglo XIV, fue escrito en catalán antiguo. Su autor, Jacme d'Agramont, era médico y profesor del afamado "Estudio de medicina" de Lleida.
Escribió el Regiment de la preservació de la pestilencia (en lengua vulgar, y no en latín como era usual en la docencia) cuando en abril de 1348 la peste apareció en Cataluña. Lo hizo para tranquilizar a sus conciudadanos, que "tenían dudas y temores", e ilustrar a los regidores locales. Daba unas normas de vida, sobre la hipótesis de que el aire estaba pútrido a causa de los pecados, de modo que la primera medida a adoptar era la confesión de éstos.
Según escribe Spencer Strub, especialista en Historia Medieval en la Universidad de Harvard, en un ensayo publicado en The New York Review, otras medidas más prácticas incluían cerrar firmemente las ventanas, quemar enebro en las chimeneas y rociar los suelos con vinagre. Comer y beber poco, y lo más amargo posible. No comer pato ni cochinillo, ni peces "delgados" como la anguila o peces rapaces (como el delfín). Se aconsejaba hacerse sangrías, (no las de beber, sino para sangrar). Había que evitar el sexo y el baño, porque ambas actividades ensanchan los poros y dejan penetrar el aire nocivo.
D'Agramont murió ese mismo año, a causa de la peste. Otros folletos siguieron al suyo, todos ellos con la intención de tranquilizar a la población, incluso a los analfabetos que escuchaban a quienes los leían en voz alta, dándoles la sensación de poder controlar sus vidas frente a una emergencia que, en realidad, a todos desbordaba.
El texto del leridano no se basó en la observación directa del fenómeno, sino en las descripciones de la Biblia y de Hipócrates sobre anteriores epidemias. Pero enseguida se advirtió que era algo nuevo, pues causó decenas de millones de muertes en unos pocos años. En 1400 habían perecido dos quintas partes de la población de Europa, según el historiador Hugh Thomas.
Este también cita a Bocaccio describiendo los síntomas de la enfermedad: "Empezaba con unos bultos en la ingle o en el sobaco de hombres y mujeres, que crecían hasta el tamaño de una manzana o un huevo. Se extendían por todo el cuerpo. Pronto surgían manchas negras o moradas en los muslos y otras partes del cuerpo. La mayoría de la gente moría en tres días, en su mayor parte sin fiebre".
Thomas también describe las consecuencias de la pandemia: "Declinó la economía. Se abandonaron las granjas. Escaseó la mano de obra. Subieron los precios. Miles de personas se arruinaron. Los ricos huían a sus casas de campo. Los magistrados y los prelados abandonaron sus puestos. Los pobres fueron los que más padecieron. Para concitar la ayuda de Dios se acusó a los judíos. El fracaso de la Iglesia y de la Biblia impulsó el escepticismo laico e incluso el rechazo del latín y el fomento de las lenguas vernáculas". Estaba naciendo una nueva sociedad.
Volviendo al presente, habremos de reflexionar sobre las huellas que la pandemia del coronavirus puede dejar en nuestra sociedad, sobre todo combinada con la peligrosa emergencia climática que nos toca vivir y no parece tener visos de ser controlada.
Si en el siglo XIV se atribuía falsamente la catástrofe a "extranjeros, prostitutas, judíos y mendigos", con las trágicas consecuencias que esto trajo consigo, cuidémonos en el siglo XXI de no recaer en esas tendencias autoritarias, nacionalistas y xenófobas tan a flor de piel cuando el miedo se extiende y las medidas de confinamiento, como las que estos días nos tienen recluidos, excitan los ánimos y dificultan la reflexión serena y sosegada.
Publicado en República de las ideas, el 2 de abril de 2020
Escrito por: alberto_piris.2020/04/02 16:59:0.292676 GMT+2
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2020/03/26 17:52:47.864189 GMT+1
A los que, como militares profesionales, hemos sido educados y entrenados para saber hacer la guerra, nunca nos ha sorprendido que esta palabra se utilice a menudo con significados muy distintos al de "enfrentamiento armado entre grupos humanos", que es, en resumidas cuentas, el más correcto, técnicamente hablando.
"¡Qué guerra dan estos niños en el patio!" es expresión familiar, así como hablar de la guerra contra el alcohol, la droga o la pobreza. Tampoco sorprenden estos días los elogios a los que "combaten en la primera línea" contra el coronavirus, recreando mentalmente un teatro de operaciones clásico, donde las líneas atrincheradas, protegidas por alambradas, se enfrentan entre sí.
En el ámbito de la religión, el esfuerzo personal se describe a menudo con expresiones bélicas: "¡Guerra al pecado! ¡Guerra a la tibieza!". E incluso en la enseñanza se estimula a los alumnos valorando la resolución de un problema matemático como "la victoria final".
En la actual situación de grave amenaza sanitaria que la pandemia de Covid-19 extiende por todo el mundo, recurrir a términos bélicos es algo bien aceptado y se escucha repetidamente en los medios de comunicación. En España, además, la presencia de altos responsables uniformados de la seguridad nacional en algunas ruedas de prensa del Gobierno ha contribuido a fijar la idea dominante de que estamos en plena "guerra contra el coronavirus".
Pero si para vencer la pandemia son ciertamente beneficiosas algunas cualidades de los que saben hacer la guerra (disciplina, cumplimiento exacto de las órdenes, trabajo en equipo, anticipación y previsión, etc.), acentuar el carácter bélico del actual problema puede llevar a dejar de lado los muy importantes aspectos humanos, sociales, afectivos e íntimamente personales con los que cada uno debe afrontar tan penosa situación para tener éxito en el empeño común.
Ha habido una resonante llamada de atención en la que ambas palabras -"coronavirus" y "guerra"- se han combinado de distinto modo. El pasado lunes, el secretario general de la ONU, António Guterres, proclamó ante el mundo que el peligro del coronavirus debería incitar a todos los pueblos a declarar un "alto el fuego mundial" en todas las guerras en curso en el planeta.
Identificó claramente al virus como "el enemigo común" e insistió en la necesidad de detener todas las guerras "para dedicarse a la verdadera lucha por nuestras vidas", la de vencer la pandemia que nos ataca. Los países en guerra, sufriendo miserias, ruinas, emigraciones y carencias básicas, son especialmente vulnerables al coronavirus. Por eso pidió cesar las hostilidades, dejar de lado la desconfianza y la animosidad: "Silencien las armas, detengan la artillería y los ataques aéreos. Es esencial."
Si las armas callan podrán establecerse corredores humanitarios para ayudar a los pueblos en peligro, restablecer vínculos diplomáticos y contactos indispensables para la seguridad común.
Para concluir, creo necesario insistir en la idea de que así como los que ya estamos sufriendo los efectos de la pandemia advertimos que hay cosas que habrá que cambiar en nuestras formas de vida para que esta catástrofe no se repita, un alto el fuego generalizado haría reflexionar a los que sistemáticamente recurren a la guerra para lograr sus objetivos y llevarles a la conclusión de que quizá no sea la guerra el mejor medio para hacerlo, y conseguir así que la paz ocupe un lugar preferente en nuestras conciencias.
Publicado en República de las ideas el 26 de marzo de 2020
Escrito por: alberto_piris.2020/03/26 17:52:47.864189 GMT+1
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2020/03/19 18:00:15.497895 GMT+1
La compra de grandes cantidades de papel higiénico al comenzar el periodo de confinamiento doméstico al que los españoles estamos ahora sometidos ha causado bastante sorpresa. ¿Cuál puede ser el motivo? nos preguntábamos. Produjo innumerables muestras de humor y jocosas interpretaciones que sirvieron para aliviar algo la angustiosa e inédita sensación de estar necesariamente encerrados en casa. Sin embargo, esta sorprendente reacción no es una exclusiva española.
Justo al otro lado del Brexit, la periodista británica Suzzane Moore -experta además en cuestiones psicológicas- escribía en The Guardian el pasado martes que "la enloquecida lucha por papel higiénico es comprensible porque permite a la gente sentir que están respondiendo a una crisis, es decir, que están en el centro de la crisis y son capaces de imaginar el momento en que ésta termine".
Explica que, en circunstancias difíciles, es bueno tener muchas cosas que hacer, pues la actividad vence al miedo mientras que la soledad deteriora el sistema inmunológico. Pero también piensa que es aconsejable actuar de otro modo: manteniendo la calma y aguantando. Vamos, que la cosa no está muy clara ni siquiera para los psicólogos.
La ciencia del comportamiento, puntualiza Moore, describe las cinco fases en que las personas reaccionan ante algo desastroso: 1) Autoprotección: miedo y ansiedad; 2) Protección dentro del grupo, lo que inicia los cambios de comportamiento; 3) Culpabilidad: asumimos que hay que cambiar las actividades normales; 4) Exigencia de responsabilidades: saber qué o quién causó el desastre; y 5) Vuelta a la normalidad, es decir, adaptarse a la crisis y a sus consecuencias.
Pero mientras algunos españoles -y, por lo que se ve, también los británicos- acumulaban rollos de sedoso papel en sus carritos de la compra, muchos ciudadanos estadounidenses hacían cola delante de las tiendas de armamento, ansiosos por adquirir las armas de las que una crisis de desabastecimiento podía privarles.
Uno de los inefables tuits de Trump les recordaba el pasado sábado que las cosas "no se necesitan hasta que hacen falta". La periodista británica no comenta este hecho, pero no hay duda de que los ciudadanos de EE.UU. permanecen en la primera fase de su lista: la del miedo y la ansiedad. Pero en vez de recurrir a las habituales ayudas de tipo psicológico, bien probadas, que permiten dominar ambas sensaciones, el norteamericano medio tiene siempre un remedio a mano: un buen revólver Colt del 45, listo y bien engrasado.
Publicado en República de las ideas el 19 de marzo de 2020
Escrito por: alberto_piris.2020/03/19 18:00:15.497895 GMT+1
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2020/03/12 17:55:53.282937 GMT+1
Como todos los que nacimos cuando en España ondeaba la bandera tricolor (hoy octogenarios), formo parte de lo que estos días se ha dado en llamar "población de riesgo" ante el peligro de contagio con el virus que los expertos han denominado Covid-19.
Naturalmente, y por la cuenta que me trae, cumplo con las recomendaciones que las autoridades civiles y médicas han publicado estos días. Si he aumentado el número de veces que me lavo escrupulosamente las manos, convencido de su necesidad, me es más difícil cumplir la norma de "no realizar viajes innecesarios", que encuentro imprecisa. ¿Innecesarios para quién? Yo he de seguir asistiendo al consultorio médico que regularmente me atiende, porque en caso contrario sería peor el remedio que la enfermedad, no me infectaría el virus pero podría sufrir otros males de peores consecuencias.
De momento, no muestro ninguno de los síntomas atribuidos al citado virus, pero si se dieran estas circunstancias tengo bien apuntado el número del teléfono de atención médica al que recurrir. Lo que suceda después ya no está dentro de mis responsabilidades.
Pero sí está dentro de mis suposiciones. A pesar de la innegable calidad de la Sanidad en España, no ignoro que se han cerrado camas, se han privatizado hospitales, se han recortado presupuestos y se escucha a ciertos dirigentes políticos que reclaman una creciente reducción de impuestos, olvidando que es con ellos como se paga la Sanidad y la Educación públicas, al alcance de todos los españoles y no solo de los privilegiados.
Por último, hay que agradecer a los medios de comunicación sus esfuerzos para tener informada a la opinión pública ante un fenómeno que a todos nos afecta. Y reprochar a bastantes de ellos una evidente caída en el sensacionalismo, que quizá tenga algo que ver con la "cuota de pantalla" o el número de lectores.
No faltan los presentadores que informan del avance del virus con un énfasis propio de una competición deportiva, y los que insisten en que están dando "una exclusiva", frivolizando algo tan serio como es la posibilidad de morir en una epidemia. Un acreditado periodista español lo comentaba así el pasado martes: "Me parece que una parte de la prensa y de los periodistas deberían reflexionar y pensar que la información no es un circo, ni el sensacionalismo una característica loable de la profesión... El periodismo se ha degradado hasta convertirse en una caricatura de sí mismo. No creo que eso sea bueno ni para la profesión ni para las libertades ni para el bienestar de la Humanidad".
Es de agradecer, por el contrario, al Gobierno y a las autoridades sanitarias su esfuerzo por no crear nuevas alarmas que refuercen el nerviosismo y conduzcan a actuaciones irresponsables o situaciones de desabastecimiento. Esto ayuda a normalizar la vida de las personas, aun siendo conscientes de la gravedad de la epidemia que nos aqueja.
Publicado en República de las ideas el 12 de marzo de 2020
Escrito por: alberto_piris.2020/03/12 17:55:53.282937 GMT+1
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2020/03/05 18:19:17.700277 GMT+1
En 2013, hace ahora más de seis años, se discutía en España sobre aquellas alambradas, provistas de dañinas y afiladas cuchillas, instaladas en la valla que separa Melilla de Marruecos. Asunto similar ha vuelto a la luz estos días con motivo de la modificación que está previsto aplicar en la frontera entre Marruecos y las ciudades autonómicas de Ceuta y Melilla, elevando la altura del actual vallado.
Entonces, como hoy, se argumentaba la necesidad de hacerlo basándose en la "teoría de la disuasión". Incluso se llegó a aludir a cierto paralelismo de esta teoría con la que en el pasado sustentó la llamada disuasión nuclear que, según algunos, fue la que mantuvo la paz mundial aunque, según otros, fue en realidad un generoso regalo de los Gobiernos a los fabricantes de armamento.
De cualquier modo, aquella disuasión nada tenía que ver con lo que se aduce respecto a las citadas vallas. La disuasión nuclear fue "activa", es decir, dependía de la voluntad de los gobernantes para amenazar con sus armas y crear situaciones favorables en un posible conflicto bélico. Todo lo contrario ocurre con las vallas ahora discutidas, que son, en todo caso, una disuasión "pasiva": una vez instaladas, están siempre ahí y su acción solo se hace sangrienta cuando "son atacadas" por los que van a sufrir sus efectos. Este es el núcleo del asunto que hoy nos ocupa.
Esa disuasión pasiva, esa amenaza de sangre, dolor y padecimiento que afrontan los que pretenden entrar en territorio europeo nunca será superior a la desesperada voluntad de los emigrantes que están a punto de completar su largo y penoso recorrido por tierras asiáticas o africanas, cuando solo les quedan unos metros para alcanzar la meta soñada por la que no les importa arriesgar la vida. Lo que estos días sucede en la frontera greco-turca es muestra evidente de ello.
Las personas que periódicamente asaltan la muralla que les separa de ese mundo en el que pretenden rehacer sus vidas son, por tanto, inmunes a esa teoría de la disuasión que se aduce para reforzar la muralla europea. El problema fundamental de la actual polémica no se halla tanto en los instrumentos (alambradas, perímetros defensivos, armas, disparos y demás) como en el aspecto moral de su finalidad.
Desde la civilizada Europa resulta difícil, cuando no imposible, justificar lo que en el fondo es un atentado contra unos seres desvalidos que buscan mejorar su situación personal. Unos huyen de la persecución, la tiranía o las guerras; otros, simplemente del hambre persistente.
El inmigrante no debería ser considerado como un peligro, sino como alguien que puede aportar riqueza a la construcción social del país que le acoge. No es solo un problema de legislación ni de orden público: es una cuestión de cultura, de civilización, de que los Estados asuman que el derecho humanitario no es una entelequia teórica que a menudo enarbolan los gobernantes para adornar sus discursos.
Publicado en República de las ideas el 5 de marzo de 2020
Escrito por: alberto_piris.2020/03/05 18:19:17.700277 GMT+1
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2020/02/27 17:56:13.329022 GMT+1
Devorador impenitente de libros de Historia desde mi juventud, aprendí a lo largo de mi vida profesional que la llamada "Historia Militar" es la más susceptible de ser manipulada con fines muy distintos a los de cualquier ciencia objetiva. Esto es así porque los llamados "mitos bélicos" de casi todos los países se entremezclan con la simbología primordial de las naciones, allí donde éstas beben en sus fuentes imaginarias las viejas leyendas en torno a las que se conforman las "esencias patrias". Reyes, obispos, héroes, mártires, etc., siempre sobre un trasfondo de guerras y violencia, y a menudo sin base objetiva alguna, conforman algo que a los gobernantes siempre satisface: un pueblo manejable que no pone en duda los mitos de su pasado y así acepta dócil el presente.
Como ya dejó dicho Platón, los mitos tienen una útil función social. Y como las guerras son las que en último término han conformado la mayor parte de los Estados actuales, los mitos bélicos de la Historia son los más extendidos. Sin embargo, conviene matizar este fenómeno. La mayor parte de los textos de historia militar tienen dos orígenes: por un lado, historiadores profesionales que abordan el fenómeno de la guerra, y por otro, militares -generalmente cuadros de mando- que en ella participan o que la observan con mirada crítica. Una tercera fuente, menos fiable, es la de los relatos bélicos, a menudo los más interesantes y difundidos -y sobre todo, los más abundantes-, porque adornan la presunta frialdad de la exposición histórica con un atractivo texto capaz de seducir al lector.
Contra lo que a menudo se piensa, los militares no aprenden su oficio leyendo historia militar, ya que ésta raras veces describe lo que ocurrió en el pasado, sino lo que los historiadores de la época dicen que ocurrió. Son cosas muy distintas. Ni siquiera Julio César narrando la Guerra de las Galias, que él dirigió, o el mariscal Montgomery describiendo sus campañas en África, Italia o Europa, son de mucha utilidad para los militares del siglo XXI. Si algo se deduce de una lectura metódica y reflexiva de la historia de las guerras es que cada una es un fenómeno único e irrepetible: "La Historia no se repite; los historiadores, sí", se dice con razón. El contexto social, económico, político, cultural, etc., en el que Napoleón invadió Rusia no tenía parangón alguno con las circunstancias en las que Hitler ordenó repetir la operación casi 130 años después. El historiador profesional busca por sistema analogías y parecidos; pero el militar que intente hacerlo para el mejor cumplimiento de su misión, ignorando los demás parámetros de la época, fracasará inevitablemente.
Algunos historiadores académicos atribuían a Jerjes el mando de dos millones y medio de soldados cuando atacó a Grecia en el 481 a.C., hasta que alguien más versado en la milicia demostró la imposibilidad logística de tal operación. Por otro lado, más de un militar metido a historiador ha atribuido a los caudillos medievales formas de pensar la guerra que solo aparecieron al concluir el siglo XVIII, tras la Revolución Francesa. Ni unos ni otros pueden acreditar fiabilidad objetiva. Menos todavía, cuando un texto de historia de la guerra se elabora para disimular la verdad, si ésta no es propicia a quien lo redacta, o para exagerar los hechos que favorecen a ciertas opiniones o ideologías, lo que es común en dictaduras y otros regímenes autoritarios.
De cualquier modo, los textos relacionados con el hecho bélico siguen siendo de especial interés para la humanidad y requerirán de sus autores la habilidad necesaria para extraer cierto orden inteligible de entre "el miedo, el peligro y la confusión" que Clausewitz ya percibió en toda guerra. Solo así se podrá entender ese fenómeno caótico, imprevisible e intermitente que es la guerra, tan distinto de cualquier otra experiencia humana.
Publicado en República de las ideas el 27 de febrero de 2020
Escrito por: alberto_piris.2020/02/27 17:56:13.329022 GMT+1
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