2020/09/24 17:42:7.308540 GMT+2
...las armas nucleares todavía estaban allí. (Minicuento del autor).
Como tuve ocasión de comentar anteriormente, el año 2020, aparte de ser el año fatídico en el que un virus desconocido cambió nuestra forma de vivir y se cobró más víctimas que algunas guerras, se inició bajo el penoso recuerdo de la amenaza nuclear. El pasado 16 de julio, apenas levantado el confinamiento sanitario, se cumplió el 75º aniversario de la primera explosión nuclear producida por el ser humano sobre la superficie terrestre. Poco después, las dos primeras armas nucleares de la historia de la humanidad aniquilaron sendas ciudades japonesas con una horrenda carnicería, en lo que fue un brutal experimento para probar dos modelos distintos de ese tipo de arma.
La humanidad fue reaccionando ante el nuevo horror y creando organizaciones internacionales y sistemas de seguridad para controlar el peligro que tales armas representan. Se firmaron tratados y, aunque hubo momentos peligrosos, ningún nuevo "hongo nuclear" volvió a elevarse entre cadáveres destrozados. El temido holocausto fue alejándose de las preocupaciones de la gente.
Pero algunos líderes mundiales todavía lo citan. En agosto de 2017 Trump no se había enamorado todavía del dictador norcoreano. En uno de sus acaloramientos tuiteros amenazó al país asiático con reducirlo a escombros: "Tendrá que afrontar 'fuego y furia' como jamás se ha visto en el mundo", dijo, imaginando un ataque nuclear que sería el primero tras el arrasamiento de Hiroshima y Nagasaki. Sin embargo, poco después, en septiembre de 2018, aludiendo a Kim Jong-un tras una reunión con él, dijo Trump: "Nos enamoramos". Y en otro momento singular, hace poco, aseguró que "las armas nucleares son un problema mucho más grande que el calentamiento global". Teniendo en cuenta que él cree que este fenómeno no existe, quien le escucha ya no sabe a qué carta quedarse pero retiene el hecho de que Trump sigue teniendo en la mente y a mano el botón nuclear.
En 75 años muchas cosas han cambiado y, como recuerdan dos investigadores de la Universidad Erasmus de Rotterdam, esos cambios pueden agravar el riesgo nuclear, justo cuando la opinión pública lo ha ido olvidando, sobre todo en estos tiempos de pandemia.
Las innovaciones en el ciberespacio, con ataques cibernéticos inconcebibles en 1945, unidas a dos nuevas tecnologías en desarrollo avanzado, como son la inteligencia artificial (IA) y las armas de velocidad hipersónica, han hecho cambiar radicalmente la peligrosidad implícita de todo armamento nuclear, según los citados investigadores.
Ha aumentado el peligro de las falsas alarmas, los errores humanos o técnicos o los malentendidos entre países hostiles. Detectar que un sistema informático de defensa contra misiles está siendo examinado desde orígenes desconocidos puede hacer creer en la inminencia de un ataque y desencadenar una represalia anticipada. Si además los dispositivos de vigilancia dependen de programas de IA, éstos pueden tomar decisiones que una mente humana no adoptaría, aplicando un juicio ético, por ejemplo, a las circunstancias en que una orden superior no debería ser ejecutada. Si a esto se une el hecho de que las armas hipersónicas reducen el tiempo de toma de decisiones, las probabilidades de cometer un error irreparable aumentan aceleradamente. Y si ante una señal de alarma se disponía antes de quince minutos de plazo para decidir la respuesta, ahora habrá que decidirlo en menos de cinco. A esto hay que sumar el hecho de que los fallos técnicos, en sistemas tan complejos, pueden ser mayores y acarrear resultados más catastróficos.
La conclusión de todo lo anterior es que es necesario reconstruir y readaptar los sistemas antiguos de control de armas. Esto, relativamente factible en lo relacionado con dispositivos físicos (localizar y contar misiles o lanzadores), es difícil de solucionar en el campo cibernético y el de la IA. Es preciso adoptar la idea de que el nuevo control de armamentos debe incidir en las "restricciones del comportamiento", es decir, sobre el modo de utilizar ambas técnicas dentro del ámbito de las armas nucleares.
A este respecto, las medidas de creación de confianza adoptadas por la OSCE en Viena en 2016, relacionadas con el control de las actividades cibernéticas, habrían de extenderse a la IA. Y también ampliarlas más allá de los 57 Estados miembros de esta organización hasta hacerlas de aplicación universal. La humanidad se juega mucho en ello.
Publicado en República de las ideas el 24 de septiembre de 2020
Escrito por: alberto_piris.2020/09/24 17:42:7.308540 GMT+2
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2020/09/17 18:16:52.744239 GMT+2
El título de un libro que ahora está dando mucho que hablar en EE.UU. es Will He Go? (Twelve, 2020), que traducido al castellano podría ser: "¿Se irá Trump?". O más libremente, quizá expresando los deseos del autor, "¿Lograremos deshacernos de Trump?".
Cuando Trump alcanzó la presidencia de EE.UU. en 2016, dijo que entre tres y cinco millones de votantes ilegales le habían robado su victoria sobre Hillary Clinton, quien le ganó en votos populares aunque perdió el nombramiento.
Entonces, Lawrence Douglas, el autor de Will He Go?, escribió lo siguiente: "[Trump] Podría recurrir al mismo razonamiento dentro de cuatro años, si pierde la reelección. El daño que el candidato Trump podría haber hecho a la democracia americana si hubiera perdido [en 2016] no sería nada en comparación con el daño que puede hacer un presidente en ejercicio si rechaza su derrota". Esta es la idea del nuevo libro, expresada en el subtítulo: "Trump y el cataclismo de la inminente elección en 2020" (Trump and the Looming Election Meltdown in 2020).
Es cortesía democrática conceder la victoria del oponente cuando no se alcanza el nombramiento. Incluso anunciar que se cooperará con el nuevo presidente para facilitar la transición. Nada de esto parece asumible por Trump, que no admite la derrota y ha vulnerado casi todas las normas de la vida política en EE.UU.: utilizó recientemente la Casa Blanca para un acto electoral; ha amenazado con encarcelar a su rival; ha llamado traicioneros (treasonous) a los miembros del Congreso que no aplauden sus discursos; ha buscado la intervención extranjera en el proceso electoral; ha vilipendiado la actuación del Departamento de Justicia; ha utilizado la Presidencia para favorecer sus negocios... La lista de desafueros es muy larga, y ahora trata de desprestigiar el voto por correo criticando al Servicio Postal de la nación y anunciando, sin base alguna, que ese modo de votar está corrompido.
¿Se irá Trump? La respuesta está envuelta en espesa niebla. Hace poco Trump sugirió que si gana en noviembre se presentará "para cuatro años más, porque han espiado mi campaña. Yo tendría que repetir la presidencia". Casi como un niño enfadado que cuando piensa que otro le hace trampas va y cambia las reglas del juego.
Durante en la Convención del partido sus seguidores coreaban ¡Cuatro años más! y él comentó: "Lo que de verdad les volvería locos es que pidierais 'Doce años más'". Y cuando en 2018 el presidente de China suprimió de la constitución la limitación a dos mandatos, Trump declaró que era "formidable" que Xi Jinping pudiera ser presidente toda su vida y sugirió: "Quizá nosotros tendríamos que probar eso alguna vez".
El complejo sistema electoral estadounidense está muy lejos del lema democrático: "una persona = un voto". Es un sistema enmarañado, con distintas legislaciones en los 50 Estados de la Unión y con un absurdo Colegio Electoral que se interpone entre los votos ciudadanos y el resultado final. Los tribunales, además, pueden interpretar unas leyes confusas según el interés del partido que ostente la gobernación en cada Estado.
El argumento del libro, que no se puede resumir en este breve comentario, se orienta más a la posibilidad de que Trump rechace la derrota que al caso de que ganase la reelección usando artimañas. El nombramiento de un Fiscal general presto a actuar como abogado de Trump es una importante ayuda para su triunfo entre los recovecos tortuosos de la legislación electoral.
En lo que bastante analistas estadounidenses parecen estar de acuerdo es que, aunque Trump perdiera la reelección por un amplio margen y llegara a abandonar la Casa Blanca, seguiría deteriorando gravemente la legitimidad del sistema democrático gracias a su propensión a estar siempre en el foco, agitando a sus seguidores en las redes sociales, atacando a su sucesor y proclamando que había perdido las elecciones de modo fraudulento, a fin de preparar su regreso en 2024.
Todo parece indicar que Trump en persona o su sombra ominosa van a perturbar la política estadounidense durante largo tiempo.
Publicado en República de las ideas el 17 de septiembre de 2020
Escrito por: alberto_piris.2020/09/17 18:16:52.744239 GMT+2
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2020/09/09 13:43:4.481369 GMT+2
El 15 de marzo de 2019 un terrorista solitario, de nacionalidad australiana, asesinó brutalmente a medio centenar de fieles musulmanes que asistían al rezo del viernes en dos mezquitas distintas de la ciudad de Christchurch, en Nueva Zelanda. El atacante fue transmitiendo en directo los detalles de su masacre a través de las redes sociales, por las que además hizo circular un largo manifiesto fomentando el odio al islam y contra los inmigrantes, a los que calificaba de invasores. El horror de esta acción hizo estremecerse al mundo entero.
El pasado 27 de agosto se ha dictado sentencia contra ese terrorista, condenado a cadena perpetua sin posibilidad de reducción, algo inédito en NZ. Ese día, ningún medio de comunicación del país reprodujo el nombre del condenado al dar cuenta de la noticia. En su mayoría se centraron sobre las víctimas del atentado y sus familiares.
La razón es que en mayo de 2019, poco después de los hechos, cinco importantes empresas mediáticas nacionales se pusieron de acuerdo para limitar las informaciones publicadas sobre el proceso judicial, a fin de no colaborar con la diseminación de la ideología del asesino. La primera ministra neozelandesa, Jacinda Ardern, aseguró que nunca la oirían pronunciar su nombre, idea a la que se sumó espontáneamente una gran parte de la población.
Se trataba de no repetir la publicidad que recibió ocho años antes el espeluznante caso del terrorista noruego que en julio de 2011 asesinó a 77 personas en un campamento juvenil próximo a Oslo e hizo explotar después una bomba en el distrito gubernamental de la capital. También él había hecho circular por las redes un manifiesto antes de los atentados, que inspiró, ocho años después, al asesino de NZ objeto de este comentario, quien se confesó admirador incondicional del noruego.
Con algunos matices de diferencia, ambos terroristas se definían como fundamentalistas cristianos, defensores del nacionalsocialismo y enemigos de la sociedad multicultural, llamando a una guerra abierta contra el marxismo y el islam, enemigos de las verdaderas esencias cristianas.
El director de la principal radio nacional de NZ afirmó: "Nunca le dejaríamos utilizar sus intervenciones ante el tribunal como altavoz para difundir sus detestables opiniones". Y Ardern juzgó así la dureza de la condena: "Merece una vida entera de silencio total y absoluto". El juez que dictó la sentencia declaró: "Sus delitos son tan perversos que si permanece encarcelado hasta que muera nunca cumplirá los requisitos de ser denunciado y sancionado".
La opinión pública ya le ha castigado también, pues al referirse a estos hechos se utilizan palabras como "basura social", "monstruo", "perdido", etc., en lugar de su nombre propio. El asesino múltiple buscaba con su atroz acción alcanzar fama y notoriedad, como decía en su manifiesto. En Nueva Zelanda, al menos, su esfuerzo ha resultado inútil.
Nota final: La alta comisionada para los Derechos Humanos de la ONU, Michele Bachelet, ha recordado que "de los doce países que mejor han afrontado la pandemia, nueve están dirigidos por mujeres". Eso, a pesar de que menos del 7% de los líderes mundiales son mujeres. Una de ellas es la primera ministra de Nueva Zelanda, ese país antípoda de España del que nos llega ahora una interesante lección sobre el modo de refrenar el barbarismo de los fanáticos de cualquier signo, que predican sus ideas bañándolas en sangre inocente.
Publicado en República de las ideas el 10 de septiembre de 2020
Escrito por: alberto_piris.2020/09/09 13:43:4.481369 GMT+2
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2020/09/03 17:57:27.959122 GMT+2
El más evidente engaño del nuevo acuerdo entre Israel y los Emiratos Árabes Unidos (EAU) venía ostensiblemente pintado sobre el fuselaje del avión que completó en Abu Dhabi el "primer vuelo comercial directo" (como proclamaba la prensa mundial) entre ambos países. En tres idiomas -árabe, inglés y hebreo- la palabra PAZ daba nombre al avión, pero resultaba algo superflua porque nunca han estado en guerra Israel y los EAU, por lo que no había ninguna paz que acordar. Cosa que, por el contrario, sí ocurrió en los tratados firmados por Israel con Egipto (1979) y Jordania (1994).
Por la escalerilla del Boeing bajó una delegación israelo-estadounidense en la que brillaba el yerno de Trump, presunto artífice de una futura paz en Oriente Próximo (el "Tratado del siglo", según Trump, todavía a la espera), poniendo de relieve el decisivo papel de EE.UU. en este insólitamente llamado "Acuerdo de Abraham". No hay que ignorar, sin embargo, que este nombre bíblico resonará muy favorablemente entre los fervorosos seguidores evangélicos del Presidente, ayudando a su reelección en noviembre.
Teniendo en cuenta que los EAU nunca se han distinguido por su defensa del pueblo palestino, es penoso constatar cómo su autócrata gobernante, el jeque Bin Zayed, alardea de que, gracias al acuerdo, se ha logrado que Israel "detenga la ilegal anexión de los territorios palestinos, lo que traerá la paz a la región". Anexión que, como es bien sabido en palabras de Netanyahu, solo ha quedado "en suspenso" y podría completarse en cualquier momento.
Detrás de todo ello se esconde una realidad geopolítica: tanto EE.UU. como Israel se aprovechan de los EAU y su ambición expansiva (que ha le llevado a intervenir en la represión de protestas populares, desde Túnez a Siria, como en Libia y Sudán). Netanyahu envidia la libertad del dictador emiratí, país donde la mayor parte de la población está formada por dóciles inmigrantes asiáticos, incapaces de crear ningún problema interno a su Gobierno.
La nueva alianza (más que un acuerdo) no se ha forjado para ayudar a los palestinos sino para reforzar los intereses que en esta región tienen ambos firmantes, así como EE.UU., ante la inquietud que en ellos genera la política seguida por los Gobiernos de Teherán y Ankara.
Es muy probable que extiendan su mano a Egipto y Arabia Saudí, para crear un frente que les asegure respecto a algunas decisiones que puedan tomar EE.UU., la Unión Europea u otros países de la zona. Juntos, podrían aplastar militarmente a palestinos y yemeníes rebeldes, así como dominar en Líbano y Libia. Frente a tales ambiciones se alzan Turquía e Irán, lo que podría ser origen de serios conflictos.
Gracias al acuerdo, los EAU estrechan lazos con EE.UU. y esperan reforzar su poder militar mediante probable adquisición de los modernos cazas F-35. Aspiran a convertirse en un poder regional que colabore en impedir que la democracia llegue a asentarse en cualquier país de la zona, evitando el riesgo de que surjan nuevas "primaveras árabes" que pongan en peligro el orden establecido.
Por su lado, Trump se apuntará un triunfo espectacular cuando en Washington acudan israelíes y emiratíes a firmar oficialmente el acuerdo, en vísperas de unas elecciones que se le presentan muy cuesta arriba.
En resumen, este presunto acuerdo "de paz" no parece anticipar una mayor estabilidad en la zona, sino reforzar a algunos protagonistas propensos a servirse de la fuerza militar para alcanzar sus objetivos y agravar los enfrentamientos regionales ya existentes.
Publicado en República de las ideas el 3 de septiembre de 2020
Escrito por: alberto_piris.2020/09/03 17:57:27.959122 GMT+2
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2020/08/27 18:33:43.403927 GMT+2
Los analistas políticos están en su mayoría de acuerdo en que las grandes crisis mundiales han traído a la humanidad efectos importantes y duraderos. No hace falta recordar la Gran Depresión de los años 30 del pasado siglo, que indujo al aislamiento nacionalista, el fascismo y acabó en la guerra; más reciente, la crisis financiera del 2008 azuzó las tendencias antisistema y los populismos.
Se especula ahora sobre si la pandemia de la Covid-19 hará crecer las tendencias autoritarias o, por el contrario, servirá para renovar y reavivar la democracia. De momento, lo que se sabe es que en la respuesta al coronavirus unos países han obtenido mejores resultados que otros. Algunas democracias han tenido éxito y otras, no. Lo mismo se ha observado en las autocracias. Han sido más numerosos los países que han respondido mal que los que pueden apuntarse un éxito claro.
Para el conocido politólogo estadounidense Francis Fukuyama, son tres los factores determinantes de ese éxito o fracaso, que no dependen de que el régimen sea o no democrático: la eficacia del Estado, la confianza social y el liderazgo. Allí donde el aparato del Estado es sólido y competente, donde el Gobierno goza de la confianza de los ciudadanos y cuando el liderazgo es firme, la respuesta al coronavirus ha sido eficaz, a pesar del daño infligido a la población.
Por el contrario, esa respuesta ha fallado allí donde el Estado ha actuado de modo disfuncional, la sociedad está dividida o polarizada y el liderazgo ha sido vacilante o débil, de modo que los ciudadanos han sufrido el doble efecto de la enfermedad y de la subsiguiente crisis económica.
Para Fukuyama, esta crisis va a ser duradera, medida en años, no en meses. Algunos de sus efectos evidentes, como el aumento del paro, la recesión económica y el crecimiento de la deuda acabarán provocando tensiones y conflictos políticos, protestas dirigidas ¿contra quién o quiénes? ¿para lograr qué objetivos? Esto se irá viendo al paso del tiempo, y ante ello hay dos posturas: la pesimista y la optimista.
La primera se basa en observar el auge de las ideologías nacionalistas y xenófobas y el ataque a las libertades personales. Renacen los fascismos y se agravan las turbulencias internas en los países más pobres y peor dotados para afrontar la pandemia. (Muchas personas no tienen siquiera fácil acceso al agua).
Si a esto se suman los efectos de la emergencia climática, se pueden crear las circunstancias suficientes para provocar revueltas populares, agravadas por la creciente desigualdad entre ricos y pobres (tanto personas como países). La brutal destrucción de las esperanzas de muchos ciudadanos de todo el mundo tras unos años de sostenido crecimiento es, según Fukuyama, "la fórmula clásica para la revolución".
Pero otra perspectiva más luminosa es también posible. Del mismo modo como la Gran Depresión a la vez que el fascismo y la guerra también trajo una renovación y rejuvenecimiento de la democracia, y abrió el camino a nuevos modos de entendimiento entre los Estados, la pandemia podría ayudar a romper algunos sistemas políticos envejecidos y crear las bases para reforzar y modernizar la actual democracia.
El modo de afrontar la pandemia muestra que más eficaz que la demagogia política al uso es acudir al profesionalismo y la experiencia de los que la tienen. El virus ha puesto de manifiesto los fallos de nuestro sistema, pero también ha mostrado la capacidad de los Gobiernos para dar soluciones a los problemas comunes y la urgente necesidad de reforzar las bases del Estado del bienestar, malparadas desde la crisis del 2008.
La democracia ha mostrado a lo largo de la Historia ser capaz de soportar graves crisis y salir renovada de ellas. Pero son los ciudadanos de todos los Estados los que han de esforzarse porque así sea, uniendo sus esfuerzos ante el enemigo común, el coronavirus, y dejando para más adelante los modos concretos de conservar y reforzar esa preciada y asediada democracia.
Publicado en República de las ideas el 27 de agosto de 2020
Escrito por: alberto_piris.2020/08/27 18:33:43.403927 GMT+2
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2020/08/18 19:25:50.770586 GMT+2
El Gobernador de Georgia (EE.UU.), del Partido Republicano y admirador de Trump, parece dedicar más esfuerzos a derrotar a sus enemigos políticos que a combatir el coronavirus, que ha infectado gran parte del Estado y ha causado unas 4000 muertes. Ha demandado judicialmente a la alcaldesa de Atlanta, la principal ciudad de Georgia, que además de pertenecer al Partido Demócrata es negra (como la mayoría de la población de esa ciudad), para impedirle que haga obligatorio el uso de mascarillas. Ella lo considera una venganza personal, con claras raíces políticas y racistas.
Una carta firmada por unos 2400 médicos, enfermeros y personal sanitario pidió al Gobernador que exigiera el uso temporal de mascarillas, cerrara bares y clubes y limitara las reuniones cerradas y el culto en las iglesias. Le rogaban también que aumentara y acelerara el número de pruebas diagnósticas.
Una doctora de Atlanta, firmante de la carta, declaró: "Nuestra situación se está descontrolando deprisa. Los sanitarios de primera línea están al límite, nos han dejado a nuestro aire para salir adelante como podamos, mientras el Gobernador es incapaz de hacer lo que es necesario para controlar la pandemia".
¿Les suena este tipo de conflicto a los lectores? Política y ciencia médica enfrentadas y sin llegar a entenderse. La primera, obsesionada con alcanzar o mantener el poder; la segunda, luchando contra la enfermedad, para salvar vidas. Ahora tanto más grave en EE.UU., cuando unas inminentes elecciones presidenciales tiñen todas las decisiones que hayan de adoptar las autoridades políticas a cualquier nivel y una efervescencia antirracista se extiende por el país.
La evidente incompetencia de Trump y su errática gestión del poder han llevado a EE.UU. a una situación límite. Cuando en una entrevista se le hizo ver que morían diariamente mil estadounidenses respondió: "Pues es lo que hay. Pero esto no quiere decir que no hacemos todo lo que podemos. [La epidemia] está bajo control todo lo que es posible".
En la Universidad de Seattle se predice que para el 3 de noviembre, el día electoral, habrán muerto 230.000 ciudadanos y a fin de año esta cifra se acercará a 300.000. Por su parte, un científico médico de Houston declaró: "Esto es mucho más que una amenaza a la salud de los estadounidenses: es una extensa y grave crisis de seguridad nacional". Y añadió: "Los ciudadanos normales tienen tanta inseguridad que ya no se atreven a salir de sus domicilios".
Los esfuerzos académicos por resaltar la gravedad de la situación chocan con una especie de inercia popular que acepta las cosas tal como vienen y lleva a creer que poco más se puede hacer. Además, se crea una falsa confianza en espera de una vacuna, que, según el citado científico, difícilmente será eficaz antes de mediados del 2021. Augura también un otoño agónico para EE.UU. y al preguntarle qué habría que hacer en estas circunstancias citó a Churchill: "Cuando estás atravesando el infierno lo mejor es seguir andando. No hay otra elección".
Cuando en el país más poderoso del mundo, con una tecnología y una ciencia siempre en vanguardia y con recursos casi ilimitados, observamos situaciones como la aquí descrita, es cuando menos se entienden algunos fenómenos españoles, como la reciente manifestación popular en la madrileña plaza de Colón (¿dónde, si no?), mal utilizando la palabra "libertad" para oponerse a los esfuerzos de la ciencia médica a fin de vencer al único enemigo real que hoy nos amenaza a todos: el coronavirus.
En fin, ya sabemos que en España "hay gente pa tó".
Publicado en República de las ideas el 20 de agosto de 2020
Escrito por: alberto_piris.2020/08/18 19:25:50.770586 GMT+2
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2020/08/13 18:38:50.907113 GMT+2
Durante la Guerra Fría se construyeron en zonas poco pobladas de EE.UU. unos enormes silos subterráneos para los misiles balísticos intercontinentales que mantenían en vigor la "destrucción mutua asegurada", aquella estrategia de disuasión nuclear que aterrorizó a muchos millones de personas a cambio de enriquecer a las empresas del complejo militar-industrial.
Conocí personalmente a alguno de esos aterrorizados durante mis estancias en Texas y Alabama. Honrados ciudadanos estadounidenses que, en cuanto intimaban con el forastero "aliado" (eso éramos los militares españoles que allí estudiábamos), enseguida le exhibían orgullosos el armario repleto de armas de fuego que la 2ª Enmienda de la Constitución les permitía mantener. Pero ningún grado de confianza con un extranjero les permitiría abrir la entrada al refugio nuclear que algunos de ellos poseían en su patio trasero, bien aprovisionado y preparado para afrontar el temido comienzo de la guerra nuclear que la URSS iba a iniciar en cualquier momento. Solo un absoluto secreto era garantía de supervivencia personal.
Con el paso del tiempo, muchos de aquellos 72 enormes silos construidos en los años 60 y listos para desencadenar el holocausto fueron quedando en desuso, se demolieron e incluso se vendieron. La policía descubrió uno de ellos, transformado en fábrica clandestina del alucinógeno LSD, que producía un tercio del consumo total nacional. En otro se experimentaban formas de vivir artificialmente en Marte.
Un avispado empresario, que antes había sido espía, Larry Hall, adquirió un silo en Kansas por 300.000 $ (inicialmente cada uno costó 15 millones) y lo convirtió en una urbanización (llamada Survival Condo) para la supervivencia de megamillonarios. El silo se transformó en un edificio subterráneo de 15 pisos, cilíndrico y vertical, en el que 75 personas podrían resistir cinco años totalmente aisladas del exterior.
Ahora no se trata de ciudadanos aterrorizados por un posible ataque soviético. Muchos ciudadanos famosos, incluido Trump, alardean de poseer refugios "a prueba de bomba", pero su preocupación no es tanto por una guerra inminente (como durante la Guerra Fría), sino una inquietud por distintos motivos. Accidentes nucleares, colapso del ecosistema, tecnologías descontroladas y agresivas, pandemias, catástrofes naturales, caos económico y violencia popular desencadenada, entre otros.
Clientes no le faltan para sus lujosos apartamentos: un medio piso, por 1.500 millones de dólares; el piso entero, por 3.000; y áticos de 335 m2 a 4.500 millones. En total, 12 apartamentos albergarán en condiciones de máximo lujo y seguridad a 57 inquilinos, que además pagarán 5000 $ mensuales en gastos de comunidad.
Sabedor de los serios problemas psicológicos de una convivencia forzada en un lugar cerrado, ha aplicado todos sus conocimientos sociológicos -que no son pocos- para crear en sus inquilinos "la ilusión de una vida normal". Desde los ritmos circadianos que rigen la vida humana hasta comprar en el supermercado, asistir al cine o jugar con las mascotas: todo está previsto y las más modernas tecnologías de supervivencia y aislamiento total garantizan una vida cómoda durante los cinco años del contrato.
Por supuesto, y enlazando con lo antes comentado, una armería bien provista será el último nivel de defensa personal contra posibles intrusos, si fallaran los complejos mecanismos de defensa que tenía el misil intercontinental, reforzados y actualizados, incluyendo la enorme puerta blindada del complejo, capaz de resistir la explosión de un misil soviético.
El ambiente refinado y plácido de un lujoso hotel no es la finalidad buscada, recuerda Hall: "No se trata del lujo, sino de la supervivencia. Si no se dispone de todo lo demás, se puede caer en distintos grados de depresión o de claustrofobia". A ello contribuyen las piscinas, la vegetación natural, los espacios para hacer deporte, lugares de reuniones sociales y demás: "A nadie le gusta que le recuerden en todo momento que está viviendo como en un submarino".
Resulta paradójico que una instalación creada para destruir a buena parte de la humanidad se haya transformado en un refugio para quienes teman que el mundo que les rodea se ha vuelto hostil y puedan pagarse el capricho.
Publicado en República de las ideas el 13 de agosto de 2020
Escrito por: alberto_piris.2020/08/13 18:38:50.907113 GMT+2
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2020/08/06 18:35:2.295720 GMT+2
En un mundo sacudido por una pandemia sanitaria de la que no se percibe el fin y cuyos efectos económicos solo han empezado a aparecer; aquejado también de una creciente desigualdad entre ricos y pobres; donde la democracia está siendo deteriorada por el auge de ideologías fascistas y el abuso de unas redes sociales donde la mentira circula libremente; y sobre el que se cierne la amenaza de una inminente emergencia climática, un estudio publicado recientemente por la revista The Lancet puede dar al traste con las políticas a medio y largo plazo de casi todos los principales Gobiernos.
Un Instituto de la Universidad de Washington, dedicado a la medición y evaluación de la salud, anuncia que la población mundial seguirá creciendo hasta alcanzar un máximo de 9.700 millones de habitantes en 2064, cuando empezará a decrecer. Algo parecido anunció la agencia demográfica de la ONU para una fecha algo posterior. El resultado de estas valoraciones indica que antes de un siglo el número de seres humanos sobre la Tierra disminuirá sin que esto se deba a ninguna catástrofe o pandemia.
El estudio de la citada universidad describe un mundo que en 2100 será muy distinto del actual. Japón, Italia, España o Polonia, así como otros países, habrán perdido un 50% de su población. La población china se habrá reducido a la mitad y la de Nigeria se habrá cuadruplicado.
Además, el mundo habrá envejecido y esto implicará cambios importantes en muchos aspectos de la vida humana, como la productividad en el trabajo, el tipo de cultura generado e incluso en la planificación de edificios y ciudades. Los países más envejecidos solo podrán mantener su mano de obra gracias a los inmigrantes que, en su mayoría, procederán del África subsahariana, cuya población se habrá triplicado de aquí a 2100.
El antiguo temor a que la Tierra no produjese suficiente alimentación para una población siempre creciente (lo que condujo a la teoría de la "bomba demográfica") habrá desaparecido. El factor fundamental de este cambio, según el director del citado instituto, es que "nos hemos dado cuenta de que en nuestra especie algo ha mutado: las mujeres pueden controlar su fertilidad". Cuando mejora su educación y tienen posibilidad de estudiar carreras y desarrollar actividades, eligen tener menos hijos que los que serían necesarios para sostener la demografía. Una misma tendencia se observa en los suburbios de EE.UU., en las aldeas de la India o en pueblos de Irán.
Algunos Gobiernos se esfuerzan en alentar a sus ciudadanos a tener hijos, con poco éxito. Los bajos índices de natalidad no se deben solo a la libertad de la mujer para procrear. En los países más desarrollados, las encuestas indican que muchas mujeres desearían tener más hijos que los que luego en realidad tienen. El gradual deterioro del Estado de bienestar, los sueldos escasos que debilitan a las clases medias e incluso el temor a las penurias económicas consecuencia de la Covid-19 inducen a las familias a reducir su descendencia.
Si la predicción del Instituto se sustenta en bases sólidas, la realidad de una población más reducida y envejecida va a ejercer una gran presión en los debates sobre el capitalismo y el racismo: "cambiarán todos los modos de organización de nuestra sociedad", afirma el director del estudio.
Desde otros ángulos hay quienes anticipan el hecho de que los intentos por aumentar la natalidad pueden tomar dos vías: una es la de ayudar a las mujeres a que desarrollen sus proyectos de vida y a la vez puedan tener hijos, lo que algunos países (Suecia, Japón o India) han intentado con poco éxito. La otra posibilidad es la de que los Gobiernos autoritarios recurran a métodos punitivos (Irán ha prohibido las vasectomías y el uso de anticonceptivos) que anulen el derecho de toda mujer a su propio cuerpo.
Igual que la política actual de Trump solo fija la atención en las próximas elecciones presidenciales, la política de muchos Estados democráticos apenas ve más allá del próximo periodo interelectoral. Por el contrario, el problema de la transformación demográfica que ahora se anuncia solo puede abordarse con un plazo más largo y los ojos del mundo se dirigen a la ONU, como siempre que algún problema serio aqueja a la humanidad y los Estados se muestran incapaces de resolverlo. Pero la ONU solo puede aconsejar...
Publicado en República de las ideas el 6 de agosto de 2020
Escrito por: alberto_piris.2020/08/06 18:35:2.295720 GMT+2
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2020/07/30 18:46:51.099830 GMT+2
El reputado analista estadounidense Michael Klare, especializado en asuntos de Defensa, nos ha recordado recientemente que el pasado 26 de marzo el coronavirus consiguió algo que "ningún enemigo [de EE.UU.] ha sido capaz de lograr desde el fin de la Segunda Guerra Mundial". Hizo regresar forzadamente a puerto y suspender operaciones al inmenso portaaviones de propulsión nuclear Theodore Roosevelt, de más de 100.000 toneladas de desplazamiento y con unas 5000 personas a bordo.
Cuando la nave atracó en Guam, centenares de marineros estaban infectados por el virus y casi toda la tripulación hubo de ser evacuada. Cuando se hizo público el incidente, se supo que también otros cuarenta buques de guerra, incluyendo un portaaviones (Ronald Reagan) y un destructor lanzamisiles (Kidd), habían padecido brotes de la Covid-19, aunque no con la misma intensidad.
Para el mes de junio la crisis había sido resuelta y la Marina de EE.UU. estaba de nuevo en condiciones de servirse de todos sus buques, aunque algunos con tripulaciones reducidas. Sin embargo, el incidente fue una seria llamada de atención que ha obligado a repensar la tradicional estrategia de EE.UU. de servirse de potentes grupos navales para hacer sentir su poder en todo el mundo y derrotar a los previsibles enemigos. Esa estrategia no parece ser válida cuando una pandemia aqueja al planeta.
Pero también las fuerzas terrestres han visto dificultada su capacidad de actuar en combinación con ejércitos aliados (como en Irak, Japón, Kuwait o Corea), cuando habían de permanecer en rígido aislamiento y las normas nacionales de prevención contra el virus no siempre parecían adecuadas ni fiables.
Los altos mandos de la Defensa han intentado afrontar la situación con remedios de emergencia, manteniendo las misiones de "mostrar el pabellón" en zonas críticas, como el mar Báltico o el de la China Meridional, sirviéndose de los bombarderos nucleares de gran radio de acción (B-52, B-1, B-2), como declaró el jefe del Mando de Ataque de la Fuerza Aérea: "Tenemos la posibilidad de atacar a gran distancia y donde sea, en cualquier momento, con una capacidad de fuego aplastante, incluso durante la pandemia".
Pero el Pentágono se ve forzado a reconocer que algunas de las premisas sobre las que descansa la estrategia global de EE.UU. pueden debilitarse como consecuencia de esta pandemia o de otras que podrán venir después. En especial, se trata de los despliegues militares en países lejanos, en cooperación con ejércitos aliados.
Y todo apunta a que esa "nueva guerra" (el Pentágono imagina nuevas guerras en cuanto cambian algunos parámetros, como la interminable "guerra contra el terrorismo") va a dar trabajo y entretenimiento a la vasta burocracia de la Defensa y va a generar beneficios importantes al complejo industrial-militar, efectos ambos muy asentados en la política estadounidense.
Los nuevos campos a explorar serán los "robots de ataque", los vehículos y naves sin tripulación y el uso extensivo de bases en lejanos territorios. La Marina apunta hacia "barcos sin marineros" de tamaño reducido, minidestructores y armas inteligentes. Las fuerzas terrestres buscarán el modo de desplegar pequeñas unidades de gran movilidad en islas controladas por EE.UU. u otros territorios afines, utilizando misiles en el combate a gran distancia y armas robóticas para la lucha táctica.
La persistencia del Pentágono en seguir considerándose el elemento fundamental para la seguridad del pueblo estadounidense, incluso cuando ésta se ve puesta en peligro por un virus y no por ejércitos enemigos, es una muestra más de la inercia con la que los mecanismos de la Defensa en todo el mundo tienden a reproducirse y perpetuarse, con independencia de cuál sea la amenaza real de la que hay que protegerse.
Publicado en República de las ideas el 30 de julio de 2020
Escrito por: alberto_piris.2020/07/30 18:46:51.099830 GMT+2
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2020/07/23 19:26:49.829694 GMT+2
El pasado jueves, 16 de julio, se cumplió el 75º aniversario de la primera explosión nuclear causada por manos humanas. Se la denominó Trinity y tuvo lugar en el polígono de pruebas de misiles de White Sands, también conocido como Alamogordo, en el Estado de New Mexico (EE.UU.).
Se hizo explosionar una bomba de plutonio de unos 20 kilotones de potencia, similar a la que poco después arrasaría Nagasaki poniendo fin a la 2ª G.M., que aún proseguía en el Pacífico tras la derrota en Europa de la Alemania nazi. Era el colofón del llamado Proyecto Manhattan, desarrollado por EE.UU. con colaboración británica y canadiense.
Su finalidad era desarrollar un arma atómica antes de que lo pudiera hacer Alemania. Merece la pena reproducir aquí el comentario de un periodista estadounidense que, como cita Anselmo Santos en su "Stalin el Grande" (Edhasa 2020), alabó la tenaz resistencia del Ejército Rojo, sin la que Hitler probablemente se hubiera hecho con la bomba atómica, y añadió, con una pizca de humor: "Stalin murió sin enemigos [...] los había matado a todos [...] pero los que estamos vivos le debemos nuestro agradecimiento".
Desde entonces las pruebas nucleares realizadas en la atmósfera por los Estados que fueron fabricando este tipo de armas han añadido al aire que respiramos los residuos nucleares de unos 428 megatones, el equivalente a unas 29.600 armas como la que destruyó Hiroshima. Las corrientes aéreas y marinas los dispersaron por todo el planeta, dañando con su radiación los sistemas ecológicos en la tierra, los océanos y la atmósfera.
Esta es la realidad tras las más de 2000 pruebas nucleares que siguieron a Trinity, de las que una cuarta parte tuvieron lugar en la atmósfera y corrieron a cargo, principalmente, de EE.UU., la URSS, Reino Unido, Francia y China, precisamente los cinco Estados, ahora nuclearizados, que configuran el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas.
Del mismo modo que todavía se encuentran hormigas cuyos cuerpos contienen diminutas partículas de "trinitita" (así se denomina el material radiactivo formado por los granos de arena que fueron vitrificados en aquella primera explosión nuclear), los efectos de estas pruebas en todo el mundo sobrepasan con mucho lo meramente visible. Muchos fueron los pueblos que los sufrieron, pues esos experimentos se llevaban a cabo lejos de los poblados centros metropolitanos, en regiones marginales o incluso en países periféricos como Kiribati o Kazajistán. Sus descendientes aún conservan en el ADN el rastro de aquellas explosiones.
Tras 75 años de nuclearización militar del planeta parece obligado apuntar hacia una eliminación total y perpetua de las pruebas nucleares. Y aspirar, en último término, a que entre en vigor con alcance universal el tratado de prohibición absoluta de las pruebas con armas nucleares, conocido como CTBT. Aunque 168 países ya lo han ratificado (incluyendo Francia, Reino Unido y Rusia), faltan por hacerlo otros que, como EE.UU., China, India, Irán, Israel, Corea del Norte o Pakistán, parecen no haber renunciado a esa enorme aberración estratégica que se conoce con el nombre de "disuasión nuclear".
Vivimos ahora tan preocupados, porque una partícula del coronavirus pueda alcanzarnos a uno o dos metros de distancia de una persona infectada, que hemos olvidado los residuos radiactivos que sobreviven en nuestro sistema ecológico tras más de dos mil pruebas nucleares. Si a esto sumamos la amenaza de la inminente crisis climática, hay sobradas razones para tomar en serio las emergencias que nos conciernen, fomentando la solidaridad entre todos los habitantes de este planeta y la de éstos con la naturaleza en la que vivimos inmersos.
Publicado en República de las ideas el 23 de julio de 2020
Escrito por: alberto_piris.2020/07/23 19:26:49.829694 GMT+2
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