El aspecto exterior del embrollado conflicto que hace ya varias décadas tiñe de sangre las tierras palestinas sigue mostrando, por un lado, a un poderoso Estado invasor, ocupante y violador de los derechos humanos y, por el otro, a un pueblo invadido y ocupado, que sufre a diario la humillación de vivir bajo la bota del ocupante. Pero los entresijos del problema no siempre están a la vista.
Son precisamente esos aspectos ocultos los que determinan el curso de los acontecimientos de un modo que a menudo aparece como inexplicable e inclina a gran parte de la opinión pública a la desesperanza y a aceptar la idea de que el enfrentamiento entre el Gobierno de Israel y la Autoridad Palestina no tiene solución y continuará como un cáncer incurable en el cuerpo de la humanidad.
Ante los cruentos acontecimientos de estos días, un comentario muy extendido en los medios internacionales es que el pueblo de Gaza se ha merecido el brutal y desproporcionado castigo al que le está sometiendo Israel, porque ha elegido libremente ser gobernado por Hamás, organización declarada terrorista por las potencias occidentales.
Además, se da por buena la hipótesis oficial del Gobierno israelí de que su país tiene derecho a defenderse y que, por eso, seguirá atacando a la población gazatí hasta alcanzar los objetivos propuestos, nunca muy explícitamente declarados.
Profundizando en la situación pronto se hallan aspectos interesantes y poco conocidos. Jaled Meshal es el actual jefe político de Hamás, organización a la que dirige desde Damasco. Aunque alabó inicialmente a quienes "secuestraron a los colonos" (los tres jóvenes judíos asesinados, que han sido el detonante de la actual crisis), negó tener conocimiento previo del hecho e insistió en que Hamás no estaba implicada en él. Es fácil deducir que las consecuencias del suceso han sido desastrosas para los planes políticos que él pretendía desarrollar desde que se alcanzó la reconciliación entre Hamás y Al Fatah.
El objetivo político de Hamás venía siendo conservar su estatus como fuerza hegemónica en Gaza, tanto en el ámbito civil como en el militar. En este último aspecto nada ponía en duda su hegemonía, ni siquiera Israel, que parece renunciar a reocupar la franja por el elevado desgaste que esto le supondría. Pero es en el campo político donde aparecen serias fisuras, propiciadas por la agravada crisis económica que aqueja a la franja y por el cambio de actitud de Egipto, que ha cerrado su frontera, cortando la entrada clandestina de suministros y armas.
A lo anterior se suma el estrangulamiento del generoso apoyo financiero que llegaba desde Catar, por exigencia de Arabia Saudí, Baréin y los emiratos del Golfo, que reprochan a la monarquía catarí su apoyo a Hamás, a la que consideran afín a la Hermandad Musulmana egipcia y a las milicias que combaten en Siria. Todo lo cual va en contra del futuro que Arabia Saudí aspira a configurar en la región.
En tan crítica situación la dirección de Hamás es consciente de que no controla a algunos de sus grupos. Estos reiniciaron los ataques con cohetes como respuesta a los indiscriminados arrestos que Israel efectuó en Cisjordania tras el secuestro. Después, Meshal pidió auxilio a los Gobiernos de Turquía y Catar, para que intercediesen ante Israel y así poner fin a la violenta represalia que se abate sobre Gaza; a la vez, demandó a las organizaciones civiles gazatíes que se unieran frente a la agresión israelí, revelando de ese modo las fracturas que aparecen en su seno.
Si la reconciliación entre Hamás y la Autoridad Palestina sobrevive a esta crisis, como parece probable dado que favorece a ambas partes (frena las críticas internas a la AP por su cooperación con Israel en materias de seguridad y respalda a Hamás en el esfuerzo por rehabilitar su imagen), será imprescindible que EE.UU., Europa o Naciones Unidas den los pasos necesarios para alcanzar un alto el fuego temporal y retomar las reglas del juego aceptadas tras las represalias de noviembre de 2012.
Esto no llevaría a una solución inmediata del problema, pero al menos evitaría que ambos pueblos sigan sufriendo los efectos de la guerra: la alarma en Israel por los lanzamientos de cohetes que pueden producir víctimas inocentes, y la brutalidad israelí destruyendo sistemáticamente viviendas e infraestructuras gazatíes y aplicando vengativamente la Ley del Talión para multiplicar las víctimas palestinas.
Como comentaba un reciente editorial de Haaretz, no son pocos los dirigentes israelíes que desearían retornar al estado anterior de "guerra de baja intensidad" y de conflicto permanentemente estancado, con tal de que los cohetes palestinos dejaran de llover sobre su territorio. Muy certeramente, un informe de la BBC apuntaba: "En siete días se ha pasado de la guerra que parecía que nadie deseaba a la que parece que nadie sabe cómo detener". Así suelen ser las cosas relativas al conflicto palestino-israelí, como se lee al comienzo de este comentario.
Publicado en CEIPAZ el 14 de julio de 2014
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