Durante la Guerra Fría, tras haberse producido momentos de enorme riesgo por la amenaza de una guerra nuclear, se fueron articulando diversos tratados y acuerdos internacionales con el fin de evitar la repetición de situaciones límite. Desaparecida la Unión Soviética, esos tratados tuvieron a raya la temida proliferación desordenada de tales armas.
Hubo altibajos, incumplimientos de lo acordado, amenazas de empleo del arma nuclear, desconfianzas recíprocas y oscuras predicciones sobre un futuro ominoso mientras esas armas siguieran existiendo. Pero la humanidad sorteó tres cuartos de siglo sin que se produjera "lo impensable". Durante algunos años se mantuvo una situación de sosegado equilibrio en la que las más graves alarmas nucleares surgieron en accidentes durante el uso civil de esa energía.
Tal era el rechazo hacia las armas nucleares que existía en gran parte del mundo que en julio de 2017, en la Asamblea General de la ONU, ciento veintidós Estados votaron a favor de un Tratado de Prohibición de armas nucleares (Véase mi anterior comentario al respecto). Sería el tratado que haría innecesarios todos los anteriores porque, si llegara a entrar en vigor, las armas nucleares desaparecerían de la faz de la Tierra.
Esto ocurrió el mismo año en que Trump irrumpió en la Casa Blanca y las esperanzas se congelaron. Bajo su mandato, EE.UU. se ha retirado del llamado Plan de Acción, que tenía por objeto evitar el desarrollo de armas nucleares en Irán. Abandonó después el tratado que limitaba el empleo de proyectiles nucleares de alcance intermedio (los llamados "euromisiles", que movilizaron a la opinión pública europea, y sus equivalentes soviéticos, como los instalados en Cuba).
Y estos días apuntan serios indicios de que Trump, siguiendo las sugerencias de su consejero de Seguridad Nacional, el exaltado John Bolton, considera abandonar otro importante tratado: el que prohíbe las pruebas de armas nucleares (conocido internacionalmente como CTBT: Comprehensive Nuclear-Test-Ban Treaty). Para justificarlo, acusa a Rusia, sin mostrar prueba alguna, de haberlo violado, lo que sería la primera y única infracción desde que Moscú lo firmó el año 2000.
Como fichas de dominó que van cayendo una tras otra, el abandono del tratado CTBT erosionaría peligrosamente los cimientos del fundamental Tratado de No Proliferación de Armas Nucleares, que en 1995 fue prolongado indefinidamente al estar en vigor la prohibición de todo tipo de pruebas. El resultado final sería volver al desbarajuste de aquellos años de posguerra en que muchos Estados veían en la nuclearización de sus ejércitos la base de su defensa y el eje de su prestigio. Además, como consecuencia del tratado CTBT, existe hoy un Sistema Internacional de Vigilancia, que detecta las explosiones nucleares con más de 300 estaciones sísmicas, hidroacústicas, de infrasonidos y radiaciones nucleares, desplegadas en todo el Planeta.
En breve plazo tendrá lugar la conferencia bianual de revisión del citado tratado. La postura de Washington se observa con desconfiada expectación, porque Trump acusa al sistema de vigilancia de no haber denunciado las (presuntas) pruebas rusas y le achaca falta de fiabilidad, lo que a su juicio invalida la eficacia del tratado.
Trump se resiente sistemáticamente de cualquier compromiso internacional que parezca limitar del poder de EE.UU., incluida la ONU. Pero debería saber que, desechando el tratado CTBT, se pone en riesgo la situación internacional, ya asentada, de no proliferación nuclear, lo que puede llevar a una nueva carrera de armamentos.
El eslogan que rigió la campaña electoral de Trump, "¡Estados Unidos, primero!" (America First!), aparentemente inocuo, encierra en sí una seria amenaza porque implica: "Los demás, después; si pueden y si les dejamos". Y en ese "demás" está incluida gran parte de la humanidad.
Publicado en República de las ideas el 5 de septiembre de 2019
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