El viernes de la semana pasada, el anterior ministro griego de Finanzas, Yanis Varoufakis, al relatar lo que él calificó de "sórdida operación" que ha llevado a Grecia a la situación actual, escribió en el diario británico The Guardian: "Siguieron cinco meses de negociaciones bajo la asfixia monetaria y el caos bancario supervisado y administrado por el BCE. Estaba escrito en el muro: si no capitulamos, pronto soportaremos controles de capital, cajeros automáticos limitados, cierre de bancos y, por último, la salida del Eurogrupo".
Añadía: "En 2012, el ministro alemán de Finanzas, Wolfgang Schauble, decidió que los costes de la salida de Grecia eran una 'inversión' que merecía la pena, para disciplinar a Francia y sus simpatizantes, pero la perspectiva ha seguido aterrorizando a casi todos los demás". Aterrorizar: esta es la idea en la que se basó un dirigente de Podemos para afirmar que la respuesta de Bruselas (mejor dicho, de Berlín) a la crisis griega podría calificarse de terrorismo a la luz de la legislación española: ¿No es terrorismo todo lo que tiene por objeto aterrorizar a pueblos y gobernantes para lograr un fin político?
Según Varoufakis, tras la crisis mundial de 2008-2009 Europa no supo reaccionar. ¿Debería haberse preparado para expulsar a un miembro -Grecia- a fin de fortalecer la disciplina? ¿O moverse hacia una federación? No hizo ninguna de ambas cosas y "su angustia existencial siguió aumentando". En su opinión, Schauble está convencido de que, tal como están las cosas, la salida de Grecia despejaría la situación ("limpiaría el aire", dijo), de modo que, de repente, la insostenible deuda griega -sin la que no habría riesgo de salida- se le convirtió en un instrumento útil.
En esas estamos, con el Gobierno de Syriza en punto muerto: si acepta las nuevas exigencias, el partido se deshará y habrá elecciones. La otra opción, abandonar el euro y volver al dracma, quizá condujese a una mejor situación a muy largo plazo, según algunos analistas, pero implicaría una penosa transición. Varoufakis lo explicaba en su artículo, con un ejemplo práctico: "Para salir [del euro] tendríamos que crear una nueva moneda desde cero. En el Irak ocupado, la introducción de una nueva moneda duró casi un año, veinte aviones Boeing 747, la movilización de todo el poder militar de EE.UU., tres empresas impresoras y cientos de camiones. Careciendo de esos medios, nuestra salida del euro equivaldría a anunciar una devaluación con 18 meses de anticipación, lo que sería la receta para liquidar todos los depósitos griegos de capital y transferirlos al extranjero por todos los medios posibles".
La postura de Tsipras y su partido, Syriza, es muy delicada pero existen otros motivos que la agravan aún más. Su coalición con un partido ultraconservador, como es Griegos Independientes (ANEL), le complica mucho las cosas. Máxime cuando precisamente ha entregado la cartera de Defensa a su secretario general Panos Kammenos. La complicación es doble: atañe a las relaciones internacionales y al gasto militar.
Sorprende saber que, dentro de la OTAN, el gasto de Defensa de Grecia en relación con el PIB solo es superado por EE.UU. y el Reino Unido. Y que esta aparente rareza obedece a un viejo contencioso con un país tradicionalmente hostil y, a la vez, socio de la OTAN: Turquía. De ahí que todos los Gobiernos que se han sucedido en Atenas hayan mantenido tan anómala situación.
Situación, por otro lado, reforzada por la OTAN, que en su obsesión por aislar a la URSS del Mediterráneo extendió sus tentáculos hasta el sudeste euroasiático, considerando a Grecia y Turquía un flanco vital en su estrategia para acosar y rodear a la Unión Soviética.
Las exigencias del Eurogrupo para reducir -también- el gasto militar griego, dentro de las medidas de austeridad, encontraron fuerte resistencia en Atenas y tampoco fueron bien recibidas en la OTAN. Aunque se movían a un nivel muy inferior al de la deuda griega (unos 300 ó 400 millones de euros) tocar el dinero militar no es bien visto por los griegos. Ni por el Fondo Monetario Internacional, cuyas reglas prohíben incluir recortes militares en cualquier programa de ayuda. Curioso detalle que, unido a sus carencias democráticas, pone en evidencia ciertas debilidades básicas del susodicho fondo.
Subsiste, pues, entre Grecia y Turquía una semioculta carrera de armamentos que resulta absurda entre miembros de una misma alianza militar. Su Secretario General, ante el interés de Atenas por establecer vínculos con Moscú, ha asegurado que "Grecia ha sido y sigue siendo un socio de confianza" de la OTAN, a la vez que expresaba preocupación por la posible salida del euro, que debilitaría el compromiso griego con la Alianza.
Que el futuro de Grecia es muy oscuro es algo que se confirma al conocer las declaraciones de Martin Schulz, actual presidente alemán del Parlamento Europeo, que ejerce como dirigente del grupo socialdemócrata. Según publica The Guardian Weekly, sugirió "derribar el Gobierno griego democráticamente elegido y sustituirlo por otro Gobierno de tecnócratas". Si desde la socialdemocracia europea se propugna semejante aberración, no es de extrañar el auge de los partidos que buscan nuevos modos de hacer política en beneficio de los pueblos que sufren los efectos de las viejas prácticas habituales.
República de las ideas, 17 de julio de 2015
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