La Historia de la humanidad ha mostrado que la configuración del mundo en tribus, feudos, reinos, imperios, etc., ha sido el resultado de enfrentamientos violentos, guerras, engaños y genocidios. Para atenuar su maligna incidencia sobre la vida de los seres humanos se organizaron tratados o conferencias de paz, alianzas y sociedades de naciones que buscaban la resolución de los conflictos internacionales en mesas de negociación y lejos de los campos de batalla. Esto culminó hace 70 años con la fundación de la Organización de las Naciones Unidas.
Precisamente bajo los auspicios de la ONU se celebró a finales del pasado año la "XXI Conferencia Internacional sobre el Cambio Climático" que ha venido a poner de relieve la peligrosa relevancia que ha adquirido un nuevo imperio que puede dar al traste con el progreso logrado hasta hoy por la humanidad.
Es un imperio en la sombra, carente de ciudades, sin una capital ni una corte imperial; sin ejércitos, bombarderos, escuadras, bombas atómicas o drones. Utiliza unas poderosas fuerzas que despliegan por tierra, mar y aire: sequías, incendios e inundaciones, olas de frío o de calor, supertormentas y ciclogénesis explosivas arrasan las tierras habitables y siembran la muerte y la miseria por donde pasan. En los casquetes polares se funden los espesos mantos de hielo, elevando el nivel del mar y arrebatando a la humanidad archipiélagos y vastos espacios litorales. Los mares anegarán algunas de las principales ciudades del mundo si no se contraataca a tiempo.
A su lado, el hoy temible Estado Islámico, que concita todos los miedos y recelos de la humanidad, es un enano despreciable, apenas capaz de invadir un par de países del Medio Oriente, mientras que el nuevo imperio amenaza con apoderarse de la totalidad del planeta sin excepción alguna.
Este imperio tiene un nombre oficial: Cambio Climático. Sus designios y naturaleza están basados en las simples leyes de la Física, a las que ningún ejército puede vencer y con las que ningún Gobierno podrá sentarse a negociar. Su fuerza la obtiene de la desmedida ambición de algunos grupos humanos, de la ceguera de otros y de la falta de una acción coordinada, urgente e intensa del resto de la humanidad para derrotarlo mientras sea posible.
La situación en el campo de batalla es esta: desde el comienzo de la revolución industrial la temperatura de la Tierra ha aumentado en 1ºC, y los científicos piensan que un aumento ulterior de 2º producirá transformaciones irreversibles y letales para la vida humana. En París se ha acordado aspirar a un aumento máximo de 1,5ºC, cifra que infunde optimismo en relación con lo poco que se esperaba de esa conferencia pero que es un desastre en términos reales, tras haber perdido dos décadas en infructuosas polémicas desde la primera conferencia de 1995.
Veinte años de lucha contra las presiones de la poderosa industria mundial de los combustibles fósiles y contra la debilidad de los Gobiernos incapaces de tomar medidas impopulares que dañaran sus esperanzas electorales. El tiempo perdido solo podría compensarse con una gran rapidez en la adopción de medidas tajantes: alto a las nuevas perforaciones, prohibición del fracking, apoyo ilimitado a las energías limpias y renovables: aerogeneradores, paneles solares, mareas, etc. Revisión total de las políticas carboníferas y extractivas, porque de nada sirve controlar el consumo de los combustibles fósiles si no se frena la producción y si no se adopta la decisión de "dejar en el subsuelo para siempre toda la energía no extraída de origen fósil".
Nadie espera que así suceda, pues los mismos delegados gubernamentales que en París prometían controlar la demanda de combustibles fósiles, de regreso a sus capitales y para fomentar el empleo y la recuperación económica promueven el crecimiento ilimitado y cierran los ojos ante sus consecuencias. La industria mundial de la energía fósil dispone todavía de cinco veces más carbono que el que puede consumirse y no está decidida a prescindir de él. Como reveló el famoso "escándalo de la Exxon" (falseamiento malicioso de datos científicos para minimizar el negativo efecto de los gases de invernadero), los poderosos grupos de presión de las industrias extractivas están decididos a seguir funcionando como hasta ahora, aunque solo sea durante una o dos décadas, en tanto se satisfagan sus expectativas de beneficio.
Los poderes dominantes están contentos: en París han obtenido el resultado de veinte años de negociaciones y se congratulan por ello. La ciencia al servicio de la industria les asegura que las energías renovables no estarán del todo listas hasta mediados del siglo actual, justo lo necesario para seguir obteniendo máximas ganancias durante el intervalo. ¿Por qué apresurarse?
Solo la tenaz voz acusadora de los cada vez más activos movimientos medioambientales seguirá urgiendo a los Gobiernos para que abandonen sus políticas de resultados a corto plazo y reflexionen sobre la perniciosa herencia que dejamos a nuestros descendientes en forma del carbono atmosférico que hará cada vez más difícil su vida sobre el planeta.
Conclusión: En un mundo regido por el más frío capitalismo solo se vencerá al cambio climático cuando invertir en la industria de las energías renovables genere más beneficios que hacerlo en la energía fósil.
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