En una crónica de la enviada especial de El País a Túnez, publicada el 23 de septiembre, un salafista defendía la posición política y religiosa de sus correligionarios, argumentando que "a las gentes de hoy solo les preocupa el dinero, mientras que a nosotros solo nos interesa Dios". Y añadía: "Rezamos, trabajamos, comemos y dormimos. Somos pacíficos, pero si alguien insulta a Dios o al Profeta cruza una línea roja"; en ese caso, concluía, "hay que atacar".
Esta argumentación en boca de un hombre joven, vendedor de artículos religiosos frente a una mezquita de la capital tunecina, refleja el modo de pensar de amplios sectores del mundo musulmanes, hoy alborotados contra Occidente, mucho mejor que los elaborados ensayos con que se esfuerzan por compaginar culturas claramente enfrentadas algunos intelectuales ideológicamente a caballo entre los países democráticos occidentales y los que deciden regirse por la ley religiosa. Es decir: los que de común acuerdo regulan su convivencia mediante textos constitucionales preparados y aprobados por consenso de los ciudadanos y los que con el mismo propósito solo aceptan la llamada ley islámica, basada en libros pretendidamente sagrados o emanados directamente de la voluntad divina.
La argumentación del joven salafista contiene varios puntos sobre los que conviene reflexionar. La contraposición entre los que solo están interesados por Dios y los que solo les preocupa el dinero no pasa de ser una figura retórica, que quizá apunta también, con una irónica segunda intención, a las argucias teológicas del cristianismo para conciliar el culto a Dios y al dinero. Es el dinero procedente de ciertos países árabes -como Arabia Saudí y Catar- el que se vuelca a raudales sobre algunos de los países que han protagonizado la "primavera árabe", precisamente para reforzar en ellos las tendencias más extremistas de la religión islámica. El dinero saudí financia las escuelas coránicas donde se familiariza a la juventud con la violenta tendencia wahabista que no reniega de la guerra santa contra el mundo infiel.
Volviendo a las palabras del salafista citado, tras enumerar cuatro actividades inocuas de su vida cotidiana -"rezamos, trabajamos, comemos y dormimos"- que parecen conducir a un terreno de plena normalidad humana, incurre en una nueva y flagrante contradicción al asegurar su carácter pacífico -"somos pacíficos"- y a la vez brutalmente agresivo -"hay que atacar"-. ¿Cuándo hay que atacar?: "Cuando se insulta a Dios o al Profeta".
Si esa contradicción es más que evidente, la causa por la que se incurre en ella es el punto culminante de estas consideraciones, dada su irracional subjetividad y su práctica imposibilidad de ser regulada por ninguna ley humana (¿quién determina cuándo se insulta a un Dios o a un Profeta, sino el mismo Dios y el mismo Profeta?), lo que remite de nuevo a interpretar textos o palabras divinas de imposible correlación con cualquier normativa elementalmente democrática.
Considerar punible el insulto a un dios, a un profeta, a un amado líder o a un caudillo invicto, lo que en los regímenes dictatoriales puede conducir a prisión o incluso a la muerte, revela, en el fondo, una gran falta de confianza en dioses, profetas, líderes o caudillos, que parecen necesitar que algún código les proteja. Como decía Martín Pallín al mostrar su opinión contraria a que la blasfemia estuviera incluida en el Código Penal español: "Es una enorme arrogancia que un ser humano deba proteger a su Dios omnipotente".
Entre los muchos obstáculos que se oponen al progreso de una alianza de civilizaciones entre el occidente democrático y el oriente teocrático ocupa un lugar destacado esa arbitraria designación de "líneas rojas", como explica el joven salafista tunecino, que una vez atravesadas parecen justificar el asesinato o el ciego atentado terrorista, como ha ocurrido ya en numerosos casos, desde la vieja condena de Salman Rushdie hasta el reciente asesinato del embajador de EE.UU. en Libia.
Concluiré este comentario con un par de sugerencias al hilo de lo expuesto. En este mundo en el que, a pesar de los errores y fracasos leninistas y estalinistas, bastantes aspectos de las teorías económicas de Marx siguen teniendo valor, no está de más recordar que en el pujante renacer de los islamismos más radicales juegan un papel importante los petrodólares de las llamadas "monarquías del Golfo". ¿Qué hubiera ocurrido si Mahoma, en vez de nacer sobre un inmenso mar de petróleo subterráneo, aunque él entonces no lo sabía, hubiera venido al mundo en cualquiera de esos territorios carentes de todo tipo de recursos naturales?
La paradoja se acentúa si, además, consideramos que gracias a esos yacimientos, las tiranías medievales del Golfo gozan del favor inconmovible de EE.UU. y las democracias occidentales, aunque desde aquéllas se esté apoyando y financiando a las ideologías más extremistas, no muy alejadas de las que desencadenaron el terror de aquel 11-S estos días recordado.
CEIPAZ, 24 de septiembre de 2012
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