La amplia conferencia que el pasado martes reunió en Kabul a representantes de más de setenta países implicados en el conflicto de Afganistán se ha movido en dos planos distintos. Ambos tienen fuerte incidencia en el presente y el futuro inmediato de este país, sumido en una guerra que dura ya nueve años.
Por una parte, los donantes de la coalición han aceptado aumentar el porcentaje de ayuda que administrará directamente el gobierno de Kabul (del 20 al 50%) a pesar de la desconfianza que inspira la comprobada corrupción que emana de la capital y alcanza todos los rincones del país. Era una exigencia de Karzai a la que resultaba muy difícil oponerse, cuando todos los afanes de los países allí reunidos se centran en encontrar el modo de salir del avispero afgano. Este es el plano económico, el que más notoriedad ha alcanzado en los medios de comunicación
El segundo plano es el estratégico, donde el objetivo principal es determinar una fecha en la que las inquietudes de la opinión pública occidental vean la luz a la salida del túnel y se pueda empezar a hablar de una recuperación de la soberanía afgana, ahora en régimen de ocupación militar de facto. Se ha acordado que el gobierno de Kabul asumirá todas las responsabilidades de un Estado normal el año 2014. No habrá cambios de estrategia, por lo que ha podido conocerse hasta el momento. Sobre una trampa que esta estrategia encierra y que dificulta su ejecución trató mi comentario de la semana pasada, anticipando la celebración de la conferencia. Pero hoy conviene aludir a algo de más calado, algo que va más allá de las ayudas económicas o los planes estratégicos.
Por importantes que sean los dos planos antes citados y la incidencia que han tenido sobre los resultados de la cumbre, poco se ha hablado de un tercer plano, de la máxima importancia, que constituye el verdadero telón de fondo de lo que sucede en Afganistán. La óptica occidental a través de la que la OTAN, EEUU y otros países observan lo que allí sucede no les permite abarcarlo en su totalidad. Para ello, hay que ampliar el mapa geopolítico y extender el campo de visión a Pakistán, la India y Cachemira. Y, por otra parte, reducirlo, aplicando a Afganistán un zum de gran aumento.
Empezando por esto último, se constata que en este país se viene librando una guerra civil desde los años setenta: entre los pueblos del norte y los del sur, entre los tayikos y los pashtunes, entre los aldeanos y los ciudadanos, entre el islam y la secularización. Sobre esta guerra cayó de improviso la invasión aliada de 2001. El ocupante, sin previo análisis ni información, se vio combatiendo del lado de los norteños, los ciudadanos, el laicismo (dentro de lo que esto puede significar en el mundo islámico) y los tayikos. Esa guerra es vista desde dentro de Afganistán como la rebelión pashtún contra un régimen dominado por tayikos, uzbekos y hazaras (éstas son las cuatro etnias principales). A pesar de que Karzai es pashtún, su gobierno, bajo presión de la OTAN, ha instalado en Kabul el régimen de la antigua Alianza del Norte, que combatió a los talibanes y a los pashtunes, a pesar de que éstos constituyen la mayoría demográfica del país. Esta grave causa de conflicto no ha sido ni siquiera abordada por la conferencia internacional.
Cambiando el zum por el gran angular, entran en escena Pakistán y la India, así como el conflicto pendiente entre ambos sobre la soberanía de Cachemira. Tampoco de esto se habló en Kabul el pasado martes, a pesar de implicar a dos grandes países -uno de ellos una inminente superpotencia-, provistos de armas nucleares. Dos Estados, además, con fuertes intereses -aunque de distinta naturaleza- en Afganistán.
El hecho es que ambas potencias se enfrentan en la sombra sobre terreno afgano. Para los militares que ejercen el poder de facto en Pakistán, cualquier presencia india en Kabul es un peligro en un territorio que para ellos es la retaguardia estratégica. Los servicios de inteligencia pakistaníes apoyaron a los talibanes y los cuidaron a fin de seguir controlando la política afgana. Presionan a Karzai para que de algún modo acepte en su gobierno a algunos sectores talibanes "moderados"(?). Ni EEUU ni la OTAN advirtieron la complejidad del problema.
Según comenta el historiador William Dalrymple, especialista en Asia central y meridional, esta situación es una oportunidad que la India no debería desaprovechar. Sugiere que convendría alcanzar un acuerdo por el que la India renunciaría a su presencia en Afganistán a cambo de que Pakistán diera por concluido el viejo conflicto de Cachemira; y para satisfacer a la OTAN, Pakistán habría de poner fin a la presencia de Al Qaeda en sus territorios fronterizos. Es difícil, si no imposible, llegar a una solución regional satisfactoria ignorando las raíces de este problema. Y es casi seguro que si la OTAN aplicara sus esfuerzos diplomáticos en esta dirección, el resultado sería mucho más positivo que lo que está consiguiendo con sus ofensivas militares, los ataques de sus aviones no tripulados y su visión alicorta de lo que allí está en juego. Reconocer que, en el fondo, la OTAN solo puede ejercer un papel secundario no es del agrado de ninguno de los aliados, pero probablemente se acerca más a la realidad que las teorías que se sustentan en su Cuartel General bruselense.
Publicado en República de las ideas, el 23 de julio de 2010
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