Un reciente ataque terrorista en Oriente Próximo apenas ha recibido en los medios de comunicación españoles la atención que merece, quizá porque estos se han visto absorbidos por una abundante catarata de noticias locales.
Han estado tratando sobre la necesidad de abordar seriamente la lucha contra la violencia machista en nuestra sociedad; sobre la convocatoria electoral en Cataluña, último hito del caleidoscópico conflicto que agita a esta comunidad (caleidoscópico, porque unos pocos elementos, debidamente agitados, proporcionan sin cesar nuevas e insólitas imágenes); han continuado aludiendo a la persistente corrupción que aqueja, sobre todo, al partido de Gobierno; así como a las ya habituales angustias que producen el paro, la economía, los bajos salarios, la sequía, la contaminación atmosférica, etc. etc.
Todo eso les impidió resaltar un sangriento atentado perpetrado el viernes (día sagrado) de la pasada semana por musulmanes suníes del Estado Islámico (EI) contra musulmanes sufíes en un poblado al norte del Sinaí egipcio, que produjo más de 300 víctimas mortales: el más sangriento ataque terrorista que ha sufrido el país.
En un radio de unos 500 km del lugar del atentado se hallan estos países: Chipre, Turquía, Líbano, Siria, Irak, Palestina-Gaza, Jordania, Arabia Saudí, Israel y, claro está, Egipto. Añada el lector, a este conjunto de Estados de alto nivel conflictivo, la cercanía del canal de Suez y las rutas marítimas que en él confluyen, los yacimientos de hidrocarburos y otros recursos naturales; y para completar la explosividad de la mezcla tome conciencia de los intereses que en la zona poseen las viejas potencias colonizadoras (Francia y Reino Unido), las superpotencias, como EE.UU. (aliado militar de Egipto e Israel) o Rusia (con estrechas relaciones con Siria y Turquía) y otros países algo más lejanos pero no menos implicados en lo que ahí sucede, como Irán o China.
¿Y cuál es la peculiaridad de este atentado -se preguntará el lector- que lo hace tan crítico? Inciden varios factores. Sobresale el hecho de que el EI, derrotado en Irak y Siria y prácticamente fuera de combate, ha hecho frente con éxito al más poderoso ejército del mundo árabe, dirigido por un régimen militarizado, armado y adiestrado por EE.UU. y sigilosamente apoyado por los servicios de inteligencia israelíes.
Se oscurece el panorama cuando se recuerda que en octubre pasado medio centenar de policías egipcios fueron masacrados en una emboscada, cuando atacaban un refugio de los Hermanos Musulmanes, flagrante error que se saldó con simples cambios en la cúpula militar exigidos por el presidente egipcio.
Tanto EE.UU. como Israel achacan estos graves fallos a la falta de entrenamiento y de moral de combate de las tropas egipcias, que no acaban de asumir la nueva estrategia basada en la obtención rápida y oportuna de información y la actuación inmediata de las fuerzas de operaciones especiales. Es la combinación que ambos países propugnan como el principal factor de éxito en la lucha antiterrorista en el s.XXI, heredera en la historia bélica de la famosa guerra relámpago alemana que combinaba aviación y fuerzas acorazadas en un aplastante instrumento que les permitió alcanzar desde el Volga a los Pirineos.
Contribuye también a la preocupación general el cambio de estrategia del EI que el atentado revela. Al escribirse estas líneas, la rama egipcia del EI todavía no ha reivindicado la acción que abrumadoramente se le atribuye, pero todo parece indicar que con ella intenta recuperar el prestigio ante el mundo musulmán, perdido en Irak y Siria, sustituyendo la conquista de territorio por violentas acciones contra los que no aceptan su ortodoxia religiosa.
Lo más peligroso de esta nueva situación es que en Egipto, a pesar de la rápida reacción del Gobierno bombardeando posibles núcleos de terroristas en el desierto de Sinaí y al Este de Libia, puede llegar a reproducirse el "modelo afgano de guerra permanente". El modelo en el que los repetidos errores estratégicos de EE.UU. no han conseguido poner fin a una guerra contra los yihadistas talibanes que ha cumplido ya dieciséis años sin alcanzar los objetivos propuestos.
Y, al igual que en Afganistán la combinación del fanatismo talibán y la exportación de opiáceos parece imposible de frenar, el Sinaí acoge ahora a los yihadistas del EI en un territorio donde el contrabando de personas, armas y drogas parece preparar el terreno para otra guerra interminable.
Lo que ahora sucede en Afganistán y lo que pueda ocurrir en Egipto es algo que debe preocupar a Europa porque la orilla meridional del Mediterráneo es nuestra más crítica frontera.
Publicado en República de las ideas el 30 de noviembre de 2017
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