Tras las discretas y eficaces maniobras diplomáticas de la Autoridad Nacional Palestina (ANP) en el pasado otoño, que la llevaron a ser aceptada como miembro de pleno derecho de la UNESCO ante la oposición de EE.UU. y como un paso más en su aspiración a convertirse en Estado soberano, el pasado martes se inició en Amán una ronda de conversaciones israelo-palestinas, tras más de un año sin contactos entre ambas partes.
Conviene aclarar que el adjetivo “ambas” no es correcto en este caso, pues en él confluyen directamente los intereses de tres partes. En las reuniones iniciales de esta ronda participan Al Fatah (que gobierna la ANP) y el Gobierno israelí, bajo el patrocinio del rey Abdulá II de Jordania, apoyado por EE.UU. y la Unión Europea. Mientras tanto, el tercer elemento en discordia, el primer ministro de Gaza (gobernada por Hamás), prefirió viajar a Turquía y expresar su interés y solidaridad con el movimiento político transnacional que se ha venido en llamar “la primavera árabe”.
Este es el factor de más difícil valoración en el momento actual, porque podría modificar y reavivar un problema en punto muerto, al que no se ve salida a corto plazo. Si estas conversaciones intentan satisfacer a la opinión internacional, haciendo creer a los Gobiernos de las potencias occidentales y regionales que las partes se esfuerzan en lograr un acuerdo, es evidente que muy poco ha cambiado. Mientras los palestinos exigen el fin de la expansión de los asentamientos israelíes en los territorios ocupados y el reconocimiento de las fronteras de 1967, como base para iniciar cualquier negociación, Israel se empeña en negociar “sin condiciones previas” y se aprovecha del prolongado estancamiento para desmenuzar el territorio palestino hasta que cualquier idea de soberanía estatal sea irrealizable.
En este punto es donde puede incidir la revolución árabe que se ha extendido desde Túnez hasta Siria y cuya evolución presenta numerosas incertidumbres. Algunos analistas, tanto árabes como judíos, coinciden en la idea de que los contactos ahora reanudados obedecen a que las partes implicadas se sienten afectadas por el crecimiento del islamismo en su aspecto más preocupante: el auge del islam político. Este fenómeno podría alterar considerablemente el esquema de las fuerzas actuantes en la región, y obligar a palestinos, israelíes y jordanos a adoptar nuevas posturas en relación con sus vecinos.
El aparente equilibrio en el que se basa la política israelí de dar largas al asunto y esperar a que el continuo hostigamiento del pueblo palestino y la fragmentación territorial vayan haciendo añicos las esperanzas palestinas de una estatalidad viable ha sufrido un duro revés durante 2011. Por otro lado, desaparecido Mubarak, que fue el apoyo del gobierno palestino, la ANP busca acercarse a Jordania y trata de encontrar en el rey Abdulá al amigo leal que sustituya al depuesto dictador. Esto solo puede acarrearle desprestigio ante las masas árabes levantadas contra los tiranos que gozaban del apoyo material y moral de EE.UU. y Occidente. No parece una buena carta de presentación en el complejo panorama político del Medio Oriente.
¿Cómo va a actuar el “islam político” en los distintos Estados donde triunfa? Esta es la parte principal de la incógnita. Para algunos políticos árabes, Hamás evolucionará, del mismo modo que los Hermanos Musulmanes, hacia posturas de realismo práctico que le hagan fácil el acceso al poder, le aporten el beneplácito de los países occidentales y el apoyo de las masas populares. No es fácil atender a la vez a estos tres aspectos, desde el momento en que en la misma Palestina el mero hecho de asistir a estas conversaciones es considerado por gran parte de la población como una cesión ante el aplastante poder israelí y sus efectos más evidentes: la expansión de los asentamientos y las continuas dificultades que la ocupación acarrea para la vida cotidiana de los palestinos.
Durante las antes citadas gestiones de la ANP en Naciones Unidas, el presidente palestino puso como fecha límite el último día de enero para reanudar su ofensiva diplomática hacia la creación formal del Estado Palestino, si antes no se alcanzaba un acuerdo satisfactorio. Las probabilidades de lograrlo parecen hoy mínimas. El Gobierno israelí tiene poco margen de maniobra, pues en él dominan los que no aceptan la idea de un Estado palestino y favorecen la ampliación de los asentamientos para hacerlo imposible. Su ministro de Defensa anunció ante el Parlamento el peligro que supondría un Sinaí convertido en nido de terroristas y que, de ser derrocado el presidente sirio, lo mismo ocurriría en los altos del Golán, mostrando una tenaza terrorista que pondría en peligro la seguridad de Israel, y generando así una sensación de urgencia que hace muy difícil cualquier arreglo pacífico por vía diplomática.
Graves son, pues, los problemas que se entrecruzan en esa crítica región comprendida entre el Mediterráneo y el mar Arábigo, cuna secular de enfrentamientos, y no conviene descuidarlos por mucho que otras cuestiones urgentes y más inmediatas atraigan estos días nuestra atención.
República de las ideas, 6 de enero de 2012
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