Erika Eichelberger coopera con la organización Mother Jones, una ONG de EE.UU. que se especializa en asuntos políticos y de justicia social. Colabora también con otros medios de comunicación y acaba de publicar un análisis sobre la violencia doméstica en su país, que no conviene pasar por alto, dado que muchos de los asuntos que trata son aplicables a otros países.
Subtitulado "La violencia en el frente doméstico", el trabajo comienza llamando la atención sobre un hecho escalofriante: en la segunda mitad del primer decenio de este siglo, el 60% de todos los accidentes violentos producidos en EE.UU. (homicidios, violaciones o asaltos sexuales, robos y agresiones) fueron causados por personas allegadas, amigas o familiares de las víctimas; además, el 60% de esos accidentes se produjeron en el hogar.
El 79% de los asesinatos denunciados al FBI, en los que pudo comprobarse la relación entre el asesino y la víctima, fueron perpetrados por amigos o familiares. Casi la mitad se produjeron entre esposos y un 11% fueron sufridos por menores de edad. Además de todo lo anterior, los suicidios son la principal causa de muerte violenta en EE.UU., y en su inmensa mayoría se producen también en el ambiente hogareño.
Esto lleva a la autora a deducir que la habitual expresión inglesa My home is my castle (Mi casa es mi castillo) debería sustituirse por esta otra: My home is my abbatoir (Mi casa es mi matadero).
Para las mujeres, el asunto presenta aspectos de máxima gravedad: la violencia doméstica es la principal causa de todos sus accidentes, en una cifra superior a la suma de violaciones, asaltos o percances de tráfico rodado que una mujer puede experimentar en el mismo periodo de tiempo. Una de cada cuatro mujeres en EE.UU. sufrirá violencia física a manos de su pareja masculina a lo largo de la vida, proporción que aumenta significativamente en las inmigrantes y se multiplica en las de raza negra.
Una de cada seis mujeres de EE.UU. será violada durante su vida, y el 64% de las mujeres asesinadas lo son a manos de sus parejas o familiares, con un promedio diario de tres asesinatos. Las estadísticas muestran que si en el domicilio donde es habitual la violencia de género existe además un arma de fuego, la probabilidad de que la mujer muera asesinada se multiplica por ocho.
Cuando se comenta que en los países islámicos las mujeres sufren una brutal discriminación social que las pone en el peldaño más bajo de la escala humana, a causa de que no se atreven a denunciar su situación ante las autoridades (en los raros países en que esto es factible), conviene recordar que en EE.UU. solo la mitad de los casos denunciados de violencia doméstica llevan a la detención del agresor. En los estratos más bajos de la sociedad ni siquiera se piensa en cursar una denuncia, por la desconfianza que inspira la policía. Incluso en aquellos Estados de la Unión donde el arresto del maltratador es obligado por la ley, es donde menos denuncias se tramitan ante los perjuicios que esto suele causar: reducción de ingresos o grave disrupción de la vida familiar, con lo que la mujer sigue viviendo con el maltratador y aumenta el riesgo de muerte.
Pero el panorama que el informe describe sobre el suicidio es, si cabe, aún más preocupante. Cada 14 minutos un estadounidense se suicida, y el 77% lo hace en su propio domicilio. El suicidio masculino es cuatro veces más frecuente que el femenino. Sin embargo, el índice de intentos de suicidio de las mujeres triplica al de los hombres, lo que los investigadores atribuyen a que en ellas el suicidio es más un grito de auxilio que el propósito firme de acabar con su vida.
No es EE.UU. un caso del todo excepcional y varios son los Estados modernos y desarrollados donde son habituales cifras similares o incluso peores, en relación con la población total. En estas circunstancias es cuando más se advierte el efecto adormecedor o distorsionante de algunos medios de comunicación. Estos días estamos siguiendo con el máximo detalle los pormenores del atentado sufrido en Boston durante la celebración de la maratón popular. Todo el poder policial e investigador de la gran superpotencia se ha desplegado con éxito para descubrir y apresar a los responsables. La reacción ciudadana ha sido ejemplar, solidaria y participativa, y la respuesta gubernamental no ha sido menos elogiable, manteniendo los nervios templados, resistiendo a la tentación de extender el miedo en la población y lejos de hacer resonar los tambores de guerra universal contra el terrorismo, al viejo estilo Bush.
Pero las noticias y los informes siguen distinguiendo culpablemente a unas víctimas de otras, en función de quién o qué sea lo que las causa. No hay que buscar enemigos barbudos, armados y enmascarados en "desiertos remotos o lejanas montañas", ni es preciso centrar la atención de los órganos de la seguridad nacional en el lejano Cáucaso, como ocurre estos días en EE.UU. Todavía, como demuestra Erika Eichelberger, en muchos Estados que se creen modernos, democráticos y civilizados, es en el "frente doméstico" donde se sufren más bajas que las que es capaz de causar el más aberrante terrorismo. Y con ellas se convive día a día.
CEIPAZ 21 de abril de 2013
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