La finalidad política de la guerra es imponer la voluntad propia sobre la del enemigo, para obligarle a aceptar las decisiones que favorezcan al vencedor y para establecer los términos de la subsiguiente paz según los designios de éste. Clausewitz lo expresó así: “La guerra es un acto de fuerza para obligar al contrario al cumplimiento de nuestra voluntad”. Tanto EE.UU. como la OTAN olvidaron hace ya algunos años su voluntad inicial de construir en Afganistán un Estado moderno y democrático, que fue lo que les hizo invadir y ocupar el país, aparte del deseo de vengar, violenta y espectacularmente, los humillantes atentados del 11-S. Desde este punto de vista no han ganado la guerra, pues han sido incapaces de hacer realidad lo que inicialmente se propusieron.
Ni siquiera rebajando los objetivos iniciales puede considerarse un éxito la retirada de las fuerzas invasoras, prevista para 2014. Tras asistir a la conferencia de Chicago, la imagen que del futuro inmediato de ese desgraciado país tiene Ahmed Rashid, conocido escritor y periodista pakistaní, es la de unos fortines esparcidos en territorio enemigo: las fuerzas afganas protegerán Kabul y las principales ciudades, mientras el campo volverá a manos talibanas. Las provincias de Kandahar y Helmand, las mismas sobre las que se desplegó hace dos años el famoso refuerzo (surge) de Obama, que en una brillante ofensiva destruiría para siempre a los talibanes, volverán bajo su control, asegura Rashid.
Todo esto, tras más de un decenio de ocupación militar, más de 2800 soldados de la OTAN muertos y un coste global que supera el billón (un millón de millones) de dólares. No hay lugar para la satisfacción: cuando las fuerzas de ocupación arríen sus banderas y pongan el país en manos de un ejército apenas instruido, corrompido por el tráfico de drogas y mal equipado porque no llegarán los fondos internacionales prometidos, será difícil que mejoren las infraestructuras, se cree un cuerpo eficaz de funcionarios, se instaure un sistema judicial fiable y se alcance cierta estabilidad económica.
Justo antes de la cumbre de Chicago, el consejero de seguridad nacional de Obama afirmó: “El objetivo es un Afganistán con cierto grado de estabilidad, donde Al Qaeda y sus seguidores no puedan disponer de un refugio seguro”. Los afganos han detectado enseguida el matiz: ya no se trata de aniquilar a Al Qaeda, como se proclamó al principio; basta con cierto grado de estabilidad.
Los dirigentes de la OTAN han aludido con optimismo al “fin de la guerra”, simplemente porque abandonan el país, pero nadie protegerá a los afganos ni a su Gobierno contra la amenaza persistente de los talibanes, un colapso económico, una guerra civil a varias bandas y un agravamiento de las ancestrales tensiones étnicas. No hay estrategia para esto; los estados mayores de los países de la coalición solo tienen un objetivo a la vista: los planes de retirada para la fecha prevista. En todo caso, su posible adelanto.
Los que no disponen de estados mayores que planifiquen sus operaciones son los afganos de a pie, los que ya están abandonando su país ante el temor de lo que pueda suceder a partir de 2014. El año pasado solicitaron asilo en Europa más de 30.000 ciudadanos afganos, según informa la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) en Kabul, un 30% más que el año anterior. La cifra real será muy superior, pues muchos afganos huyen a través de los circuitos ocultos de la emigración ilegal y no solicitan asilo en el país de destino. El portavoz local de ACNUR declaró: “Tras diez años de presencia militar en Afganistán, el país es uno de los tres de todo el mundo que más población han perdido por emigración”.
Más de un millón de afganos están refugiados en Irán y Pakistán, de los que la mitad carece de documentos legales. La mayoría de los que huyen del país lo hacen preocupados por las previsibles guerras que estallarán entre las diversas facciones que lucharon entre 1992 y 1996, cuyos dirigentes siguen activos y ejerciendo poderes locales. Otros expresan así sus motivos: “Los fondos que ha recibido Afganistán han sido desviados por la corrupción de las agencias internacionales y del Gobierno. No se ha prestado atención a la actividad económica ni a las infraestructuras. Así que la gente cree que cuando se vayan las tropas su vida va a empeorar y por eso emigran”, declaró un analista económico local.
Para algunos afganos, las fuerzas de seguridad no resuelven nada, sino que son parte del problema, pues incluyen en su seno a muchos que formaron las antiguas milicias locales que lucharon entre sí en los años 90: “Cuando se vaya la OTAN, esas fuerzas serán las primeras que ataquen a la gente y les roben sus propiedades. No inspiran confianza ni respetan la ley. Nadie se sentiría forzado a emigrar si esto no ocurriese”.
Esta es, esquemáticamente actualizada, la situación a la que la OTAN ha llevado al pueblo afgano, tras la ocupación militar del país. Es difícil creer que la Alianza Atlántica pueda seguir siendo considerada un instrumento adecuado para la seguridad mundial. A tenor de lo expuesto en las primeras líneas de este comentario, está claro que no ganó la guerra de Irak ni va a ganar la de Afganistán. ¿Puede alguien explicar, entonces, para qué sirve?
República de las ideas, 1 de junio de 2012
Comentar