Desde alguna de las bases a las que se refería mi anterior comentario (Los tentáculos del poder: las bases militares) despegó el dron que mató en Bagdad el pasado 3 de enero a uno de los más significativos generales iraníes. Y desde algunas instalaciones del ejército iraní han sido disparados, horas después del entierro del general Soleimaní, varios misiles contra dos bases del ejército estadounidense en Irak.
Con esta acción, el Gobierno iraní parece haber cumplido su amenaza de "una venganza severa", mediante una agresión equiparable a la sufrida. Ni superior, para no crear una espiral de peligroso desarrollo, ni inferior, para no perder prestigio ante su pueblo. La multitudinaria reacción popular durante las exequias del general lo hizo obligado.
Oficialmente, Teherán argumenta que se ha limitado a ejercer lo dispuesto en el Art. 51 de la Carta de NN.UU., relativo a "el derecho inmanente de legítima defensa", y asegura que no pretende escalar la tensión.
Cómo pueda reaccionar ahora EE.UU. depende de muchos factores, pero Trump ya levantó una gran polémica al amenazar con la destrucción de 52 objetivos "de gran importancia para Irán y su cultura". El eco de esa amenaza resonó en la ONU, donde se recuerda que ese tipo de acciones se considera un crimen de guerra en la legislación internacional.
Lo que ahora pueda ocurrir dependerá de la imprevisible correlación entre las decisiones espontáneas de Trump (como matar a Soleimaní) y otras declaraciones anteriores (como la de desentenderse gradualmente del Oriente Medio).
Conviene repasar algunas de sus más recientes afirmaciones a este respecto. Antes de reunirse en julio de 2019 con el primer ministro paquistaní, dijo que tenía planes para Afganistán de tal manera que, si él deseara ganar esa guerra, Afganistán sería borrado de la faz de la Tierra. Precisó: "Si quisiéramos ganar la guerra de Afganistán, yo podría hacerlo en una semana. Pero no quiero matar a 10 millones de personas". Poco después, en septiembre del mismo año, insistió: "Hemos sido muy eficaces en Afganistán. Y si quisiéramos aplicar cierto método de guerra, ganaríamos muy pronto, pero morirían muchos, muchos, en verdad: decenas de millones de personas".
Parecía ignorar que cualquier método de guerra que produjera 10 millones de víctimas luchando contra un enemigo de unos 50.000 talibanes sería una flagrante violación del derecho internacional que le convertiría en un criminal de guerra. Su capacidad para agredir verbalmente anunciando enormes catástrofes (como hizo con Corea del Norte) es habitual en Trump pero no ha creado, felizmente y por el momento, consecuencias irreversibles.
Para Trump, el asesinato del general iraní fue una acción preventiva más en la lucha antiterrorista. Para Teherán, por el contrario, fue una clara declaración de guerra, como pudo ser el ataque japonés a Hawai o el atentado terrorista contra las Torres Gemelas. El prolongado desafío entre EE.UU. e Irán ha avanzado una etapa más: si continuará o se detendrá en este punto es algo que hoy no puede asegurarse.
No atienda el lector a las catastróficas predicciones de algunos agoreros. Nada de lo anterior apunta a lo que podría ser una tercera Guerra Mundial. Se trata de un conflicto regional, muy peligroso, pero que no afecta directamente a Europa, China o Rusia y ni siquiera a la OTAN. La muerte del general Soleimaní no es el equivalente del atentado de Sarajevo en 1914 contra el heredero austrohúngaro.
Pero hay una conclusión inmediata. Tan eficaz modo de asesinar a distancia ha regalado una valiosa publicidad a los fabricantes de los diversos artilugios de ataque en profundidad y seguimiento de objetivos lejanos. Seguramente ellos serán los únicos beneficiarios de esta última trasgresión de las leyes internacionales, gracias a la fuerza bruta de quien mejores medios tiene para ejercerla. Una nefasta lección para el futuro bélico de la humanidad.
Publicado en República de las ideas el 9 de enero de 2020
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