Las tierras de Oriente Medio, que vieron surgir hace más de una decena de milenios las primeras agrupaciones humanas del Neolítico desde las que brotaría la civilización que luego se extendería hasta las costas del Atlántico, están sufriendo ahora una agitación permanente, cuyo epicentro se desplaza imprevisiblemente desde uno a otro país con distintos índices de gravedad.
Los problemas que comenté en mi anterior colaboración sobre la influencia del ejército en la revolución egipcia (ver "Ejércitos y constituciones: el caso egipcio", 7 de noviembre de 2011) se agravan estos días ostensiblemente. La sangre ha vuelto a ser vertida en la vieja capital cairota, y no es fácil prever cómo evolucionarán los acontecimientos hacia la deseable -y cada vez más lejana y problemática- normalización democrática de Egipto. Allí hay un pueblo que se debate entre las ansias de libertad, el temor a lo desconocido y el hábito de vivir bajo el viejo y tradicional poder que, disfrazado con los nombres de los sucesivos dictadores, nunca ha permitido el ejercicio de la democracia.
El foco de los medios de información ha ido derivando de uno a otro país (ahora empieza a abandonar Libia para orientarse, de momento, hacia Siria, Irán e Israel), y se corre una vez más el peligro de que su haz, estrecho y brillante, dirigido en una sola dirección, produzca un deslumbramiento que impida valorar en su justa medida la situación general.
El pragmatismo que domina el pensamiento occidental, basado en la ciencia y la tecnología, establece la regla de que, para resolver los problemas, es preciso empezar por aislarlos, definirlos con precisión y abordarlos sistemáticamente uno por uno. Es justamente lo contrario de lo que sería necesario para tratar la compleja situación política que hoy se observa entre el mar Mediterráneo y el Arábigo.
No hay un problema sirio, otro egipcio, otro entre Israel e Irán, otro entre chiíes y suníes... etc. Lo que en realidad existe es un complejo y enrevesado conflicto, herencia de una historia, larga y tortuosa, abundante en enfrentamientos políticos, religiosos y económicos, y a la que la época colonial añadió profundas heridas, no solo psicológicas, que han perturbado la natural evolución de unos pueblos expulsados durante varios siglos de la vanguardia de la historia de la humanidad.
Es por eso un importante paso adelante la conferencia que ha tenido lugar en Estambul entre varios de los países más afectados por la guerra en Afganistán, y a la que EE.UU. no asistió como participantes sino como "colaborador". Reconocieron que los problemas de terrorismo, narcotráfico y corrupción que aquejan a Afganistán les afectan de uno u otro modo, por lo que solo pueden abordarse en su conjunto con un esfuerzo combinado.
Varios de esos países tienen intereses directos y distintos, cuando no opuestos, en relación con Afganistán, como Pakistán, la India e Irán. Por su parte, China, Rusia, Arabia Saudí y las repúblicas centroasiáticas se ven también afectadas por la guerra afgana. Aunque sin lograr un pleno entendimiento, y con el apoyo de EE.UU. que desea alcanzar una situación que le permita retirar su tropas a finales de 2014, como está previsto, los participantes acordaron organizar en breve plazo otra conferencia más amplia en Bonn, sobre la misma cuestión.
Mientras tanto, se agrava la situación política del régimen sirio, donde los esfuerzos de la Liga Árabe por alcanzar una solución diplomática no dan fruto. El presidente sirio ha redoblado sus amenazas de recurrir a una violencia sin límites para poner fin a la prolongada insurrección popular: "Siria no cederá. El único camino es perseguir a los insurrectos armados, expulsar a las bandas e impedir la entrada de armas desde los países vecinos, evitar los sabotajes y defender la ley y el orden".
Rusia también influye en el conflicto sirio; no solo es el principal proveedor de armas de este país, sino que posee también una instalación naval en la costa siria, una de las pocas bases que Rusia tiene en el extranjero. El Gobierno de Moscú acusa a los países occidentales de impedir una resolución pacífica del conflicto por estimular la insurrección armada: "Es necesario cesar la violencia -declaró el ministro ruso de asuntos exteriores- pero esto debe exigirse tanto a las autoridades como a los grupos armados que se han infiltrado en la oposición". Acusó a las potencias occidentales de preparar el terreno para otra invasión, como la de Libia, sobre cuyo alcance afirmó haber sido engañado por la OTAN. Aunque Rusia exige reformas democratizadoras al régimen de El Asad, se niega a que la dimisión del presidente sirio sea condición previa para el diálogo con la oposición.
Puede parecer anacrónico, pero no debe perderse de vista un factor puramente religioso: la oposición entre chiíes y suníes. Así como en la Europa del XVI y el XVII las guerras de religión entre católicos y protestantes modularon la política internacional, el cisma religioso que dividió al islam en el VII sigue siendo hoy un importante factor en los conflictos que aquejan a esta parte del mundo.
Publicado en CEIPAZ el 22 de noviembre de 2011
Comentar