El pasado 23 de mayo, el presidente Obama pronunció un importante y esperado discurso en la National Defense University, un centro de enseñanza superior que depende del Departamento de Defensa, destinado a formar dirigentes políticos y militares en cuestiones de seguridad y política internacional.
Alertó de que "EE.UU. está en una encrucijada", con lo que es imposible no estar de acuerdo. Dijo que en el ultimo decenio la guerra contra el terror había consumido más de un billón de dólares (billón español, es decir, 10 elevado a la 12ª potencia); cerca de 7000 ciudadanos habían perdido la vida en esa guerra y muchos otros habían sufrido graves y persistentes lesiones físicas y mentales. Es una encrucijada que requiere redefinir "la naturaleza y la amplitud del conflicto, a menos que no sea éste el que acabe definiendo a nuestra propia nación". Recordó las palabras del 4º presidente de EE.UU., James Madison: "Ningún país puede conservar su libertad dentro de una guerra eternizada". Establecida la realidad de tal encrucijada, queda sujeto a discusión el modo de valorarla y gestionarla.
Vino a sugerir Obama que EE.UU. había vuelto a la situación anterior al 11-S, cuando el terrorismo era un peligro evidente pero no representaba un riesgo vital para el país. Con Al Qaeda en vías de desaparición, la nación debe adaptarse a la nueva situación: "Esta guerra, como todas las guerras, debe terminar. Es lo que aconseja la Historia. Es lo que exige nuestra democracia".
Claro está que Obama no hizo alusión alguna a que tal guerra jamás se hubiera iniciado si, cuando se produjeron los atentados contra Nueva York y Washington, el Gobierno de EE.UU. hubiera estado en manos de unos estadistas razonables y sensatos y no controlado por una Casa Blanca y un Pentágono donde reinaban el belicismo y la arrogancia de quienes se creían elegidos por Dios e invulnerables a cualquier error.
Esa guerra, además, no fue "una" guerra, sino dos sucesivas, entrelazadas y absurdamente contraproducentes. Primero contra Afganistán, guerra que se concluyó prematuramente y hubo de ser reanudada después en peores circunstancias; y, más tarde, sin razones inteligibles sino como fruto de una obcecación imperial, se desencadenó otra guerra contra Irak, que nada había tenido que ver con los atentados del 11-S y que ni siquiera poseía el temible armamento cuya amenaza fue el espantajo que cegó a muchos dirigentes y desencadenó la invasión.
La Historia a la que Obama alude ya ha revelado el calibre del engaño generalizado en el que se basó la "guerra universal contra el terror", a la que Bush dedicó su más obcecado e intenso empeño; y la democracia, también citada por Obama, fue la que amparó -y sigue haciéndolo- la ignominia de Guantánamo, la tortura como instrumento de guerra, el asesinato de inocentes como "víctimas colaterales" y el auge del terrorismo propiciado por las ansias de venganza de los que sufrieron los ataques de la coalición occidental.
En su esfuerzo por poner fin a la era Bush, Obama declaró que "después de Afganistán tenemos que definir nuestros esfuerzos no como una guerra global contra el terror, sino como una serie de empeños persistentes y concretos, para desmontar las redes específicas de extremistas violentos que amenazan a EE.UU." Parece un planteamiento positivo que, sin embargo, por el momento solo tiene una versión verbal sin que se conozcan todavía las consecuencias prácticas de su formulación.
En su esfuerzo por buscar formas más adaptadas a la realidad para proseguir el esfuerzo antiterrorista, Obama ha vuelto a reavivar la polémica partidista. Los republicanos le achacan un triunfalismo irreal y una subestimación del peligro terrorista: "El discurso del presidente será visto hoy por los terroristas como un triunfo", declaró un senador. Por su parte, bastantes demócratas siguen considerando que no se ha avanzado lo suficiente para superar la nefasta era de Bush en lo relativo al terrorismo, como la continuidad de Guantánamo.
Su voluntad de controlar mejor las acciones secretas de los drones, junto con la idea de pasar su control al Pentágono, quitándoselo a la CIA, parecen mostrar el deseo de retornar a una normalidad que fue desapareciendo a medida que crecía la obsesión antiterrorista de los gobernantes y la población.
Obama afirmó que lo que se puede -y se debe- hacer es "desmontar las redes terroristas que constituyen una amenaza directa para nosotros y dificultar la aparición de nuevos grupos, pero sin dejar de conservar las libertades y los ideales que defendemos". Dicho de otro modo: habrá que aprender a convivir con el terrorismo en libertad y democracia, respetando los derechos humanos y exigiendo con firmeza el cumplimiento de las leyes nacionales e internacionales, que es lo que mejor permite la convivencia en paz en un mundo civilizado.
Publicado en CEIPAZ el 24 de mayo de 2013
Comentarios
¡Sintiéndolo Mucho, estimado Piris!, esto me parece un nuevo alarde de retórica perifrástica y de lágrimas de cocódrilo, que son consustanciales a los presidentes de EEUU.
Marx dijo de Napoleón que había sustituido la "Revolución permanente" por la guerra permanente, lo mismo pasa con EEUU a no ser que sus élites se suiciden como las de la la URSS, aunque con la notable diferencia que el sistema sovietico estaba diseñado para controlar a esta aristocracia "comunista", por eso se lo cargaron ya que era un estorbo a sus ambiciones, mientras que el sistema américano , el llamado "modo de vida americano" está diseñado para la depredación "perfecta" de las élites políticoempresariales de Occidente y el guerrerismo forma parte consubstancial de este proyecto.
Lo dicho , retórica vacua cómo lo fue antes la de Clinton,Bush,Reagan,Nixon,Jhonson,Kennedy, theodore rosevelt,etc,etc mientras los "Marines" y los operativos subversivos se encargaban de poner en claro el "orden natural de las cosas" inherente a la politica del "big busines".
salud.
Escrito por: granados.2013/05/27 21:04:32.784000 GMT+2