A principios de esta semana han coincidido en los medios informativos de Rusia y EE.UU. dos noticias directamente relacionadas con los respectivos ejércitos de ambas superpotencias. En otros tiempos, cualquier coincidencia de este tipo nos hubiera llevado a recordar la carrera de armamentos y a agravar aquella situación de temor prevalente en un mundo sumido en la Guerra Fría. Felizmente, las cosas han cambiado y son otros los comentarios que hoy suscitan ambos asuntos.
En EE.UU., el general Amos, jefe de la Infantería de Marina, ha ordenado el relevo inmediato y posterior retiro de dos generales de división, subordinados suyos, por no haber estado a la altura de sus responsabilidades, como enseguida se explicará. Mucho han cambiados los ejércitos, al menos en algunos casos, para que los mandos más elevados lleguen a sufrir también los efectos de sus errores o falta de profesionalidad. No siempre ha sido así.
En la 1ª Guerra Mundial, por ejemplo, las cosas eran muy distintas, como mostró la excelente película de Kubric “Senderos de gloria” (Paths of Glory), basada en hechos reales. Entonces, los generales no se arrestaban mutuamente; eran una casta privilegiada dentro de los ejércitos, que tenía por costumbre combatir desde los cuarteles generales instalados en bellos palacios de la retaguardia. Así pues, cuando un ambicioso general francés ordenó a sus tropas ejecutar una operación del todo inviable, el fracaso no se saldó con el retiro forzoso del alucinado mando ni con un consejo de guerra que le castigase por no haber sabido actuar según su veteranía y profesionalidad. Todo lo contrario: el consejo de guerra sí tuvo lugar, pero contra unos desdichados soldados, elegidos por sorteo entre las unidades afectadas, que fueron públicamente fusilados como ejemplo para sus compañeros de filas.
El general Amos ha actuado de otro modo. Cuando en 2012 un ataque talibán contra la base afgana de Camp Bastion causó la muerte de dos marines, hirió a ocho, destruyó seis cazabombarderos y dañó gravemente a otros, ordenó abrir una investigación que mostró que ambos generales no habían adoptado las medidas necesarias de protección: “Aunque soy consciente de las dificultades que una fuerza de combate encuentra a medida que sus efectivos se reducen, mi deber me exige permanecer fiel a las ideas permanentes de responsabilidad y rendición de cuentas en la cadena de mando”.
Se dedujo que uno de los generales valoró erróneamente el riesgo que los talibanes presentaban en la zona del ataque, y se le consideró responsable de las pérdidas humanas y materiales sufridas. El otro general, al mando de la aviación de los marines, juzgó mal la protección de las fuerzas. El lunes pasado, ambos generales fueron obligados a pedir el retiro.
De la prensa moscovita, por su parte, nos llegan noticias relativas al reclutamiento de otoño, que comenzó el pasado martes. El servicio militar ruso dura un año y son 150.000 los jóvenes que afrontan estos días la llamada a filas, en un ambiente agitado por las declaraciones de la portavoz de la Unión de Comités de Madres de Soldados de Rusia. En el centro de la protesta están las temidas novatadas, en algunos casos crueles y dolorosas: “El pasado año -dijo la portavoz- la situación ha empeorado en el ejército” y han aumentado las quejas de los jóvenes reclutas por maltrato y humillación.
Son bastante los muchachos que al aproximarse la llamada a filas buscan eludirla por procedimientos diversos, desde automutilaciones y enfermedades inducidas a la simple desaparición del domicilio, aunque la justicia puede condenar a los prófugos a dos años de prisión. Desde la fiscalía militar se advierte de que “se luchará seriamente contra quienes intentan beneficiarse del reclutamiento”, cobrando a los conscriptos para ayudarles a evadir el servicio.
En un esfuerzo por incluir propuestas sugestivas que reduzcan el rechazo juvenil, el reclutamiento de este otoño incluye unidades especiales para “científicos y deportistas”. Las exenciones alcanzan a las familias que recientemente sufrieron las graves inundaciones de Siberia. Un curioso detalle: los reclutas podrán llevar consigo al cuartel sus propios animales de compañía “si éstos poseen las habilidades suficientes”. Ni aún así se ve con alegría vestir el uniforme del ejército ruso: un joven moscovita de 22 años logró ser hospitalizado en el llamamiento de la primavera pasada, tras ingerir hígado de pescado podrido y beber leche deteriorada para acogerse a la disposición que prohíbe reclutar a los enfermos: “Sentí que me moría, vomitaba y tenía diarrea, pero a pesar de todo, era mejor que tener que ir al servicio militar”.
Como decía al comenzar, el panorama no puede ser más normal, aunque afecte a los dos ejércitos más poderosos del mundo. Por un lado, se muestra que quienes desde puestos militares de alta responsabilidad gozan del prestigio inherente a su situación están tan obligados a cumplir con su deber como el soldado centinela en la puerta del cuartel. Nada más natural. Y en el caso de Rusia se observa que, como ocurrió en España hace ya algunos años, son muchos los jóvenes que consideran irracional el servicio militar obligatorio y no se les puede reprochar por ello.
Publicado en República de las ideas, el 4 de octubre de 2013
Comentar