Aunque la atención del mundo está centrada en los efectos que el coronavirus está produciendo en la humanidad, tanto de tipo sanitario (enfermedad y muerte), como también económicos, sociales o políticos, hay un sector especializado en algunos países poseedores de armas nucleares, cuyas preocupaciones no llegan al conocimiento público y cuyos actos son obligadamente secretos.
Se trata de las organizaciones, instrumentos y personas que en ellos se responsabilizan de la llamada "disuasión nuclear". Tenemos un ejemplo próximo en el Reino Unido. En este país, poseedor de cuatro submarinos provistos de armas nucleares, los órganos de la Defensa están inquietos por los efectos que la Covid-19 pudiera tener sobre su operatividad. Desde hace medio siglo, uno de ellos está siempre de patrulla por las profundidades oceánicas y, como expresan los documentos oficiales, "es el pilar central de la planificación estratégica nuclear del Reino Unido".
La concentración humana en esos submarinos (unos 130 individuos que conviven estrechamente) no es precisamente una buena opción para mantener "distancias de seguridad"; el riesgo de que toda una tripulación pudiera infectarse no es imposible. Los teóricos de la disuasión nuclear aducen los "altos niveles de actividad" de la Armada Rusa en el Mar del Norte y el Canal de la Mancha y temen que la pandemia podría inducir a Moscú a "aprovechar la ventaja de una debilidad temporal del Reino Unido, socavando la credibilidad y solidez de la postura nuclear británica, lo que dañaría la reputación del país como potencia militar de primer orden". Como el lector puede observar, no todos tienen análogas preocupaciones ante el virus SARS-CoV-2 que a todos nos afecta.
Un investigador del Instituto para el desarme de la ONU (UNIDIR) advierte sobre los riesgos que la pandemia ha revelado respecto a los instrumentos, políticas y personal requeridos para mantener al día y plenamente operativo un sistema de disuasión nuclear como el de las grandes potencias. Pone de relieve que destacadas figuras militares de EE.UU., Francia y Reino Unido han hecho recientemente hincapié en que sus sistemas de disuasión nuclear siguen activos. Sin embargo, dado el precedente de incidentes graves producidos durante la Guerra Fría (explosiones de misiles, colisiones aéreas e incluso la pérdida de armas nucleares), si los efectos de la Covid-19 se prolongan en el tiempo el riesgo de que se repitan aumenta peligrosamente, dadas las limitaciones que la lucha contra la pandemia impone en varios aspectos operativos.
Sigue existiendo la posibilidad de evaluaciones indebidas sobre las amenazas o la interpretación errónea de actividades ajenas, y más que nunca son necesarios los dispositivos que permitan avisar a un supuesto enemigo de cualquier error humano o material que pudiera desencadenar lo irremediable.
Se alzan voces exigiendo que el ingente gasto que supone la constante modernización de los instrumentos nucleares de disuasión revierta en beneficio de otras actividades. No ya solo las de tipo sanitario o económico-social para ayudar a los más necesitados, sino también para redoblar los esfuerzos necesarios a fin de alcanzar tratados internacionales para reducir o suprimir esas armas. Además de advertir que existen amenazas más perentorias en otros campos, como el de las acciones de guerra cibernética, que representan un riesgo más probable para la seguridad nacional que un ataque armado.
Más que nunca, y sobre todo en las potencias nucleares que sostienen el irracional entramado de la disuasión nuclear ("yo me defiendo amenazando con destruir el mundo si alguien me ataca"), merece también la pena recordar las palabras del viejo general Eisenhower: "Cada cañón que se fabrica, cada acorazado que se bota, cada misil que se dispara significan, en último término, un robo a esos que pasan hambre y no pueden comer, a los que tienen frío y no pueden abrigarse. Este mundo armado no está solo despilfarrando dinero; está despilfarrando el sudor de sus trabajadores, el genio de sus científicos y las esperanzas de sus niños".
La Covid-19 ha mostrado que somos una sola familia humana, entrelazada sobre el planeta, y solo unidos nos salvaremos. Habrá que poner todos los medios posibles para que desaparezca para siempre el peligro de un holocausto nuclear que sería la última pandemia humana de la que ninguna vacuna nos salvaría.
Publicado en República de las ideas el 25 de junio de 2020
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