Con motivo de la polémica levantada en torno a las alambradas de cuchillas, instaladas en la parte superior de la valla que delimita la frontera melillense con Marruecos, se ha citado estos días, con cierta ligereza, un término ya muy asentado entre las teorías estratégicas de la defensa: la disuasión. El cortante acero del alambre provisto de afiladas cuchillas disuadirá -se dice- a los inmigrantes que intentan penetrar ilegalmente en territorio español.
De ese modo se pretende dar por zanjada una discusión en la que han participado el Gobierno, los partidos políticos, la opinión pública, algunas ONG e incluso la Conferencia Episcopal. Merece la pena dedicar atención al asunto, tanto más cuanto que se utilizan con imprecisión ideas procedentes de la estrategia militar más reciente.
El concepto de disuasión sirvió para asentar la guerra fría a mediados del siglo pasado, cuando se trasladó al campo nuclear: la "disuasión nuclear"; es decir, la acumulación imparable de armas de destrucción masiva que tuvo lugar, sobre todo, entre los dos bandos enfrentados y que, según algunos, garantizó la paz internacional. Otros han sostenido la idea de que los principales beneficios de la disuasión fueron a recaer en las grandes corporaciones del armamento, a cambio de destruir las estructuras sociales de la paz y de generar un trasfondo de miedo extendido que contribuyó a deteriorar los fundamentos de la democracia.
De cualquier modo, aquella disuasión nada tiene que ver con la que ahora se aduce respecto a las dañinas alambradas melillenses. Esto es así porque la disuasión nuclear fue "activa", es decir, dependía de la voluntad de los gobernantes para amenazar con sus armas y crear situaciones favorables, y de su modo de entender las relaciones internacionales. Todo lo contrario ocurre con las agresivas cuchillas ahora discutidas, que son, en todo caso, una disuasión "pasiva": una vez instaladas, están siempre ahí y su acción solo se hace sangrienta cuando "son atacadas" por los que van a sufrir sus efectos. Aquí está el núcleo del asunto que hoy nos ocupa.
Alguna racionalidad presente en los gobernantes de los dos bandos enfrentados durante la guerra fría hizo que no surgieran los hongos nucleares a los que abocaba forzosamente cualquier fallo en la disuasión. La comparación entre las ventajas y los inconvenientes que traería consigo el recurso a lo nuclear no paralizó la carrera de armamentos pero sí bloqueó los botones de FUEGO de los lanzadores de misiles y "lo impensable" no llegó a producirse.
Ahora, quizá como consecuencia de lo anterior, algunos piensan que las cuchillas disuadirán a los inmigrantes (y con esto introducimos el tercer término de la ecuación) dada la evidente malignidad intrínseca de su acero. Tienen bordes puntiagudos y afilados, anunciadores de profundas y desgarradoras heridas e incluso de la muerte por desangramiento, como ya ha ocurrido en algún caso. Pero esa disuasión pasiva, esa amenaza de sangre, dolor y padecimiento, tendría que ser superior a la voluntad de los inmigrantes para completar su penoso recorrido, cuando solo les quedan unos metros para alcanzar la meta.
Están al final de una larga odisea que comenzó semanas o meses antes y que consumió los escasos recursos de una familia, allá en África, que todo lo espera de ellos; la creciente ansia de los que cada vez ven más próximo el final de su sufrimiento es lo que da al traste con la teoría de la disuasión: porque se trata de un concepto inútil frente a la desesperación.
Incluso durante la era de la disuasión nuclear, las pocas veces que ésta estuvo a punto de fracasar lo fue por algún ramalazo de desesperación política o militar, cuando los obstáculos, las sospechas o las desconfianzas hacían temer a los gobernantes que pisaban terrenos resbaladizos donde no se sentían seguros y perdían el control de su poder. Recordemos que el primer incidente político serio de esta naturaleza se produjo con motivo de la Guerra de Corea, cuando en marzo de 1951 el general MacArthur pretendió poner fin definitivo a un conflicto cuyo fin no se veía claro, atacando a China con armas nucleares por su participación en el conflicto. El presidente Truman lo destituyó, levantando una gran controversia política en EE.UU.
Los inmigrantes que periódicamente asaltan con desesperación la muralla que les separa de ese mundo en el que pretenden rehacer sus vidas son inmunes a la teoría de la disuasión que se aduce para reforzar el muro europeo en su segmento español. El error fundamental de la presente polémica no se halla tanto en los medios (alambradas, perímetros defensivos y demás) como en la finalidad. Solo por esta vez (y sin que sirva de precedente) suscribo lo declarado por el portavoz de los obispos españoles: "No se puede atentar contra la vida de unas personas desvalidas que buscan mejorar su vida... El inmigrante no es un peligro, es alguien que aporta riqueza a la construcción social del país".
CEIPAZ, 24 de noviembre de 2013
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