El "Instituto Watson de Asuntos internacionales y públicos", de la Universidad Brown (Providence, RI, EE.UU.) desarrolla desde hace varios años un proyecto sobre los costes de las guerras. De entre éstas, la más destacada es hoy la que en septiembre de 2001 desencadenó EE.UU., bajo la presidencia de Bush, conocida como "guerra global contra el terrorismo".
El codirector del proyecto ha confeccionado un mapa actualizado, que ha sido publicado por la revista Smithsonian, y que el lector puede consultar en:
En él se muestra gráficamente que durante los años 2017-18 EE.UU. ha desplegado su actividad antiterrorista en el 40% de todos los Estados mundiales. Esta actividad no tiene solo carácter militar. También el Departamento de Estado ha contribuido instruyendo en muchos países a los cuerpos policiales y de fronteras y desarrollando programas educativos para la población.
En los 80 países implicados (incluida España) existen 40 bases militares desde las que se apoya la guerra contra el terrorismo; durante los dos años estudiados se han desarrollado en ellos 65 misiones antiterroristas y 26 maniobras militares. En 14 de esos países las tropas de EE.UU. están implicadas en acciones de combate y en 7 de ellos se efectúan ataques aéreos y mediante drones.
Pero la conclusión fundamental que se deduce de este trabajo induce a preguntarse si la continuada extensión de la guerra contra el terror está produciendo los deseados efectos. La realidad muestra una respuesta negativa: la presencia militar de EE.UU. en tantos países ha generado resentimientos en muchos pueblos, y lo peor es que desde aquel fatídico 11 de septiembre que inició esta guerra los grupos terroristas se han multiplicado por todo el mundo y aunque son aniquilados temporalmente en ciertos lugares, cambian, mutan y se transforman, reproduciéndose hasta hoy como una metástasis incurable.
Bajo la presión bélica que impone la omnipresente guerra contra el terror se invierten más recursos en acciones militares que en otras actividades que beneficiarían directamente a los pueblos: ayuda humanitaria, defensa de los derechos humanos o esfuerzos diplomáticos para rebajar tensiones.
Para observar avances reales que redujesen las acciones terroristas y sus nefastos efectos en todo el mundo, se necesitarían nuevos proyectos y nuevas ideas, que se enfoquen, sobre todo, a las raíces religiosas, sociales, económicas y políticas desde las que se nutre el terrorismo de hoy. Porque el terrorismo es solo un síntoma y las enfermedades no se curan eliminando los síntomas sino atacando su verdadero origen.
Pero será imprescindible esforzarse por actuar con una perspectiva más amplia, que permita valorar en su conjunto los riesgos que acechan hoy a la humanidad. Porque es preciso tener presente que las consecuencias del acelerado cambio climático pueden alcanzar tal grado de peligrosidad que hagan del terrorismo un mal menor frente a la catástrofe universal con la que aquel amenaza en un futuro no muy lejano.
Las voces de los estudiantes que el viernes 15 de marzo resonarán en las manifestaciones públicas que recorrerán muchas ciudades del mundo, deberían alertar a las viejas generaciones, porque aspiran a que el mapa que ilustra este comentario se convierta en el mapa de los esfuerzos mundiales para hacer frente al cambio climático.
Publicado en República de las ideas el 14 de marzo de 2019
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