Las sesiones celebradas en Naciones Unidas durante la semana pasada para evitar que el Tratado de no proliferación nuclear (TNP) caiga en el definitivo olvido, tras los largos años que lleva sobreviviendo con respiración asistida, nos han permitido comprobar que al menos 189 Estados, de los 192 miembros de la ONU, han reafirmado solemne y públicamente su voluntad de eliminar todas las armas nucleares del mundo.
No entraremos ahora a valorar en su justa medida lo que de deseable o de posible tiene tan altruista y loable empeño. Pero sí hay que reconocer la buena voluntad de las contadas y privilegiadas potencias provistas oficialmente de armas nucleares, que aunque sea a regañadientes saben que cuando firmaron el Tratado no solo ponían un obstáculo importante a la entrada de nuevos países en el exclusivo “club nuclear” -que era lo que en realidad buscaban cuando a finales de los años sesenta empezaron las conversaciones sobre esta cuestión-, sino que también sabían que el TNP les obliga a dar los pasos necesarios para alcanzar la meta final de un “desarme general y completo”, como reza su texto. Poco se ha avanzado en este segundo objetivo del TNP, porque el Tratado ha venido siendo utilizado por unos y otros como un arma arrojadiza para promover los propios intereses nacionales en cuestiones tan delicadas como la defensa nacional, la autonomía energética o la rivalidad regional.
Pero ahora las cosas parecen haber cambiado un poco, y los países asistentes a esta última cumbre han establecido una fecha límite, el año 2012, para alcanzar un objetivo que esta vez es más concreto: la desnuclearización de Oriente Próximo. No se le puede poner ninguna objeción, porque la tensión en esta zona tan crítica para la geopolítica mundial obliga a avanzar a marchas forzadas en el sentido de reducir los niveles de armamento de los países que la integran, so pena de ir creando en ella todas las condiciones para una catástrofe de alcance imprevisible.
Y ¡cómo no! de nuevo el escollo está en Israel, un Estado verdaderamente anómalo: primero, por su naturaleza (es un Estado “judío” que discrimina por razones étnicas); y después, por su comportamiento (incumpliendo reiteradamente muchas normas internacionales que a todos obligan). A pesar de esto, sigue gozando de la injusta impunidad que su relación especial con EEUU le viene garantizando.
De hecho, en los últimos años y a pesar del TNP, las potencias oficialmente nucleares son responsables de haber aceptado tácitamente el armamento nuclear no declarado de Israel -y también el de India y Pakistán- legitimando con ello su existencia. Para estos tres países no existen las mismas sanciones ni las tajantes prohibiciones de intercambio de tecnologías, ni otras limitaciones que se aplican implacablemente a otros países.
No debe sorprender la insistencia obsesiva con la que los gobernantes israelíes se aferran a una circunstancia que les es favorable y, para justificar algunas de sus acciones más brutales como Estado “bandolero”, resaltan el hecho, ciertamente discutible para muchos, de que Israel es la única democracia de la zona. Es verdad que la simple existencia del aberrante régimen saudí, de inocultable raíz teocrática, donde los más elementales derechos humanos son violados diariamente, sobre todo en lo relativo a la situación servil impuesta a las mujeres, le facilita bastante a Israel el lavado de su imagen.
Pero de ahí a aceptar a Israel como una democracia ordinaria va un paso imposible de dar cuando se recuerda su brutalidad en la anterior represión y la actual asfixia de la Gaza palestina, de la que el último acto de barbarie aeronaval todavía llena de irritación a la opinión mundial. Y pone a los gobiernos occidentales ante la difícil tesitura de saber hasta dónde es posible seguir apoyando a un Estado que actúa con tanto desprecio del derecho internacional en los territorios ocupados y que, cuando lo estima oportuno, sin el menor reparo ataca a otros países (Siria, Líbano) o asalta buques extranjeros en aguas internacionales.
Ya en 1995 los Estados árabes aceptaron la continuada vigencia del TNP a cambio de que se celebrase una conferencia internacional que abordase a fondo el conflicto israelo-palestino. Quince años han transcurrido sin avanzar por este camino y numerosos son los países del grupo de los no alineados que exigen ya decisiones positivas. Sin embargo, Washington siempre ha considerado que cualquier avance en el desarme nuclear en Oriente Próximo requiere como condición previa la firma de un amplio acuerdo de paz en esta región. Esto está cada vez más lejos, y actos de violencia como el perpetrado por Israel esta semana no conducen al camino de la paz.
Las armas nucleares siguen siendo el terrible fantasma que se cierne sobre la humanidad y su presencia entre unos pueblos cuyos gobernantes todavía creen que son garantía de seguridad o de hegemonía es el peor estigma que hemos heredado de la Guerra Fría.
Publicado en República de las ideas, el 4 de junio de 2010
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