El heterogéneo mosaico de pueblos que habitan las 34 provincias en las que se articula Afganistán constituye un serio problema con vistas a su futuro político. Se trata de una cuestión que a menudo es olvidada ante la violenta dinámica bélica que todavía aqueja sistemáticamente a este país y que constituye la mayor preocupación de los Estados que allí intervienen con tropas, armas o ayuda humanitaria. Se acostumbra a dar por sentado que, concluidas las operaciones militares, se habrá ganado la guerra y la OTAN podrá salir de allí sin merma de su prestigio. Después, pacificado el país e instalado en Kabul un gobierno nominalmente democrático, Afganistán entraría en la senda normal de los países modernos que aspiran a progresar en un régimen de libertades y democracia. Esta esperanza está muy lejos de lo que puede deducirse de los antecedentes históricos afganos y de su actual estructura sociopolítica.
El país carece de la homogeneidad que permitiría considerarlo como una sola entidad política. Sus 32 millones de habitantes pertenecen básicamente a tres distintas etnias regularmente repartidas, hablan varios idiomas (más de una veintena si se cuentan las lenguas de menor difusión) y el principal factor común es la religión musulmana, aunque chiíes y suníes se reparten las afinidades religiosas del pueblo con claro predominio de los últimos.
Además, como recordaba el escritor y periodista británico Peter Preston en un análisis publicado en The Guardian, es necesario tener presente que Afganistán nunca ha sido un Estado regularmente configurado. A pesar de que el rey Zahir Shah, en sus cuarenta años de débil gobierno, intentó "plantar unas pocas semillas de democracia", ésta no pudo crecer en el terreno político de Kabul, que Preston describe como un "polvoriento cuenco de violencia, ausencia de leyes y profunda inestabilidad". Su análisis es contundente: según él no hay en Afganistán "una estructura sobre la que construir. Es un país medieval, una tierra por la que el tiempo ha pasado de largo. No es posible intentar que avance para ganar cinco siglos mediante la acción de las fuerzas de la OTAN, que no entienden quién es el enemigo y por qué les odian tanto".
Es así como el problema afgano se proyecta todavía a muy largo plazo: resuelto, si alguna vez se logra, el peliagudo asunto de poner fin a esta interminable guerra, pacificar el país y dar por terminada la ocupación militar extranjera ¿qué cabe esperar después? Eso es lo que hoy se están preguntando muchos afganos y lo que extiende sobre el futuro político del país una oscura nube de incertidumbre. La opinión pública -la de los que no viven bajo la amenaza diaria de las explosiones y pueden dedicar algún tiempo a reflexionar- está dividida. En un extremo del espectro se hallan los que albergan una hostilidad profunda ante la presencia de tropas extranjeras; en el otro extremo están los que entienden que el Gobierno de Karzai no es todavía capaz de garantizar la seguridad del país, como muestra la reciente fuga masiva de talibanes encarcelados ante la sorpresa de unas autoridades desconcertadas.
Aunque en Washington se ha fijado el año 2014 para dar fin a las operaciones militares, no se ha cerrado la puerta a una presencia militar más prolongada de EEUU en Afganistán, para apoyar y seguir instruyendo y equipando al ejército nacional afgano. El general Petraeus, jefe supremo aliado en Afganistán, declaró ante el Senado de EEUU: "Creo que el concepto de mantener bases conjuntas y apoyar las operaciones de los afganos, algo parecido a lo que hacemos en Iraq desde que allí hemos cambiado la misión, sería también apropiado para Afganistán".
No pocos afganos temen que la salida de las tropas estadounidenses deje al país muy vulnerable ante la amenaza que suponen los caudillos locales y algunos países vecinos, como Pakistán e Irán. Otros, por el contrario, temen que la presencia de bases de EEUU en territorio afgano sea una incitación a la insurgencia porque, entre otras cosas, sería vista como un refuerzo a la endémica corrupción interior, como ha sido habitual en otros países en situación real de protectorado controlado por EEUU, la OTAN o la ONU.
Un politólogo afgano opina así: "Pienso que en cuanto haya bases americanas permanentes, los enemigos de EEUU no permanecerán inactivos. Se esforzarán en crearles problemas de una u otra forma y disminuirán las perspectivas de pacificación". Por su lado, un comerciante matizaba: "Si EEUU sigue aquí, la insurgencia se reforzará porque el pueblo afgano siempre ha defendido su libertad y su religión por todos los medios posibles, y seguirá haciéndolo".
En política internacional, como en la estrategia militar, siempre hay que mirar más allá de lo inmediato. Es como cuando en los cursos de perfeccionamiento se aconseja a los conductores que observen atentamente no solo al automóvil que les precede, sino también al que marcha delante de éste. En Afganistán, no basta con prever el fin de la guerra, por difícil que esto pueda parecer ahora, sino que es necesario anticipar lo que pueda ocurrir después. Es el único modo de prevenir un encadenamiento fatal de consecuencias imprevisibles e indeseables.
Publicado en CEIPAZ el 28 de abril de 2011
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