Los Gobiernos que más o menos coaligados combaten hoy contra el Estado Islámico (EI) en territorio sirio e iraquí saben que solo con bombardeos e incursiones de fuerzas especiales no podrán destruirlo. También son conscientes de que si por la fuerza bruta lo lograran, arrasándolo en un Gernika infernal y mil veces más extenso, el holocausto causado generaría tan honda y sanguinaria secuela de odios y venganzas que cualquier esperanza de pacificación en esta región quedaría relegada a un futuro muy lejano, aparte de extender un renovado impulso terrorista por todo el planeta.
Por ese motivo los coaligados coinciden en la necesidad de desplegar tropas para ocupar el terreno disputado. ¿A quién encargar esta guerra? ¿Qué ejércitos van a pisar las tierras mesopotámicas para derrotar al EI? ¿Qué soldados van a ganar sobre el terreno la guerra en la que EE.UU., Europa y otras potencias solo quieren participar desde el aire?
Es una idea común entre los responsables de esta guerra que sean ejércitos de países próximos, más o menos vinculados al Oriente Medio para no ser considerados invasores neocoloniales. ¿De qué países se trataría?
Empecemos por considerar los más inmediatos: los Estados árabes en torno al Golfo Pérsico, Arabia y los variados emiratos y monarquías de la zona. Enseguida se advierte que para esos Estados, predominantemente suníes, el EI y las otras ramificaciones de Al Qaeda, también suníes, les preocupan mucho menos como enemigo que el temido auge de los chiíes en Irak y, sobre todo, el refuerzo del Irán chií como potencia con aspiraciones a la hegemonía regional.
Es sabido que los grupos terroristas del EI y de Al Qaeda han sido financiados por Estados árabes, como Arabia Saudí, o por donantes privados radicados en ellos, aunque esto sea difícil de probar cuando los fondos transferidos no son estatales sino particulares, a veces canalizados mediante instituciones benéficas y compañías pantalla.
Un telegrama filtrado por WikiLeaks reveló que en 2009 Hillary Clinton, entonces Secretaria de Estado, afirmaba que los donantes de Arabia Saudí eran "la fuente más significativa de financiación de los grupos suníes en todo el mundo". En la última cumbre del G20 en Turquía, Putin declaró que compartía informaciones con otros Estados miembros sobre la financiación del EI por una cuarentena de países (cuyos nombres no reveló), algunos de ellos socios del G20.
Las complejas relaciones entre los Gobiernos del Golfo y el fundamentalismo islámico hacen que, por ejemplo, la familia real saudí no pueda adoptar decisiones que desaprueben los dirigentes religiosos wahabíes. Éstos sostienen y legitiman a la monarquía a cambio de que ésta ayude a promover el fundamentalismo en el extranjero, cosa que hace muy a gusto para mantener lejos a los que podrían promover una revolución islámica que acabaría con sus dorados tronos. La alianza militar islámica contra el terrorismo, creada recientemente en Riad, parece un esfuerzo de lavado de imagen, sin contar con que ahondaría la brecha entre suníes y chiíes, dificultando cualquier arreglo de paz.
Si no van a ser los países árabes del Golfo los que combatan con entusiasmo al EI ¿qué podría decirse de los kurdos? No son árabes pero sí candidatos a poner las botas sobre el terreno -ya las tienen- y destruir al EI, para ganar esa guerra que la coalición anti-EI no quiere rematar por sí misma. Sus milicias -los peshmergas- llevan tiempo combatiendo al EI en Irak y Siria: EE.UU. los arma, los apoya con su aviación y los entrena.
Pero los kurdos no combaten al EI para destruirlo, sino para expulsarlo de los territorios englobados en el soñado Kurdistán futuro. Luchan por su independencia. Además, una vez que hubieran recuperado las zonas kurdas de Siria e Irak, fogueados y listos para el combate ¿olvidarían el Kurdistán turco? Cuando EE.UU. y sus aliados invadieron Irak en 2003 alimentaron unas ambiciones kurdas, todavía no consumadas, que auguran nuevos conflictos.
¿Serían, entonces, ejércitos turcos los que resolverían el problema, dada su proximidad al teatro de operaciones? El Gobierno de Ankara teme más al independentismo kurdo que a las tropelías del EI. Aparte de que el contrabando recíproco de armas y petróleo ha beneficiado tanto a Turquía como al EI. Los ejércitos turcos solo intervendrán en favor de los intereses de Ankara, y de hecho participan ya en el desmembramiento de Irak al ocupar zonas de este país.
Así pues, conviene olvidar fantasías estratégicas irrealizables. Las fronteras creadas artificialmente en Oriente Medio por los vencedores de la 1ª G.M. -en especial Francia e Inglaterra-, ignorando las realidades locales, tribales, religiosas o étnicas, son ahora inviables y solo sirvieron mientras esos países eran gobernados por dictadores aceptables para Occidente. Pero no es solo eso: habría que preguntarse también si el modelo occidental de Estado y la democracia institucional pueden funcionar en ese vasto espacio religioso-cultural que no acepta la separación entre política y religión. He aquí una interesante tarea para politólogos expertos.
Parece una broma de la Historia, pero la destrucción del Califato Otomano tras la 1ª G.M. parece haber rebotado ahora en las exaltadas mentes de los que luchan por revivir un nuevo califato que llene el vacío que aquél dejó.
República de las ideas, 18 de diciembre de 2015
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