Ahora que el mundo futbolístico observa a Rusia con cierto desconocimiento, bastante desconfianza e innegable interés a raíz de la Copa Mundial, y los medios de comunicación dedican amplios espacios a ese país, es el momento de recordar que las relaciones de Rusia con el mundo occidental (en especial con EE.UU. y la OTAN) no solo presentan un aspecto ciertamente preocupante, sino que incluso amenazan con degenerar en enfrentamientos no deseados.
La suspicacia es mutua y se basa en interpretar como abierta agresividad las acciones o decisiones que ambos bandos o bloques (ya parece adecuado utilizar de nuevo estas palabras) toman en el campo de la actividad militar.
El último motivo de preocupación han sido las maniobras militares que se desarrollan en los Estados bálticos durante la primera quincena de junio. Con el nombre en código Saber Strike (golpe de sable), el mando militar de EE.UU. en Europa anuncia la participación en ellas de unos 18000 soldados de 19 países, en su mayoría de la OTAN. Entre ellos se encuentra España y, sorprendentemente, también participa, aunque de forma reducida, un país no europeo ni otánico: Israel.
El motivo del ejercicio es "mostrar el compromiso y la solidaridad de la Alianza" cuando las actividades militares rusas preocupan crecientemente a la Organización. Además de la presencia de la OTAN en los tres Estados bálticos, Polonia ha agudizado la crisis al solicitar el estacionamiento permanente en su territorio de unidades acorazadas estadounidenses. Ya el año pasado las fuerzas de EE.UU. instalaron en Polonia un nuevo cuartel general para controlar unos 6000 soldados de la OTAN y del Pentágono.
Naturalmente, lo anterior provocó una respuesta agria de Moscú, declarando que todo ello "no beneficia en modo alguno la seguridad ni la estabilidad del continente europeo". Se añade a esto que las maniobras citadas se están realizando en la crítica zona llamada "corredor de Suwalki", una franja de unos 100 km de anchura que a lo largo de la frontera polaco-lituana conecta Bielorrusia con el muy sensible enclave ruso de Kaliningrado.
Lituania ha acusado a Rusia de desplegar en ese territorio misiles balísticos con capacidad nuclear y, por su parte, Rusia reprocha a EE.UU. la instalación de misiles antiaéreos Patriot en Polonia y Rumania, lo que viola el tratado de control de armas de 1987 y amenaza al territorio ruso.
Estando así las cosas, la aparente escalada de una nueva guerra fría es una amenaza que puede tener graves consecuencias. Una de ellas es el creciente descontrol del armamento nuclear; si en tiempos pasados solo dos países (EE.UU. y la URSS) podían desencadenar el holocausto nuclear, ahora son tres más (China, India y Pakistán) los que pueden hacerlo y otros, como Israel o Corea del Norte, los que podrían encender la mecha inicial.
Cada paso que se da para modernizar las armas nucleares de tierra, mar o aire nos acerca a un punto crítico de imprevisible predicción, junto con las estrategias que diluyen la frontera entre la guerra nuclear y la que no lo es, propugnando el uso en el campo de batalla de armas nucleares de reducida potencia.
Si los dos países que poseen el 92% de las armas nucleares del mundo, con la posible colaboración de China, no se proponen firmemente frenar esta carrera de armamentos ahora reanudada, el llamado "reloj nuclear" nos pone más cerca que nunca del apocalipsis, como se ha publicado en el "Boletín de Científicos Atómicos", que han puesto las agujas del fatídico reloj a dos minutos de la media noche, justo la misma posición en que estuvieron en 1953.
Deseemos que en Rusia gane la selección que mejor juegue al fútbol y que el campeonato culmine sin problemas ni malentendidos. Pero aún sería más deseable que los dirigentes políticos en cuyas manos está el poder nuclear de destruir el mundo se pongan de acuerdo para retrasar otra vez las dichosas manecillas.
Publicado en República de las ideas el 7 de junio de 2018
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