Cuando hace pocos días me regalaron el último disco de Caetano Veloso,Cê (forma coloquial de você) no tenía la menor idea de lo que me podía encontrar, pero sin pensar demasiado me dispuse a escuchar esas melodías en las que las violas, los chelos y los violines acompañan la cálida voz del artista de Bahía. Pero mi sorpresa empezó cuando ya en el primer tema no aparecían por ningún lado los instrumentos esperados, ni tampoco los aires de samba eran tan evidentes como en otras ocasiones. A los pocos minutos todos mis esquemas se habían roto al escuchar las distorsiones rockeras de una guitarra eléctrica. Mi primer comentario fue: “¡qué caña!”, y poco a poco, venciendo esa sorpresa -que no decepción- fui metiéndome a fondo en la música, hasta convencerme de que estaba escuchando un disco genial del no menos genial Caetano que después de seis años sin incluir temas propios en sus últimos discos, se nos desmelena con este álbum de doce canciones compuestas por él y cargado de riqueza musical, de ritmos eléctricos y también de poesía.
Realmente, si no fuera por esa estrechez de miras que a veces nos hace clasificar en compartimentos estancos los géneros musicales, los artistas y otras muchas cosas, no debería sorprendernos que Caetano Veloso nos ofrezca un trabajo como Cê. Su creatividad e inconformismo están más que probados y no sólo en el aspecto puramente musical, sino también en otras muchas vertientes artísticas y sociales. Sus andaduras por el exilio, por los ambientes política y socialmente incorrectos, su capacidad de romper moldes hasta el punto de desmarcarse de sus compañeros de siempre aún arriesgándose a ser blanco de todas las críticas por negarse a apoyar a un Lula que había permitido la corrupción en un gobierno que tantas expectativas había creado entre la gente progresista, son para mí muestras de ese talante poco dado al acomodamiento fácil y de ese espíritu innovador que también aparece en este disco.
Y precísamente por eso, no debe extrañar que a sus 64 años se rodee de una banda de gente muy joven y con la producción de su hijo Moreno Veloso y de Pedro Sá, nos sorprenda con un disco joven también, pero hecho con la maestría de una carrera tan dilatada como la suya. Le acompañan Pedro Sá a la guitarra, Ricardo Dias Gomes al bajo y piano rhodes, y un excelente Marcelo Callado a la batería, una típica formación de rock a la que Caetano añade su voz y algun discreto toque de violín.
Aunque en conjunto es el más rockero de todos sus discos, la voz aterciopelada de Caetano con esa dulzura del acento brasileiro, los sonidos samberos que aparecen por algunos temas, las baladas que suceden al rock más puro para luego volver a la calma y la aparición de un rap muy sui géneris, hacen de este trabajo un disco inclasificable y diferente a casi todo lo que estamos acostumbrados a escuchar de Caetano Veloso en los últimos años.
En las letras aparecen el amor y el desamor, la democracia racial, la soledad, el deseo… Algunos temas son autobiográficos como Não me arrependo que hace referencia a la dolorosa separación de su última compañera y madre de dos de sus hijos; en O herói rinde homenaje al rappero MV Bill relatando la evolución de un activista negro. En Por quê insiste en esa necesidad que plantean los años de revisar la vida y durante toda la canción repite de forma machacona : Estoume a vir, e tu como é que te tens por dentro? Porquê não te vens tambem? También hay en el disco alegría, sexo como corresponde al rock and roll, denuncia e ironía.
En resumen: un buen disco, un discazo que sin duda es sorprendente, pero el sello artístico y creativo de Caetano Veloso avala su calidad.
Tenía pendiente de hacer la reseña de la más que interesante Antología de Haris Alexíou, doble cedé publicado en España el año pasado, cuando me llega este Víssimo ke nerantzi («Guinda y naranja amarga») que me obliga a actualizar el comentario.
El sello Resistencia tiene, entre otras virtudes, la de proporcionar una información precisa, detallada y no demasiado ditirámbica de los productos que pone en el mercado. Es lo que me ha animado a transcribir aquí, con algunos pequeños retoques y añadidos, la reseña que acompaña al propio disco, porque lo que dice lo suscribo sin ningún inconveniente. Pero vayamos a lo concreto.
Haris Alexíou no es sólo una inmensa cantante griega. Es "Haroula", la favorita del público heleno. Por encima de todo, está su notable voz, profunda, ligeramente gutural. Su manera de cantar se ha dado en llamar estilo bizantino. Una simbiosis del pasado y el presente, de Oriente y de Occidente. En su canto se dan cita diferentes culturas, combinándolas con sabiduría. Se la puede oír cantar a Brel en francés, recitar a Brecht en alemán, a Wa Habibi en árabe, todo ello con la misma facilidad. Durante su ya larga trayectoria musical ha interpretado toda clase de estilos, desde las canciones populares tradicionales (laikó y rebétiko), a músicas más elaboradas (entechno).
Su familia procede de Tebas (Asia Menor) pero tuvo que trasladarse a Grecia tras el Tratado de Lausana, por el que los griegos tuvieron que abandonar Turquía. El cambio de escenario y cultura llevó a un cruce de influencias. Así fue cómo el rebétiko se convirtió en una mezcla de música popular (dhimoticó) y la más refinada música urbana oriental (smyrneiko). Para Haroula, cantar era algo tal natural como respirar. Cuando Apóstolos Kaldaras, su descubridor, la escuchó por primera vez en 1972, la invitó a colaborar en su nuevo proyecto "Mikra Asia" (Asia Menor) con Yorgos Dalaras. El disco fue un éxito e inmediatamente todo el mundo quiso saber quién era aquella joven cantante. Pronto el público empezó a llamarla "Haroula", que significa "Pequeña gracia" (Haris significa encanto, gracia).
En Guinda y naranja amarga Haris Alexíou dirige una mirada nostálgica al pasado para regresar al presente impregnada de tradición, que viste con los nuevos ropajes musicales de este tiempo. Es un disco grabado a la manera antigua, es decir, con una mesa multipistas, con todos los músicos en el estudio al mismo tiempo, sin una sola grabación por separado con ninguno de ellos. La mezcla se ha realizado con técnica analógica.
Ud y laúd, clarinetes, recorders, daoui, salteriosy trompetas del norte de Grecia, panderos de Epiro, violines, guitarras tradicionales, reks, bendires, darbukas árabes, liras cretenses…, mágicamente combinados con las cuerdas foráneas de la guitarra acústica y el contrabajo: instrumentos musicales de ayer y de hoy, desde Epiro, Creta, Macedonia y Tracia, mezclados con el talento orquestal de Thomás Konstandinou.
Desde el sonido tradicional de la Grecia del norte en la canción "He vuelto" a la lírica balada "Puede", de la rítmica "Si supieras" a la susurrante "Mi amor me ha olvidado", y de "Los maestros" a "Las uvas", una canción repleta del aroma del mar Egeo que nos conduce hasta "Estoy en el muelle". Thodorís Papadópoulos, Smaró Papadopoulou y Makis Seviloglou, responsables de las letras de estas canciones, han logrado una perfecta unidad musical a lo largo de los trece temas que compone un disco de una sorprendente sencillez, sólo al alcance de quien, conociendo todos los recursos de la cosmética, prescinde de ellos para mostrar la belleza en estado puro.
¿Cómo es posible mezclar tal cantidad de estilos musicales y de registros interpretativos sin que el resultado sea un pastiche totalmente caótico? No lo sé, pero Patty Griffin lo logra.
Hace más. No sólo elude el muy obvio riesgo de la incoherencia; consigue que, además, el conjunto aparezca como un producto compacto, unificado.
Hace falta mucha personalidad y mucho talento para meterse en ese jardín y salir de él con un hermoso ramo en las manos.
Rock, folk, soul, R&B, blues, godspel, country… Y de repente un aire a Bruce Springsteen que obliga a mirar los créditos, o una influencia confesa de DeVotchKa (el grupo autor de «How It Ends» y de la banda sonora de «Little Miss Sunshine»), o un fraseo que recuerda a la sesentayochera Melanie Saftka, o una entrada que bien podría haberla hecho Nanci Griffith, o una entonación a lo Stevie Nicks, o un arreglo que toma prestada la inconfundible impronta de Daniel Lanois… Pero todo ello pasado por la batidora particular de Griffin, que puede abrir sin temor los oídos a las más diversas influencias positivas, porque de todas puede nutrirse ventajosamente sin perder por ello su propio estilo.
Tengo entendido que la carrera de Patty Griffin se ha beneficiado del apoyo entusiasta de algunas figuras ya consagradas, como las Dixie Chicks, con las que parece compartir su poco aprecio por quienes mandan hoy en día en Washington («No Bad News»), o como Emmylou Harris, que le hace un coro etéreo en una de las más sugestivas piezas del álbum («Trapeze»). Sin pretender que los apoyos por arriba sean innecesarios –tanto más en un mercado tan duro y competitivo como el estadounidense–, lo cierto es que Patty Griffin tiene argumentos más que suficientes para bandeárselas por sí sola en cualquier plaza. Este disco da prueba de ello.
«Children Running Through» es el sexto cedé de Griffin, que se estrenó en el mundo discográfico en 1996 («Living With Ghosts»). Eso como cantautora, porque como compositora ha estado también presente en la discografía de voces tan importantes como las de Martina McBride, Bette Midler, Mary Chapin Carpenter, Reba McEntire y Maura O'Connell.
Un rasgo destacable de este disco: cuanto más se oye, más gusta. Gana con la repetición. Puedo certificarlo: ¡llevo tres días oyéndolo sin parar!
Savane es el mejor recuerdo que nos podía haber dejado Ali Farka Touré tras su desaparición en marzo del año pasado.
El disco empezó a gestarse en 2004, en unas sesiones ya legendarias que tuvieron lugar en el Hotel Mandé de Mabako a orillas del río Níger, en las que el productor Nick Gold -con ese olfato especial para la buena música de raíz- consiguió que dos de los más reconocidos músicos de Mali grabaran tres discos: Ali Farka Touré y Toumani Diabaté registraron un disco juntos - In the heart of the moon- (Grammy 2006) y uno en solitario cada uno de ellos. Savane, fue el último de los tres, y pocas semanas después de acabar su grabación moría Ali Farka Touré.
No sé si a sabiendas de que sería su último trabajo el gran músico dedicó un especial cuidado a su elaboración, pero se percibe mucho mimo en todos y cada uno de los trece temas que lo componen y el propio Touré se mostró muy satisfecho del resultado obtenido.
Como si se tratara ciertamente de dejar testimonio de su forma de concebir la música, Ali se rodea básicamente de instrumentistas expertos en las cuerdas de la zona, (ngoni y njarka-violín) que junto a percusiones, coros y flautas tradicionales se pasean por el cancionero de los peul (pastores nómadas del oeste africano), por el folclore sonräi y se acercan también hasta el vecino Níger para interpretar dos piezas en el dialecto zarma. El sonido de la música del desierto prevalece en el disco, y la intervención en algunos temas de los tres instrumentistas no autóctonos: Little George Sueref con la armónica, el saxofonista Pee Wee Ellis y el percusionista Faín Dueñas, es tan delicada y respetuosa que en ningún momento da la sensación que los invitados se alejen del guión africano en el que colaboran.
El resultado es un precioso disco cargado de emoción y de sensibilidad en el que se hermanan la música tradicional de Mali y el blues, dejando en evidencia la existencia de ese parentesco cercano que el músico, campesino y alcalde de Niafunké reivindicaba.
Savane, la canción que da nombre al disco y que Ali Farká Touré canta en francés acompañado solamente por los ngoni de Mami Sissoko y Bassekou Kouyate, es un inmenso grito de dolor por la desertización y el empobrecimiento de su tierra que empujan a la gente a emigrar y una afirmación de su derecho a sobrevivir con su trabajo. Acaba diciendo -en referencia a las “ayudas” que envía Occidente-: En vez de darnos bombas, dadnos motobombas para que podamos por lo menos atender nuestras necesidades, para alcanzar la vida, la sabiduría y la sensatez.
Dicen de él que es uno de los mejores intérpretes actuales de country blues. Su familia proviene de la cuna del blues rural -el Delta del Misisipi-. Allí llegaron sus ancestros africanos como esclavos para trabajar en los campos de algodón. Posteriores generaciones fueron aparceros y más tarde se trasladaron de Misisipi a Tennessee donde nació Keith B.Brown en Memphis.
Conociendo su historia se podría discutir si estaba predestinado para tocar blues del Delta, pero también desde un punto de vista más pragmático podría decirse que su subida a la cima como quizá el intérprete más grande y más puro de blues del Delta de su generación, sea simplemente la evolución o la trayectoria de un hombre con un gran talento musical. Seguramente un poco de ambas cosas debe haber, pero de lo que no hay duda es que este joven blues man, está bien enraizado en sus orígenes e interpreta el blues tradicional con una fuerza y una sensibilidad con las que no cualquiera está dotado.
Sus primeros pasos en la música no empezaron con el blues. Con dieciocho años escuchaba y tocaba folk, country, rock y diferentes estilos musicales, hasta que un día escuchó a Muddy Waters cantando un espiritual y se lanzó a conocer más sobre esa música que tanto le había emocionado.
De Muddy Waters saltó hacia los primeros grandes blues men del Delta: Son House y Robert Johnson, después vendrían Skip James, Bukka White, Fury Lewis o Fred Mac Dowell. Pero Keith B. Brown reconoce la especial influencia que sobre él ha ejercido Son House (para él: The Father) y admite que fue la llave que le abrió la puerta para descubrir no sólo su inclinación musical sino también para comprender mejor la historia de sus antepasados, su propia historia.
Su trayectoria musical y su conocimiento del blues del Delta le han llevado también a las pantallas de cine en dos ocasiones: En 1998, el cineasta Glenn Marzano le escogió para interpretar al gran Son House en la laureada película “Stop Breakin’ Down” sobre la vida del legendario Robert Johnson. Más recientemente fue seleccionado por Martin Scorsese y el director alemán Wim Wenders para protagonizar “The Soul of a Man”. La interpretación de Keith en el papel de Skip James y la película en sí misma han conseguido el reconocimiento mundial.
La trayectoria musical de Brown ha ido decantándose hacia una combinación particular de tradición y modernidad. Mantiene la pureza y la fidelidad a la tradición cuando interpreta los temas que hicieron sus “maestros” renunciando expresamente a la mezcla de estilos como reconocimiento y respeto a su trabajo, pero sin embargo no sigue la misma pauta en sus composiciones y prefiere contar a su manera sus propias historias introduciendo aires urbanos con influencias de soul, country e incluso pop, aunque defiende que incluso en sus temas más contemporáneos también está presente de alguna forma la raíz del blues rural.
Delta Soul, su tercer disco, es quizá el más claro exponente de su actual concepción musical. A diferencia de su anterior trabajo Got to Keep Movin’(compuesto íntegramente por él), en este álbum nos ofrece una combinación de "clásicos" -entre los que encontramos temas de Son House, Skip James, Blind Lemon Jefferson, Fred McDowell y Robert Johnson- junto a cinco temas propios en los que está presente la influencia de otros estilos musicales.
Es un disco enteramente acústico, Keith B. Brown, en solitario, con su guitarra y sobre todo con su potente y dulce voz, recorre el Delta del Misisipi y nos acerca al presente y al pasado de los afroamericanos a través de la magia del blues.
La figura del escritor Edgar Allan Poe (1809-1849) ha inspirado a músicos tan diferentes como Debussy, Ravel, The Beatles, Bob Dylan, Iron Maiden y Alan Parsons Project. Es precisamente, Eric Woolfson, compañero de Parsons -con quien vendió más de 45 millones de discos a lo largo de una fructífera unión musical- el retratista del escritor romántico de Boston. Este músico escocés nacido en 1945 reconoce en Poe al maestro del relato corto y al precursor de la novela detectivesca. Ya el primer trabajo de Alan Parsons con Eric Woolfson llevó por título Tales Of Mistery And Imagination –Edgar Allan Poe y contó con la colaboración de Orson Welles en la narración. 27 años después, Woolfson culmina una vieja ambición: rendir tributo a Poe en un musical. La obra consta de 12 temas, naturalmente alusiones biográficas, con guiños diversos a la complicada y por momentos atormentada y fatal existencia que tuvo el autor de Los crímenes de la calle Morgue. Entre los intérpretes hay que alabar la sensacional voz de Steve Balsamo que irrumpió en los escenarios musicales de la mano de Andrew Lloyd Weber, protagonizando un magnífico Jesucristo Superstar. La voz magnética y dulce de Balsamo es una de las mejores sensaciones musicales que he vivido en los últimos tiempos, torpe como soy en la aventura y en el hallazgo de nuevas voces. Este cantante escala las notas con una desafiante naturalidad y de forma absolutamente brillante. En Wings of Eagle irrumpe con energía y fuerza, pero es en Inmortaldonde da muestras de la versatilidad de sus registros y de la candidez con que encara la interpretación de una canción repleta de sentimientos. Este galés de 35 años no ha tenido demasiada fortuna en su carrera ajena a los musicales. Incluso alguna discográfica le ha jugado una mala treta. Es lo que tiene pertenecer a una generación , a un tiempo en el que el mercado dicta tantas sandeces y realiza tantas aberraciones musicales. Poe- More Tales of Mistery es un musical fresco, ecléctico, joven. Seguro que no es una obra maestra, demos por hecho también que no llenaría los patios de butaca de los teatros de la Gran Vía madrileña, pero, en ocasiones, eso puede llegar a ser una señal inequívoca de que estamos ante una magnífica pieza musical. No sé qué pensaría Edgar Allan Poe de la música y de la penosa situación que atraviesa, pero se me vienen a la cabeza algunas de sus palabras... porque, al fin y al cabo, pocas cosas ayudan tanto a soñar como la música.
A DREAM WITHIN A DREAM by Edgar Allan Poe (1827) Take this kiss upon the brow! And, in parting from you now, Thus much let me avow- You are not wrong, who deem That my days have been a dream; Yet if hope has flown away In a night, or in a day, In a vision, or in none, Is it therefore the less gone? All that we see or seem Is but a dream within a dream. I stand amid the roar Of a surf-tormented shore, And I hold within my hand Grains of the golden sand- How few! yet how they creep Through my fingers to the deep, While I weep- while I weep! O God! can I not grasp Them with a tighter clasp? O God! can I not save One from the pitiless wave? Is all that we see or seem But a dream within a dream?
Creí que no sabía nada de él, pero me equivoqué. He podido comprobar que figura como artista invitado en los grupos de acompañamiento de varios grandes artistas griegos cuya obra me ha acompañado desde hace años: Mikis Theodorakis, Nana Mouskouri, Haris Alexiou, Elefteria Arvanitaki... y también de otros no menos interesantes, como el turco Okay Tamiz y el armenio Arto Tunçboyaciyan, alguno de cuyos discos ya han pasado por esta sección. De él en solitario no tenía noticias, pero con razón: este Jacinto –que grabó en 2000 pero que no había llegado hasta ahora a nuestro mercado–es su primer trabajo personal.
Manos Ahalinotópoulos nació y creció en Atenas en una familia procedente de Asia Menor. Aprendió a tocar la flauta y el clarinete siendo aún niño. Estudió Pedagogía y Ciencias Políticas en la Universidad de Atenas. Desde muy joven participó en conciertos de música tradicional, colaborando con instrumentistas e intérpretes especializados en músicas de vieja raigambre.
En 1986 se unió al grupo "Greck" para el concierto que dieron en el Festival Panmediterráneo de Música Folclórica de Valencia. En 1987 recibió el premio al mejor solista en el Festival de Ítaca. En 1991, participó en el Encuentro Musical de Oriente-Occidente que se celebró en El Pireo. Allí tocó con Peter Kowald, Charlie Mariano, Okay Temiz, Rabih Abou-Khalil, Ross Daly y otros. En 1993 creó el grupo Ellispontos, mano a mano con el compositor e intérprete de lira Elias Papadopoulos. Juntos se embarcaron en diversas actividades (grabaciones, actuaciones en televisión y en directo) por toda Grecia y en el extranjero.
Manos Ahalinotópoulos ha viajado con su clarinete, kaval y flautas por más de veinte países y ha participado en conciertos y festivales de gran prestigio. En 1994 inició sus estudios en el Departamento de Teoría de la Música de la Facultad de Filosofía de Atenas. Al mismo tiempo, ha dedicado mucho tiempo a la investigación, además de ahondar en el conocimiento de la música bizantina y de profundizar en sus estudios de Teoría de la Música Europea.
Como resultado de todo ello, ha llegado a participar en más de setecientos discos, además de componer piezas para teatro y cine. En su faceta de clarinetista, además de presentar su propio trabajo, ha actuado en más de veinte países y en numerosos festivales, como el Festival de Jazz de Montreux (en 1999 y 2002), el Womad (Londres, España, y otros países), el Sphinx Festival de Bélgica, el Festival de Jazz de Estambul, etc.
El virtuosismo y el rigor académico de Manos Ahalinotópoulos no necesitan de mayores argumentos. Pero él no se dedica a lucirlos, sino que los pone al servicio de composiciones e interpretaciones de factura estrictamente popular, alejadas muy a propósito de las modas «étnicas», de la «world music» y de las fusiones pedantes. Los estilos que mezcla se han mezclado previamente en las calles, en los pueblos, en las islas.
El resultado final es un disco evocador, hermoso, delicado –que no empalagoso, y menos todavía cursi– y, como suelen ser los nacidos de la música popular de la Grecia que se inclina hacia el Oriente, también sensual, y a veces hasta misterioso. Se oye con auténtico deleite.
El título hace referencia al mito de Jacinto, hijo de Amiclas y amante de Apolo, al que Céfiro, loco de celos, mató de una pedrada: su cuerpo se transformó en una bella flor supuestamente perenne, a la que pusieron su nombre. Manos Ahalinotópoulos emplea la imagen del jacinto para hablar de las metamorfosis de la música popular, también ella –él así lo cree– eterna.
Regálale este disco a alguien de cuyo buen gusto no te quepa duda y ten por seguro que habrás hecho una buena obra.
Ya sé que esta sección es de Discos recomendados, y no de Discos vapuleados, pero me creo en la obligación de traer aquí este disco recién salido al mercado para alertar a la buena gente que frecuenta nuestras recomendaciones y avisarle de que, puestos a dejarse los dineros en un CD, los hay mucho más recomendables.
Ignoro lo que la troupe del Cirque du Soleil hará con esta banda sonora, fabricada para su último espectáculo. Supongo que será brillante, como suele ser todo lo suyo. Aquí me refiero al trabajo en tanto que producto musical, sin más.
Y he de decir, para empezar, que no es un disco de The Beatles, sino un ejercicio de autocomplacencia que ha hecho George Martin, con la ayuda de su hijo, utilizando los archivos de las grabaciones realizadas por el famoso cuarteto de Liverpool.
A George Martin se le llamó en su momento «el quinto beatle» por su aportación a la obra del grupo. Martin, que sabía mucha más música que los cuatro juntos, les hizo los arreglos de muchas de sus canciones. Algunos realmente muy buenos: el acompañamiento de cuerda de Eleanor Rigby y la orquestación psicodélica de A Day in the Life y Strawberry Fields Forever son tres de los ejemplos que más suelen mencionarse, pero estuvo presente en casi todas sus grabaciones, a veces también como instrumentista.
Se recuerda también, y con justicia, toda la parte orquestal que compuso para la banda sonora de la película Yellow Submarine.
Martin daba solvencia musical y empaque al producto. Pero las ideas no eran suyas. Y las decisiones finales tampoco.
Lo que aquí ha hecho es recoger fragmentos más o menos largos de diversas piezas de The Beatles, deteniéndose particularmente en aquellas en las que su propio papel fue más destacado, y juntarlas en un pastiche tan espectacular como pretencioso, hinchado y hueco. La primera vez que se oye, sorprende por momentos. La segunda aburre. La tercera no se produce: ya no quedan ganas. A George Martin –sir George Martin, perdón– se le ha ido la mano. Mucho.
Resulta irritante el empeño que ponen algunos en sacar todavía más dinero de la aventura musical de The Beatles. He leído comentarios muy elogiosos para este disco hechos por Yoko Ono y Ringo Starr. No me extrañaría que Paul McCartney también le echara flores. Quizá haya razones de amistad de por medio. Seguro, en todo caso, que las hay económicas.
Empezó con la música clásica, pasó por toda la historia del rock català de los 70, la música laietana, la nova cançó. Compartió lamentos de guitarra con el blues-man americano Taj Mahal; se curtió en los quejíos de la guitarra flamenca junto a grandes maestros como Diego Gastor, compuso para Leo Ferré, hizo música para cine, para teatro. Formó durante más de veinticinco años pareja artística con Ovidi Montllor formando un entrañable dúo que musicaba como nadie a los poetas de lengua catalana.
También fue pionero en eso que llaman "fusión flamenco-jazz" (aunque ahora ni siquiera lo nombran cuando se habla del nuevo flamenco), ha ofrecido recitales de guitarra de música de Bach… sólo tiene como veinticinco discos en solitario e incontables colaboraciones con otros artistas.
Sirva como introducción este pequeño pero intenso resumen de la trayectoria de este músico inquieto, polifacético, capaz de cautivar con el sonido claro que sus dedos privilegiados sacan de la guitarra, pero que también sabe poner con muy buen gusto su voz cuando es necesario.
Toti Soler tiene méritos suficientes para ser considerado una de las figuras más importantes de la música actual en este país pero sin embargo con él no se ha hecho justicia si de lo que se trata es de reconocer sus méritos como artista. Quizá sea porque no se ha doblegado a las exigencias de un mercado que cada vez se rodea de más parafernalia. Pero para alguien que vive la música con la intensidad con que él lo hace, esta falta de reconocimiento no ha sido obstáculo para continuar entregándose a componer y tocar lo que él quiere. Y sigue siendo un genio.
Vida Secreta, su último disco, está formado por nueve transparencias, nueve temas instrumentales, lentos, en los que el músico nos ofrece un recital poético con su guitarra. No hay en el disco ninguna exhibición estridente, ningún juego de manos a los que a algunos les gusta recurrir para mostrar su habilidad con el instrumento. No es necesario porque es un disco precioso, desnudo, y lleno de ternura. Un disco para oírlo por primera vez tumbada en el sofá, con los ojos cerrados, concentrándote en escuchar y sentir todas las emociones que comunica.
Silvia Amigó, quien acompaña a Toti en el espectáculo que lleva el mismo nombre del disco y en el que ambos recitan poemas de Fernando Pessoa (ella con su cálida voz y él con la guitarra) ha escrito como presentación:
Toti Soler, poeta que escribe sus versos sobre el papel pautado de las seis cuerdas que siempre le acompañan, ofrece en este disco callado y misterioso, casi místico, el raudal de luz y de aire transparente que da expresión y sentido al sonido destilado que vive y habita en el surco profundo de su Vida secreta. Una música que no solamente puede ser escuchada con el oído, sino que precisa ser comprendida por el alma. Y en la medida en que son más lentas sus notas, más contenido y suave su sonido, más allá de quien escucha y comprende llegan, más encendida es la conmoción que provocan y más inmóvil permanece aquel que recibe tanta pasión sufrida y ofrecida, transmutada, una vez más, en belleza compartida.
Nada que añadir, os animo a escucharlo, es una excelente compañía para pacificar el ánimo, cosa que no va mal en los tiempos que corren.
Reciente la salida de este último disco del cantaor Poveda acompañado al toque por Juan Carlos Romero. Un trabajo conjunto dado que el Sr. Romero se encarga de la producción y la dirección musical además de componer y escribir prácticamente todo el disco.
Romero es más que un tocaor al uso; pese a su juventud - nació en 1964- dentro del circuito flamenco es conocido y respetado. Ganó el prestigioso Premio Nacional de Guitarra de concertista flamenco en Jerez de la Frontera, fue de gira con Manolo Sanlucar, trabajó en la banda sonora de "Sevillanas" y "Flamenco" (las magníficas películas de Saura), ha acompañado al cante a grandes figuras como José Mercé, Paco Toronjo o Chano Lobato ha compuesto para el Pele y para Enrique Morente así como para Carmen Linares... en fin que lo tiene todo este hombre. En cambio no me parece que sea así para el gran público: Hará cosa de un año asistí a lo que en principio se anunció como un concierto de Miguel Poveda al que acompañaría al toque Juan Carlos Romero, la decepción entre el público fue patente cuando tras lo que debía ser la introducción del guitarrista y su grupo al cante de Poveda, continuaron pasando los minutos bajo el toque delicado de este buen guitarrista sin que Poveda interviniese más que un par de temas, a pesar de las repetidas solicitudes del público presente.
Para Miguel Poveda este es su sexto trabajo discográfico. Así pues nos encontramos con la primera propuesta íntegramente flamenca del cantaor -plasmada en CD- desde el año 2001 y su "Zaguán" para Harmonía Mundi. Tiempo ha pasado desde que en 1993 se alzara con la victoria en El Festival de Cante de las Minas de La Unión ganando cuatro premios, entre ellos la Lámpara Minera. Miguel, tiene una voz muy bonita. Verlo cantar en directo es siempre sinónimo de seriedad en la propuesta.
Es un CD cuidado y lleno de detalles; desde la bonita portada y el formato de la misma hasta las aportaciones de los artistas invitados. Comienza con unos tangos un poco sosos. Luego “Tierra de calma” es la curiosa farruca (cante aflamencado de origen gallego) que da nombre al disco. De las dos bulerías del disco, la segunda -“Alfileres de colores”- con letra de Pedro Rivera y música del heterodoxo Diego Carrasco que también canta (arrebatador, como siempre) junto con su compadre Moraito al toque (se nota, este jerezano conoce su oficio) es otra de las piezas clave del CD. Poveda se deja llevar sin amilanarse por el cante sinvergüenza de Carrasco junto al brioso toque de Moraito. Agradables al oído la Malagueña y abandolao que preceden a “Y en medio del río”, sevillanas acompañadas al piano por Dorantes que no me acaban de convencer. En cambio “Náufragos del hambre” considero que es una de las mejores piezas del CD, bien producida y rematada, parte de la letra de Ortiz Nuevo ayuda a ello: “Tengo palacios de llanto, tesoros de desconsuelo, y las llaves del espanto”. Tras una bonita siguirilla y cabal llegamos a “La radio de mi madre”; en estas “coplerías” como las define el disco, cuya letra y música pertenecen a Quintero, León y Quiroga, de nuevo, sigue la línea de doblar y acoplar voces de Morente. Buen tema de homenaje a la copla clásica, con un final convincente en su adaptación a nuestros tiempos. Y una toná, con letra de Ortiz Nuevo cierra el disco.
Como decía Samuel Beckett: “ Si todo proyecto está destinado a fracasar: da igual, fracasa otra vez, fracasa mejor“. Y eso creo que ocurre con este disco, me parece un fracaso mejor. Mejor que su anterior disco flamenco el ya nombrado "Zaguán".