Este disco estaba incluido en la sección de Discos de hace algunos años más de la anterior página web de Javier Ortiz (2000-2005), cuya cabecera decía así: Hay discos publicados hace pocos días que suenan infinitamente más antiguos que estos. La edad no estropea los buenos discos, al contrario, los rejuvenece.
Con todo lo que yo ignoraba sobre Dar Williams hace un mes se podría escribir una espléndida monografía. Sólo sabía que había hecho una soberbia segunda voz para John Gorka en su melancólico While Roving. Con ese único elemento de información me sumergí en los archivos de Napster, de los que saqué más de veinte canciones suyas. Algunas, realmente sorprendentes. Y de ahí a Amazon, donde me enteré que ha puesto ya cuatro discos en el mercado, el primero de los cuales parece que es Mortal City, de 1996, y el último (The Green World), de julio de 2000. (Dicho sea de paso, esto demuestra hasta qué punto son chorras muchas de las críticas de la industria discográfica a Napster: de no haber tenido acceso a esas canciones vía Internet, no me habrían sacado ni un duro en discos de Dar Williams. Las muestras de 30" que ofrecen oficialmente no valen ni para cagar). Bueno, pues el disco que pongo de muestra no es ni el primero ni el último, sino el que más me ha interesado a mí, que es del 97.
Por cierto que todavía no he dicho que esta buena moza hace folk, con resonancias de Suzanne Vega y Ricky Lee Jones. El de este disco es un folk con bastante ritmo y buenas dosis de electricidad, cercano del pop, lo que desagradó soberanamente a algunos de sus primeros fans, que la veían como una nueva Joan Baez (con la que a veces ha colaborado, con desiguales resultados: hicieron una versión a dúo de The Dangling Conversation, de Paul Simon, que, si se la hubieran ahorrado, pues tan ricamente). Lejos de esas críticas, a mí me parece que este disco le sirvió para limar algunos aspectos ñoños que presentaban los dos anteriores y ponerse más en onda.
Por cierto que, con esta buena moza, voy a iniciar una experiencia -no generalizable, por razones técnicas y de tiempo- que puede tener su aquél: ofrecer la posibilidad de escuchar una canción. Ésta no está en ningún disco suyo, que yo sepa, sino en un homenaje colectivo al Nebraska, de Bruce Springsteen. Se trata de Highway Patrolman. Así sabréis si os gusta Dar Williams, y si os vale la pena hacerse con discos suyos.
Este disco estaba incluido en la sección de Discos de hace pocos años de la anterior página web de Javier Ortiz (2000-2005), cuya cabecera decía así: No todos los "clásicos" tienen que pasar la prueba del carbono 14. Aquí tienes unas cuantas pruebas.
Hamza El Din no es, ciertamente, ningún novato. Y tampoco un desconocido para la música occidental: desde que fuera presentado en el mítico festival folk de Newport de 1964, ha actuado en Edimburgo, Salzburgo, Viena, París, Berlín y Montreux y ha colaborado en grabaciones del Kronos Quartet -del que un día de éstos habrá que decir algo por aquí- y de Grateful Dead. Pero me temo que su nombre no diga gran cosa a la mayoría, así que la difusión en España de este disco suyo -el último, supongo- bien puede servir para presentar aquí al patriarca de la música nubia, propia del pueblo del mismo nombre, que habita en el sur de Egipto, a las orillas del lago Nasser. Hamza El Din es un virtuoso del úd, instrumento que los árabes trajeron a España y que está en el origen -incluso semántico- del laúd europeo. El úd, aparte de por su forma, se diferencia del laúd en que no tiene trastes y en que no se toca con los dedos, sino con un plectro. Hamza El Din es capaz de arrancarle infinitos matices. Este disco tiene como eje la evocación del pueblo natal del artista, Toshka, que quedo sumergido en 1964 por las aguas de la gran presa de Asuán. El folleto que adjunta el disco aporta la información necesaria para entender de qué va todo (si se comprende el inglés, claro).
Este disco estaba incluido en la sección de Discos de hace algunos años más de la anterior página web de Javier Ortiz (2000-2005), cuya cabecera decía así: Hay discos publicados hace pocos días que suenan infinitamente más antiguos que estos. La edad no estropea los buenos discos, al contrario, los rejuvenece.
Esta vez lo que os propongo no es un CD, sino un vídeo. Recoge un concierto de Rosanne Cash en el que cantó lo esencial de dos de sus mejores CDs y alguna canción anterior. Tengo toda su obra en LPs y CDs, pero creo que el documento sonoro que mejor da cuenta de cómo es y de lo que hace es este concierto, grabado en blanco y negro, para mejor subrayar sus gustos. Dura 80 minutos.
Rosanne Cash es hija de Johnny Cash, pero ese dato no da pistas. No se parece ni un pijo a su padre. En ningún sentido.
Estuvo casada con Rodney Crowell, y eso sí da alguna pista, pero como la mayoría de vosotros no sabréis quién es él, pues que lo mismo.
Os pongo en antecedentes. Suelo decir que Rosanne Cash es una especie de Leonard Cohen femenina. Crea un clima intimista del estilo de Cohen: es cínica como Cohen, tierna como Cohen, conocedora de la naturaleza humana como Cohen, tímida como Cohen, susurrante como Cohen, pesimista como Cohen, esteticista como Cohen. Tres cosas le diferencian radicalmente del canadiense errante:
es bastante más joven, tiene una buena voz... y es feminista.
Sobre este concierto escribió el New York Times: "La señora Cash tiene el arte de comunicar la textura emocional de la vida de todos los días de un modo que resulta natural, pese a su torbellino interior, para nada histriónico... Cuanto mayor se hace, mejor se vuelve".
Y el San Francisco Examiner: "Un sonido maravilloso y unas letras maravillosas que se combinan para fabricar una música exquisita".
Una cantautora (y un concierto) para gente con tendencias melancólicas controladas y racionalizadas. Si os animáis a comprar este vídeo (cosa que os recomiendo, por vuestro bien), poned particular atención en una canción que se llama Sleeping in Paris. Representa mucho para mí y, si os detenéis en ella, no sería raro que acabara representando también mucho para vosotros... y para vosotras.
Este disco estaba incluido en la sección de Discos de hace pocos años de la anterior página web de Javier Ortiz (2000-2005), cuya cabecera decía así: No todos los "clásicos" tienen que pasar la prueba del carbono 14. Aquí tienes unas cuantas pruebas.
No es la primera vez que Savina Yannatou aparece en esta sección: ya cité -con toda suerte de pronunciamientos favorables, por cierto- su participación en el trabajo que Lena Platonós hizo en los primeros 80 para rendir tributo al celebrado compositor Manos Hadjidakis y que se tituló El 62 de Hadjidakis. Savina tenía por entonces 18 años y empezaba a cantar en público. La Savina que os presento ahora ronda los 40 y ya no necesita tutoría alguna: compone, arregla, canta, hace todas las armonías vocales del mundo, toca el sintetizador e incluso, cuando no echa mano de algún poema clásico o de los ejercicios poéticos de su hermana Sofía, ejerce de letrista. Disco éste misterioso, fascinante, lleno de matices, envolvente. Y de una enorme unidad: las once composiciones que incluye parecen capítulos del mismo discurso musical. Hay dos composiciones no cantadas en griego: A los banos del amor, cancioncilla de autor anónimo español del siglo XV, y la que da título al disco, Rosa das rosas, basada en un poema galaico de Alfonso X El Sabio. Un disco absolutamente recomendable. El sello Resistencia lo acaba de poner en el mercado español, así que no hay ninguna dificultad para conseguirlo.
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El veterano cantautor de la Kabilia argelina ha reunido a un buen grupo de amigos (Karen Matheson, Manu Chao, Zabda, Geoffrey Oryema, Maxime Le Forestier, Brahim Izri, Gnawa Diffusion...) para retomar algunas de sus primeras canciones -o, eventualmente, las de sus invitados- y darles un nuevo tratamiento. El resultado es espléndido. Idir, que se proclama doblemente minoritario -argelino en Francia, bereber en Argelia-, se ha adentrado en el terreno de los demás, y los demás se han aproximado al suyo. Las identidades culturales que dan título al disco se entremezclan y ganan con el mestizaje. Oír a Maxime Le Forestier cantar su San Francisco en bereber ("Comparto con él la pasión por Georges Brassens", comenta Idir) resulta un sorprendente privilegio. Muy interesante también la incursión lingüística de Manu Chao por el otro lado del Estrecho. Karen Matheson, la solista de Capercaillie, da un muy buen contrapunto a Idir en su nueva y modernizada versión de A Vava Inouva, pero la gran cantante escocesa no se atreve con el bereber -tararea, sin más-, y es pena.
Original Soundtrack, BMG, Unisphere Records, 09026 65963 2. 1998
Este disco estaba incluido en la sección de Discos de recopilación de la anterior página web de Javier Ortiz (2000-2005), cuya cabecera decía así: Seguro que te has sentido alguna vez atraído por una música de la que no conocías nada. Habías oído algo de música brasileña, o de jazz, o de música griega, pero no sabías por donde empezar. Aquí hay algunas sugerencias para encontrar esa puerta, sólo tienes que empujarla y entrar... estás en tu casa.
Es la banda original de una película, pero no tenía noticia de ella. Para mí que tiene que ser fundamentalmente musical, porque el CD dura una hora. El disco, producido por Paddy Moloney (The Chieftains), va combinando interpretaciones de los solistas mencionados supra y piezas orquestales: once de la primera categoría y cinco de lo segunda. Lo cierto es que los cortes orquestales no desmerecen nada al lado de las intervenciones de los solistas. El conjunto del disco es muy bueno.
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Los cantautores y grupos irlandeses más enraizados en la cultura celta nos tienen acostumbrados a poner algunos toques de gaélico en sus producciones. Pero no es ni mucho menos frecuente encontrarse con uno que realice todo su trabajo exclusivamente en la vieja lengua de los irlandeses. Iarla Ó Lionáird no se conforma con esa fidelidad lingüística: retoma las formas más tradicionales de la música de su país, las trata con infinito respeto -aunque no renuncie para nada a las nuevas adquisiciones técnicas- y consigue un producto sólido y, a la vez, conmovedor. Iarla ha recurrido para este trabajo a los servicios del productor canadiense Michael Brooks, especialista en exquisiteces. Como siempre, el sello Real World proporciona un amplio y muy cuidado folleto que aporta la traducción del gaélico (al inglés, claro) de todas las letras.
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Esto no va sobre un CD, sino sobre dos, integrados en el mismo proyecto: poner música a letras de canciones que Woody Guthrie, el patriarca del folk norteamericano, dejó escritas, y para las que no compuso ninguna melodía. La Fundación Woody Guthrie alimentaba ese proyecto hacía mucho, pero no tenía claro en manos de quién ponerlo. No querían recurrir a ninguno de los hijos espirituales de Woody (Bob Dylan, Bruce Springsteen, el propio Arlo Guthrie), porque cualquiera de ellos se habría sentido irremediablemente reverente con la obra del maestro. Querían un producto fresco, diferente, innovador. Hasta que vieron en acción al inglés Billy Bragg, polifacético, admirador de Guthrie, sí, pero también de varios cientos de autores e intérpretes más. A Bragg le encantó la idea. Se buscó la colaboración de los rockeros del grupo Wilco, de Chicago, de la fiddler irlandesa Eliza Carthey, del bluesman Corey Harris y de la cantante Natalie Merchant. El resultado fue tan bueno que ninguno se resistió a la tentación de prolongarlo en un segundo volumen. Los dos son realmente espléndidos.
Este disco estaba incluido en la sección de Discos de hace algunos años más de la anterior página web de Javier Ortiz (2000-2005), cuya cabecera decía así: Hay discos publicados hace pocos días que suenan infinitamente más antiguos que estos. La edad no estropea los buenos discos, al contrario, los rejuvenece.
Preparando como estoy una conferencia sobre el Dylan letrista, me he tenido que dar un repaso al conjunto de su obra, parte de la cual tenía miserablemente abandonada desde hace años. Y me he llevado más de una sorpresa. Una de las más gratas ha sido la reaudición de este disco de 1989, que en su día me decepcionó totalmente. Compruebo ahora que la decepción fue culpa mía: me temo que hace 12 años no estaba preparado para disfrutarlo.
Uno de los rasgos de la personalidad de Dylan es el escaso interés que pone en la producción de sus discos. Todo lo que se preocupa de que el sonido en directo sea exactamente el que él quiere se transforma en sorprendente desidia en cuanto su música cruza las puertas del estudio de grabación. Deja que los demás mangoneen y hagan y deshagan a su gusto. De modo que todo depende de quién produzca el trabajo. Para éste tuvo la suerte de contar con el concurso de Daniel Lanois: un perfeccionista fascinado por las texturas que permite el rock cuando está bien interpretado. Apoyado por un excelente grupo de instrumentistas -entre ellos, el propio Lanois, que toca el dobro, el lap steel y la guitarra-, Oh Mercy me parece ahora uno de los más completos trabajos del Dylan posterior al célebre accidente de moto. A destacar, muy particularmente, Political World y What Was It You Wanted. Más vale tarde que nunca: admito ahora que se trata de una obra totalmente imprescindible.
Este disco estaba incluido en la sección de Discos de hace pocos años de la anterior página web de Javier Ortiz (2000-2005), cuya cabecera decía así: No todos los "clásicos" tienen que pasar la prueba del carbono 14. Aquí tienes unas cuantas pruebas.
Hay discos que sólo por los instrumentos que se anuncian en el libreto interior llaman la atención. En este tenemos: guitarra acústica, vibráfono, bajo y batería. Si a eso añadimos que tras ese nombre desconocido se esconden las composiciones del único disco oficial de los Fairground Attraction, la simpatía inicial se convierte en verdadera curiosidad. Al poner la primera canción del disco escuchamos a la reencarnación de Bob Dylan, o por lo menos a alguien que, pretendiéndolo o no, se le parece mucho. Esto último no es de extrañar, no en vano el nombre del grupo que fundó fue tomado de un verso del mismísimo Robert Zimmerman.
Canciones tranquilas, escobillas de batería y textos melancólicos.
En los agradecimientos imaginamos las influencias de este 'cantautor insensible': Anthony Thilstlethwaite (de los Waterboys), Brian Kennedy (coros en los últimos discos de Van Morrison) y algunos otros representantes del 'más puro' pop inglés.