Jabier Muguruza nos ha facilitado esta entrevista para su publicación en esta página.
Encuentros con alma: Kiko Veneno
Pasar unos días de agosto junto a Kiko Veneno y su familia en Ayamonte es, a pesar del calor, una experiencia singular y recomendable, sobre todo si se atraviesa una etapa de cierto estrés.
En esa casa se respira hospitalidad, ganas de compartir y, sobre todo, calma, una falta de urgencia que reina durante las 24 horas del día y que hace que, por ejemplo, al poco tiempo te hayas olvidado, literalmente, del reloj.
Conozco desde hace bastante años a este artista del que Jackson Browne me dijo en cierta ocasión que era "el Picasso de la música", y nuestra relación, que empezó por lo profesional, a través de encuentros, vacaciones familiares y cariño, ha derivado, poco a poco, en la confianza y en el respeto mútuo que en esta misma entrevista creo que se refleja.
J.M. Dice tu biografía oficial que José María López San Feliú nació en Figueres (Girona) en el año 52, de padre militar y madre payesa (campesina). ¿Me puedes situar un poco más sobre esa circunstancia?
K.V. Bueno, lo de mi madre no es así exactamente. Ella es de un pueblo muy pequeñito de Cataluña, de Sidamunt, y su padre, mi abuelo, era el tendero del pueblo. Toda la gente del pueblo tenía tierras. Era uno de esos pueblos de Cataluña que llamo yo "de base democrática": si había cien familias, las cien casas tenían sus tierras. Entonces, mi abuelo tenía tierras, pero, sobre todo, lo suyo era la tienda. Todavía, la gente de la familia, los descendientes que pasan por allí, se desvían para comprar las butifarras a mi primo. Eso de la tienda era muy importante para el pueblo.
J.M. ¿Y cómo es lo de nacer en Figueres?
K.V. Eso es totalmente casual. A mi padre lo destinan a Sidamunt, en el Pla D' Urgell. Llega allí como teniente, recién salido de la academia, y se enamora de la hija del tendero, que eventualmente era alcalde. Eso es lo que pasa, vamos. Ahí nace mi hermana y luego a mi padre lo destinan brevemente a Figueres, para seis meses, y yo nazco ahí. De ahí a Mataró y luego, con dos años, el gran cambio a Andalucía.
J.M. A Cadiz, en concreto.
K.V. A Cadiz. Allí estamos seis, siete años, y mi infancia se puede decir que transcurre en esa ciudad.
J.M. ¿Cómo recuerdas esa infancia?
K.V. La infancia en Cadiz yo la recuerdo bien, hombre, como una infancia feliz: todo el día jugando en la calle. Al salir del colegio de los Salesianos, si estaba la marea baja, íbamos a la playa a jugar al fútbol, mi padre me llevaba a ver los barcos que estaban atracados en el muelle, había cine de verano... aquello era muy agradable.
Y tengo, además, muchas imágenes del patio de vecinos donde vivíamos, allí entre cuatro casas. Aquel patio para un niño era un mundo grande.
J.M. ¿Qué tenía? ¿Qué ocurría en aquel patio?
K.V. Tengo un montón de recuerdos, de haberlo pasado bien. Los niños y las niñas estábamos allí todo el día jugando. Un año me echaron los reyes una pelota, e inmediatamente con la misma pelota le partí el cristal a un vecino (nos reímos). Y la pelota desapareció, claro...
J.M. Pues mira, precisamente te iba a comentar que en las fotos infantiles tuyas que conozco, das la impresión de estar siempre expectante, como buscando el momento oportuno para montar una buena.
K.V. Sí, era inquietillo, era muy nervioso (sonríe). Yo de chiquillo iba siempre corriendo, corriendo a todos lados. Para mí correr era el estado natural de un niño (nos reímos). Andar...
J.M. No correspondía...
K.V. No correspondía. "¿Ir andando? Si corriendo llego antes." Pero tampoco era muy pillo, sólo un poco travieso.
Fíjate que yo entonces todavía creía en los Reyes. Imagina cómo cambian las épocas que me fui a Sevilla a los 9 años creyendo en los Reyes Magos.
J.M.¿A los 9 años? ¿Estás seguro? Igual es que no te querías enterar...
K.V. Segurísimo, tío. No sé, yo creo que vivía así en un mundo feliz. Un día llegué a casa, del colegio, y había nacido mi hermana chica, que es cinco años menor, y me dice mi madre: "en esta ventana de un patio de al lado ha dejado la cigüeña un niño". Yo miraba y pensaba "qué verguenza" (sonríe).
J.M. ¿Y el colegio?
K.V. En los Salesianos nos tocaba ir mucho a misa. Iba todos los días a misa y cantaba todos los días. Cuando la gente me pregunta "¿pero tú donde has aprendido a cantar, si lo que tu haces se puede llamar cantar o algo?" (nos reímos) Les respondo: "coño, yo he cantado más que todos ustedes juntos, todos los días en los Salesianos". Y bueno, luego de alguna forma le he sacado el agradecimiento a eso, porque era una cosa obligatoria: primero cantar el "Cara al sol", luego en la misa...
J.M. Tus padres no son andaluces, o sea que no viviste la cultura flamenca en tu familia. Creo, de hecho, que primero descubriste el pop-rock y luego el flamenco.
K.V. Hombre, algo de la cultura flamenca la iba viviendo yo por la radio, ya en Cadiz. A mi madre le gustaba mucho la música y siempre tenía puesta la radio.
Después, el primer impacto musical que recuerdo es haber ido al cine de verano en Cadiz a ver una película de Enrique Guzmán, el rocker mejicano que cantaba el "Popotitos", ¿te acuerdas?
J.M. Sí, hombre.
K.V. Eso fue un impacto gordo. Y el segundo, también en el cine de verano, fue Joselito, tío, con aquella cabeza tan gorda y aquella voz que llegaba al cielo.
Más adelante, cuando llegamos a Sevilla, en el año 61, mi hermana se compró unos discos de los Beatles, y hacía guateques con los amigos. Yo me arrimaba a la puerta y escuchaba. Mi primera reacción, como era mi hermana mayor, era decir "pero si esto no vale nada, hombre", pero después, junto a la puerta, fui pensando "joder..."
J.M. "Joder, aquí hay algo", ¿no?
K.V. Claro, "aquí hay algo" (nos reímos).
J.M. De muy joven, cuando no se viajaba como ahora, ya anduviste por Europa y EEUU. ¿Cómo recuerdas aquellos viajes? ¿Tienes algo que contar?
K.V. Sí, hombre. Yo el primer viaje lo hice con 18 años. Me fui a Francia, saliendo en autostop desde Sevilla. Tardamos cuatro días en llegar a San Sebastián y de allí fuimos a Burdeos. Luego pasamos a la zona mediterránea y vimos festivales con gente que conocíamos de los discos, como Joan Baez, Johnny Winter... Recuerdo que en Cannes, los hippies hacían candelas en la playa y se reunían allí, se bañaban en pelotas, mientras "la gente bien" comía en los restaurantes y miraban a través de los cristales, así, un poco de refilón...
Luego viajamos a Italia, a Austria...
J.M. ¿Y a EEUU?
K.V. Allí fui tras hacer cuarto de Filosofía y Letras en la facultad. Yo estaba matriculado por libre en Barcelona, porque te dejaban elegir las asignaturas y organizar el curso. Nos reuníamos para estudiar y hacer trabajos, y mientras, teníamos actividad política: huelgas, asambleas, manifestaciones... me acuerdo cuando el jucio de Burgos, por ejemplo, que fue un momento importante.
Entonces, tras el cuarto curso, estuve en verano trabajando un par de meses en Suiza, en una fábrica de ladrillos en Basilea, y así pude comprar el billete para ir en septiembre a EEUU, y me estuve seis meses allí.
J.M. Seis meses es tiempo. ¿Qué tal experiencia fue?
K.V. En aquella época uno viajaba más que nada para ser capaz de viajar, ¿no? Ir a un país que no conoces el idioma, sin un duro, con mi guitarrita que iba yo...
J.M. Era un reto personal...
K.V. Sí, como un reto, viajar en autostop, con pocos medios... un poco dentro del mundo hippie. En aquella época ya había visto en Europa que había gente que te cogía en el coche, te encontrabas a compañeros en la carretera, otra gente que iba viajando, y se ayudaban, y te daban de comer... había una cultura de eso, de compartir.
J.M. En uno de esos viajes, estando en California, creo que conoces a un gitano de Morón y así te acercas de otra forma al flamenco.
K.V. Sí, sí, fue un tiempo muy musical. Estuve viendo a los Who, a Dylan... y escuchamos muchísima música. Mira, cuando llegué a EEUU me cogieron unos hippies de Boston. Eran cinco jóvenes viviendo en una casa de madera muy graciosa, llena de telarañas... y estaba todo nevado. Recuerdo que habían comprado el disco de "Tubular Bells", que era una bomba. Me pusieron los auriculares, y me dieron un porro de marihuana, que yo no la había probado nunca... ¡hostia! me tiré cinco días con los auriculares puestos sin salir de casa, escuchando música.
J.M. ¿Y lo del gitano de Morón?
K.V. Me fui luego a Nueva Orleans, y de allí a California. En California entré en contacto, a través de un amigo, con un grupo, que, no sé por qué, todos eran judíos y se reunían a lo mejor los domingos y se ponían a tocar flamenco. A través de ellos conocí a Agustín Rios, gitano de Morón, casado con una americana, que estaba allí buscándose la vida con su guitarra. Este hombre hacía "performances", tocaba en fiestas que le organizaba su mujer, y en una de esas fiestas lo conocí yo y nos hicimos amigos. Me interesó mucho esa forma de tocar la guitarra muy básica de la escuela de Morón (empieza a imitar con sonidos y gestos ese estilo).
Entonces, claro, Morón está al lado de Sevilla y cuando yo volví ya iba focalizado a analizar aquello, y, efectivamente, en septiembre de ese mismo año ya estaba en la feria de Morón de la Frontera, viendo allí a todos los monstruos y empapándome bien de todo aquello.
J.M. ¿La condición militar del padre influyó en que Kiko Veneno saliera así, tan ajeno a lo rígido, a lo autoritario?
K.V. Hombre, nunca se sabe bien, pero yo creo que no. Tengo la impresión de que si mi padre no hubiera sido militar, habría sido otra cosa, pero la salida política en aquella época era muy evidente, y al llegar a la Universidad te chocabas con ella de una forma que veías que aquello no podía ser.
J.M. ¿Tú lo ves más por ahí? ¿por el momento histórico?
K.V. Sí, creo que sí. Además mi padre, como militar, era una persona tranquila, prudente... franquista, desde luego, pero de una forma suave, digamos, ¿no? Hombre, teníamos discusiones, siempre fui rebelde en casa en ese aspecto, pero después, mi padre, como persona, era capaz de superar esa barrera. No te transmitía tampoco que tú tenías que ser así, te transmitía "este es un rebelde jodido"...
J.M. ¿Un rebelde jodido?
K.V. Sí, sí, "un rebelde jodido, que haga lo que quiera", ¿no? (nos reímos)
J.M. En el 75 se da el encuentro con los hermanos Amador del que nace el grupo Veneno.
K.V. Sí, cuando nos conocimos ellos estaban en el mundo flamenco, habían grabado ya varios singles. Quiero decirte que ellos ya eran músicos y yo no. Yo era un licenciado que estaba en el paro y empezaba a hacer canciones, sobre todo al juntarme con ellos. Empezamos a tocar y luego, cuando Ricardo Pachón nos propuso grabar, a mí me pareció ideal, y a Raimundo y a Rafaelillo también.
J.M. El disco que publicasteis bajo el título de "Veneno" hoy se ensalza en todos los círculos musicales.
K.V. Sí, sí, a lo largo de estos años sí. Es un disco muy atrevido, muy salvaje, practicamente el valor es difícil negárselo (sonríe), muy valiente, a tumba abierta... vamos, una cosa de estas que sale a presión.
J.M. En el 79 colaboras en el mítico disco "La leyenda del tiempo" de Camarón de la Isla, componiendo varios temas... supongo que será de las cosas que uno guarda en la memoria con orgullo, ¿no?
K.V. Sí, para mí es lo más, "mi laurel más preciado" que se dice (sonríe). Si yo digo "¿que es lo más importante, lo más bonito que has hecho tú en tu vida?" pues seguramente eso, haber estado con Camarón. Es que, aparte de compartir con nosotros el sentimiento hippie y vacilón, cantaba de una forma extraordinaria.
J.M. ¿Qué hacía tan grande a Camarón?
K.V. Bueno, yo creo que era una persona grande. Tenía ese don de transmitir la música y fue consecuente hasta la última hora con ese don. Tenía una voz, un conocimiento de los cantes y del ritmo, grababa en un casete y hacía pruebas, escuchaba discos, estudiaba muchísmo... y lo cultivó, y procuró armar su vida para poder llevar eso adelante, ¿no? Llevando su familia, llevando sus drogas...
No es el tipo de artista rock que de pronto triunfa, que está para la música nada más, en hoteles, tomando cocaína. No, no, Camarón estaba entregado a la música, pero con su familia, sus amigos, siempre sonriente, muy suave... tenía un aura especial.
J.M. En el 81 publicas tu primer disco en solitario "Seré mecánico por ti". Esos discos de los años 80 no consiguen mucha repercusión. Sin embargo en los 90, con "Échate un cantecito" y "Está muy bien eso del cariño" triunfas...
K.V. En los 90 encuentro por fin la forma de poder hacer un disco que te dé una alegría, un disco en el que estás trabajando con gente y ves que estás haciendo algo guapo... Ahí estuvo Santiago Auserón, que me formaliza y me dice: "Quillo, tienes que hacer ya un disco bueno, porque esto no puede ser. Un disco sacando las cosas que tienes dentro, que lo puedes hacer y yo te puedo ayudar". Y yo le dije que sí.
J.M. Auserón te puso un poco firme.
K.V. Eso es (nos reímos). Por otra parte, yo también sentía el apremio: "bueno, o hago un disco bueno ya..." porque me iba acercando a los 40 años. Y se presenta la ocasión: trabajando en mi oficina de la Diputación de programador cultural, con la dirección de Santiago...
J.M. No sé si te he entendido bien ¿Te ayudó el estar trabajando en la Diputación?
K.V. Sí, sí señor, en el aspecto de la disciplina. Me ayudó porque me tenía que levantar a las ocho todos los días y después tenía mi familia. Entonces, había que buscarse mis horas, para componer y para hacer las cosas. Eso me costó, especialmente el primer año, una barbaridad. Estuve seis años en la oficina y me decía "qué puedo sacar de aquí? Bueno, tengo un sueldo, ahora me puedo comprar una guitarrita, me puedo comprar una grabadora chica...", y cuando llevaba tres o cuatro años, ya había hecho algunas canciones, estaba más animado y le estaba poniendo el punto a eso, ¿no? "que la época hippie ya se ha pasado, tío, que esto ya es otro rollo, aquí lo que tienes es una familia, lo que tienes que hacerte es una profesión, si quieres y si eres capaz de hacerla."
J.M. Tu relación con la industria musical siempre ha sido algo complicada. Llegaste a defender que el negocio de la música está en manos de quienes ni la aman ni la respetan.
K.V. Sí, pero vamos, que tampoco hay que hacerse sangre con eso. Pasa lo mismo en la industria farmaceútica, o la automovilística. Son formas de ver que son acertadas, pero realmente es una ingenuidad pensar que puedan ser de otra forma. Es evidente que esa gente es negociante y ya está. Aún así, siendo una industria dedicada al negocio puro y duro, es verdad que en EEUU o en Inglaterra tuvo aspectos positivos, que sirvió para conformar nuevos modos de hacer música. Eso se echa en falta aquí, sobre todo desde que entraron las multinacionales.
J.M. La verdad es que tienes fama de ser justo lo contrario a un pelota y, claro, parece natural que eso te acarree algunos disgustos.
K.V. Que tampoco me hubiera valido mucho ser más pelota, ¿eh? (nos reímos). Además, hombre, nosotros hemos entrado en esto por rebeldía. El rock tiene una palabra siempre alternativa, tiene que tener siempre ese descaro y ese enfrentarse...
J.M. El inconformismo.
K.V. Claro, no aceptar la verdad oficial. Eso no se le puede quitar, es un componente básico.
J.M. Antes, hablando de la infancia, has bromeado sobre tu forma de cantar. ¿Cómo has llevado ese tema de la voz?
K.V. Yo siempre he tenido muchas dudas sobre eso. He sido siempre muy consciente de mis limitaciones y me ha costado mucho trabajo encontrar un tono de voz en que pudiera decir algo que valiera algo. Lo he hecho en gran medida por empuje de los demás. Yo decía "pero si yo no sé cantar ni nada" y me soltaba Raimundo, a lo mejor: "no, hombre, tú canta, coño, que no afinas muy bien pero le das tu puntito, venga" (Nos reímos).
J.M. Volviendo a tu propia obra, ¿qué papel juegan en ella la rebeldía, el humor y la ternura?
K.V. La rebeldía yo creo que es la base, ¿no? A mí me gustaba mucho la música, pero no sabía tocar bien la guitarra ni cantar bien. Entonces, esa fue la primera rebeldía, de querer cantar en aquellas condiciones, sin ser un virtuoso.
Después, te das cuenta que aparte de rebeldía (innata a la música rock), hace falta cantar a la vida, pero un poco, ¿sabes? celebrando y uniéndonos a la gente con un punto... no-negativo.
J.M. Ahí entraría el humor, ¿no?
K.V. Sí (duda). El humor mío, no sé... no lo sé definir bien. Hombre, en algunas canciones sí se ve muy claro, en "Si tú, si yo" cuando dice "si tú no fueras tan americano yo no sería tan ruso..." pero el humor es una cosa muy difícil, ¿no? Es un aspecto de mi personalidad que no lo tengo muy claro.
J.M. ¿Y la ternura?
K.V. La ternura sí. La ternura es encontrarse desvalido. Es un sentimiento muy elemental, muy básico, ¿no? Cuando te quitas todas las cosas que hay, siempre hay acceso a la ternura.
Pero el humor... puede ser un don que tienes y que a veces puede servir para contar una cosa de otra forma, focalizando un poco y tejiendo la historia. Pero eso lo pienso a posteriori, porque yo trabajo muy intuitivamente. Luego sí, luego veo que las canciones que he hecho y mi artesanía tienen una lógica y un proceso, pero de eso te vas dando cuenta después.
J.M. Al hilo de lo que estamos hablando, en el encuentro que mantuve con Martirio dentro de esta serie, me decía que le encantaría volver a trabajar contigo y poder escribir textos juntos, por ejemplo sobre el universo de las mujeres de su edad.
K.V. (Sonríe) Hombre, aparte de mi obra, a mí me gusta trabajar con gente. Siempre que he podido he trabajado con gente. Con Martirio trabajé, de sentarnos los dos a escribir. Y es que es un sistema bueno para escribir, ¿sabes? En canción popular, si sintonizas con esa persona y hay un ambiente común, te ayuda bastante, vamos.
J.M. ¿Qué sintonía tienes con Martirio?
K.V. Buena, hombre, lo que pasa es que cuando nosotros creamos aquello estábamos medio asalvajados (nos reímos). Eramos jóvenes, cogíamos un cuplé cañero... y ahora me gustaría hacer lo mismo, de la tercera edad si ella quiere, o como lo llamemos, pero tendríamos que hacer lo mismo. Yo creo mucho en trabajar con otros.
J.M. Hay algo que hemos hablado a menudo y que me gustaría que desarrollases un poco aquí: me refiero a la presencia atosigante de la música hoy en día, en todas partes... que hace incluso que uno deje de prestarle atención y de pedirle calidad.
K.V. Sí, más que nada la presencia atosigante de la música comercial. La música se ha quedado en eso, en reclamo de sí misma. En los años 60, cuando yo empecé a escuchar música, había una minoría que la escuchaba, se juntaban con un tocadiscos y disfrutaban un montón. Ahora, la música se puede escuchar en cualquier lado y de cualquier forma, pero no se disfruta como entonces. Creo que se le daba más valor y creo que hoy en día hay una gran devaluación de la música como obra de arte.
J.M. Hace años, cuando te entrevisté para el diario "Euskaldunon Egunkaria", hablando de los textos de las canciones, me dijiste que el ingenio, aunque nos reporte halagos inmediatos, no debe sustituir a la profundidad. Yo, es algo que comparto y que ampliaría a otros campos de la vida.
K.V. Sí, claro, es que uno se puede esconder ahí, ¿no? detrás del ingenio. El ingenio, no sé, puede valer para llamar la atención, como un corte para que la gente se fije, pero luego le tienes que decir algo. No te puedes quedar ahí.
J.M. ¿Qué te aporta a ti la Familia Pollo?
K.V. ¿La Familia Pollo somos nosotros? (sonríe)
J.M. Yo pensaba que sí. Que le habías puesto el título al disco por eso. Incluso, hace años, me enseñaste en vuestra casa de Sevilla los pollos que teniais.
K.V. La Familia Pollo les decíamos nosotros a los vecinos, porque protestaban porque teníamos los pollos.
J.M. Pues me hice un lio, pensaba que erais vosotros (nos reímos).
K.V. Sí, también, ya por derivación, por extensión, podemos ser también la Familia Pollo (más risas).
Hombre, (se pone serio), la familia es una obra grande, vamos, yo creo que más grande incluso que la música.
J.M. ¿Más que la música?
K.V. Sí... en mi caso al menos sí.
J.M. ¿Qué le gustaría hacer de aquí en adelante al Lobo Lopez?
K.V. Hombre, a mí me gustaría grabar más discos. Ahora, que hemos estado grabando, te das cuenta que te pones con los músicos unas semanas y nos sale una colección de canciones muy bonitas.
Trabajar con gente, no sé, me voy contigo allí y nos hacemos un trabajo. Me gustaría eso, hacer más trabajos, porque yo sé que cuando nos ponemos en marcha salen cosas.
Y eso, que la música está muy devaluada pero, coño, que es un trabajo muy bonito y hay que hacer canciones y hay que hacer música.
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