El Real Madrid es la jaula de las locas, o sea, un musical. Eso sí, todo el reparto ha caído en un estrepitoso fracaso desafinado y descafeinado. Sacchi se fue porque era un barítono de piel y calva escamosas, una sombra perdida en las oficinas del Santiago Bernabéu. Emilio Butragueño sigue porque es una soprano balompédica e histérica sobre el escenario futbolístico, un ejecutivo de altos vuelos, el buitre de la diplomacia deportiva, una figurita del Belén, un caganet de punta en blanco, que ahora ha vuelto a quedarse con el culo al aire mientras papá Florentino juega al monopoly con Fernández Tapias y otros amigotes. Fefé pone esa puntita de arrogancia colosal en el palco del estadio, que parece que él metiera los goles en la feria del campeonato.
El entrenador Vanderlei Luxemburgo es ya la nueva víctima de la cobardía de su presidente. De la cobardía deportiva, que diría José María García. El presi no ha sabido darle al club un hombre capaz, un entrenador fiable, un profesional capaz de manejarse en un vestuario repleto de divismo. El magnate de la construcción, el titiritero del Bernabéu ha ejercido de capitán cobardica de barco. Ha soltado el timonel y ha salido por patas, dejando que se le ahoguen los figos, los del bosques, los camachos, los samueles, los morientes, los garciarremones y el osito Misha. La afición no para de achicar agua, tratando de conservar el nombre del club y de no cambiarlo por el de Titanic.
El míster Luxemburgo sale por la puerta de atrás y con una patada en el pompis. La afición cambia de opinión seducida por el síndrome de la veleta, que es al fútbol lo que el síndrome de Estocolmo al secuestro. Los socios del club madridista deberían revisar su propia historia reciente, sus aplausos a la gestión cinematográfica de Florentino, pescador en el mar revuelto del abismo mercadotécnico.
El Madrid es eso, una jaula de las locas, un escenario repleto de incoherencias y vedetismo hueco. Eso es el Madrid, el juguete del empresario más caprichoso del momento. A día de hoy, a esta hora, un juguete roto.
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