La perio... dejémoslo en Lidia Lozano, a secas, marisabidilla ella, impregnada de su salsa de lozanía rumbera, reconocía recientemente haber dado rienda suelta a su pluma con algún que otro "montaje". Algunos de esos embustes de tinta y farándula tuvieron como protagonista estelar a la malograda Carmina Ordóñez, un cadáver exquisito para la prole de buitres carroñeros que se reparten ahora las tripas de la indecencia ante el amasijo de fieles espectadores boquiabiertos. Así, sin componentes aditivos, sólo con elementos naturales: la cara dura, el morro infinito y la soberana desvergüenza, una cohorte de avispados, papamoscas y vocingleros le realizan la autopsia al primer difunto que se encuentran en su camino.
Una famosa sigue dando de comer desde el más allá a estos informadores del desgarro y la raspa. Afloran sanguijuelas, se multiplican los parásitos, arrasando todo cuanto encuentran en su camino. Una cosa es devorar a tus hijos -como hizo Saturno-, y otra bien distinta hacer un programa gastronómico al estilo Arguiñano, retransmitiendo en directo la autopsia del fiambre y su preparación antes de servirlo en un plato frío.
El caso de Carmina Ordóñez muestra a las claras que nada puede estropear un buen titular, desvela que ni siquiera el fallecimiento de un personaje que genera pasta gansa puede frustrar las aspiraciones económicas de representantes venidos a menos, chulos de alcoba, secretarias indecentes y esquimales del vicio pueril más abyecto. ¿Dónde se encuentra el límite de la impostura? ¿Dónde el tope de la indecencia? ¿Por qué se tolera esta orgía de antropófagos? Estamos ante una inacabable cena de los idiotas, vivimos un maratón de obscenidades e impudencias. Y lo peor es que estos hechiceros, estos guisadores de falacias y patrañas viven un momento de esplendor, corriendo de una morgue a otra, dispuestos a rebañar su néctar vital de entre los cadáveres. Hacen caja, se lavan las manos, se enjuagan la boca, y a vivir, que son dos días. Comparado con ellos, Hannibal Lecter es más inofensivo que Zaplana en un concurso televisivo de cultura general. Otra comensal de este banquete sangriento y pantagruélico se limpiaba la dentadura tras la bacanal hace apenas unos días. Mientras se escarbaba entre las encías, reconocía que no había averiguado nada acerca de una noticia porque no había hablado con la protagonista de la misma. ¿Que por qué? Palabras textuales: "No la voy a llamar si no la conozco de nada". Tócate las narices. Toma nuevo periodismo de investigación.
A toda esta chusma del rumor estéril, a todo este ronroneo de necios y pazguatos le gusta retratarse como periodistas de carrera y rigor, pero luego no averiguan un dato porque resulta que no conocen de nada a la persona a la que en breve difamarán. Ahí es nada. Estos chancletas juguetean en el parvulario de la información, se divierten en los toboganes de la infamia, inventándose historias, y enarbolando el estandarte de los alcornoques. Alimentan sin descanso a sus mascotas en busca del trinque.
El asunto, aunque parezca inverosímil, tiene su lógica, la lógica del dinero. Así, detrás de estos chupasangres se encuentran varias agencias de información, expertas en transfusiones y en lograr que funcione la cadena de montaje, nunca mejor dicho. Desde hace ya unos años, en las cadenas de televisión estos saraos del despiece, estos talleres nauseabundos de historietas e histerias han levantado varias fortificaciones y cavado infinidad de trincheras. Se han formado dos grandes bandos. Uno de ellos cuenta con el cariño de Antena 3; el otro es el ojito derecho de Telecinco. Los enemigos se enfrentan con embustes e insultos. Tienen sus onces de gala, pero en verano salen del banquillo algunos pardillos a los que los más veteranos desvirgan en el arte del mamoneo y el chisme. Las sectas de la exclusiva adoran a sus mecenas. Las plegarias se confunden con los exabruptos. Visto el éxito de la fórmula y asegurada la paga de los mercenarios, miles de jóvenes sueñan con poder alistarse en este ejército de depredadores.
Llegada la hora del combate, las milicias se reúnen en corrillos, dispuestas a reproducir los rituales del culto y de la caza, prolegómenos del asalto. En el campo de batalla todo vale. Solamente María Teresa Campos y Javier Sardá, sumos sacerdotes del tinglado, son capaces de hacerse respetar; sólo ellos ponen orden en el gallinero. Lógico, son los encargados de firmar los cheques, la bestia sagrada del estercolero rosa, la razón de ser de estos buzos de las cloacas. Con tanto ajetreo pecuniario, con tanta epidemia de sacrificios, cualquier día se les olvidará enterrar al muerto.
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