Francamente, decepcionó el entrevistador y decepcionó el entrevistado. El presidente Aznar, sin acento tejano esta vez, repitió hasta la saciedad la palabra "dictador", tal y como le aconsejaron que hiciera. Se refería a Sadam Husein, obviamente. «Un dictador que gaseó a su propio pueblo», afirmó. El periodista, entonces, no le preguntó al presidente del Gobierno español por qué la comunidad internacional no intervino en España cuando otro dictador con bigote ordenaba fusilar a parte de su pueblo, o por qué la comunidad internacional no actuó contra Pinochet -también con bigote- , amigo del oscuro y premiado Kissinger, cuando se encargaba de ordenar la tortura de miles de chilenos. En el discurso de Aznar se hallaron las mismas carencias de siempre, pero el director de informativos de Telecinco no tensó la goma, no rebatió las inexactitudes de Aznar, y eso que el amigo de Bush se las ponía a huevo, como se suele decir. Una pena, pero es lo que hay. La entrevista, anunciada a bombo y platillo por la cadena televisiva más crítica con el gobierno del Partido Popular, no pasó de una charla informal sosa, sin gracia ni tensión periodística. Le faltó al guiso esa pastilla de caldo de ave, que en periodismo sería una pizca de mala leche. Pero la dirección de informativos de una televisión debe de ser más un puesto diplomático que periodístico.
Hay una variedad de Coca Cola sin cafeína y otra light. Esta entrevista fue una especie de refresco de cola sin gas, sin fuerza, sin chispa. Tampoco merece la pena preguntarse por qué dejaron previamente la botella sin tapón. A nadie le agrada un cólico de gases, es cierto. Hoy, parece como si nos conformáramos simplemente con tener al protagonista ante las cámaras, aunque luego la velada resulte ser un cortejo o una comedia de guión escueto y sencillo, fácil de representar. Da la impresión de que no se puede poner contra las cuerdas al entrevistado. ¿Temor a las represalias? Alguien nos lo explicará.
El final de la entrevista fue lo mejor:
-Que tenga suerte, presidente.
-Que tengamos suerte todos.
Falta nos hará, desde luego, para remediar los males y el poso de intransigencia que nos legan nuestros políticos de verbena (a los que Labordeta, con más o menos suerte, puso el otro día en su sitio). Pero las cuestiones bélicas no pueden ni deben dejarse a la chiripa, la potra o la suerte.
Ojalá que en esta ocasión no sea aplicable aquello de Alea jacta est.
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