Hoy por hoy, seamos sinceros, no es ningún halago señalar que Siete vidas es la mejor serie nacional. Emilio Aragón no tiene nada que alegar; esa experiencia ultrasensorial llamada "Un paso adelante" (Antena 3) tampoco puede apuntar nada fuera de las experiencias esotéricas; y Ana Obregón...
Y eso que, temporada tras temporada, la serie perdió a varias de sus estrellas, casi una por año (Javier Cámara, Paz Vega, Guillermo Toledo). La historia de estos siete personajes en busca de un espectador es la única creada y producida en España que cuenta con guiones ocurrentes, buenas interpretaciones, ingenio y dosis de humor suficientes para humedecer los labios agrietados por la vorágine y vientos diarios. En ocasiones hay un tanto de irreverencia, una pizca de sarcasmo ácido, imposible de ver, oír o adivinar en espectros dementes como ese que se sacó de la manga Anita Obregón bajo el título de Ana y los siete. En Siete vidas se mofan de los políticos, surgen indirectas muy directas, incluidas aquellas que rozan a figuras de la Casa Real española. También ha habido pinceladas de mala uva hacia esos personajillos de sonajero y estómago retorcido que tanto triunfo cosechan en los programas del corazón. Claro, que algún columnista de La Razón argumentará en su contra que estos guiones cítricos nacen del resentimiento propio de momias estalinistas. Se equivocará; los guionistas de Siete vidas son jóvenes, muy jóvenes. La edad media de estos creadores ronda los veinticinco años. No conocieron los tiempos de Stalin, y seguramente les resultan mucho más vecinales los del general Franco. Sí, aquel tiranozuelo al que abrazó efusivamente el presidente Eisenhower, presidente de EE UU, salvapatrias de la humanidad por los siglos de los siglos.
Siete vidas ironiza con las preocupaciones más corrientes del ser humano: el sexo, la comida, el dinero, el trabajo. Los miedos, los complejos, la infidelidad o el lesbianismo desfilan por un plató de carne y hueso. Poco rentable para los obreros de deidades y para los maquiavélicos politicastros, pues por ahora no se puede responsabilizar de estos pecados a Ibarretxe. Aunque tiempo al tiempo.
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