Arremete Aznar contra los empresarios y profesionales que hacen telebasura. Se mete en otro berenjenal, crecido por las circunstancias de su desembarco en la épica historia de la democracia española. Se crece el señor Presidente, ataviado de mariscal de campo a lomos de un caballo blanco, regalo de Bush. Tiene guasa el marido de la teniente-alcalde de Madrid, tiene su gracejo. Primero presume, en hora de máxima audiencia, de paquete -o paquete de medidas, como prefieran-; después saca el manual del perfecto anti-comunista e invita a la militancia popular -mucho más ruidosa, al menos con la papeleta electoral en la mano, que los que salimos a decir no a la guerra- a una nueva cruzada contra el rojerío estalinista, que lo mismo le da que se trate de veinteañeros que de monjas contrarias a la carnicería de Irak; más tarde protagoniza la apertura de los telediarios con su obsesión con el País Vasco, metiendo en la batidora a Batasuna, al PNV, a Izquierda Unida, al PSOE y al Coco de Barrio Sésamo. Todo lo que no suponga sumisión es un elemento perturbable, una especie de bastardo al que conviene mantener en la celda del olvido, como ese Borbón que aparece ahora cantando las alabanzas de Franco. A ver cuanto tarda en sumarse al protocolo que prohíbe manifestarse tan sinceramente ante el populacho.
Olvida el señor Presidente que TVE en sus dos canales sólo escucha la voz de su amo; desatiende el señor Presidente a la mezquina y triste realidad a la que responde Antena 3, convertida en un guateque de amigotes dispuestos a mantener sus contratos millonarios al precio que sea, aunque esto suponga hacer los telediarios que hacen; no repara el señor Presidente en que sus peones de las Comunidades de Madrid y Galicia controlan también los canales autonómicos, con las consabidas denuncias, muy especialmente en el caso del ex ministro franquista -que no ex franquista-, capaz de negar la existencia del chapapote. Quizá en Muxía le pongan el nombre de Fraga a una calle, pero la libertad de información, el libre ejercicio de informar reposa en la sala de cuidados intensivos de un hospital en el que las donaciones de sangre se han suplido por otras que no se meten en vena, sino en cuenta.
Y olvida también el señor Presidente, que en un alarde de originalidad su amigote Berlusconi aterriza en Telecinco para poner punto y final a uno de los escasos reductos de la corriente crítica con este Gobierno que ahora saca pecho, como si de una presentadora de reality cualquiera se tratase. No olvidemos que este Gobierno la silicona se la ha encontrado en las urnas.
Pues sí, señor Presidente, en este país se hace telebasura, pero pasa como en política: la gente asiste embobada a la función.
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