Un insomnio fustigador e indecente me tiene machacado durante las últimas semanas. Entre el Euribor, el Metro de Gallardón, los tipejos que andan sueltos sin señales de advertencia y las comisiones de mi banco, me tienen contento. Por primera vez en mi vida, me paso de estación o de parada atontado por una sonnolencia juguetona, traicionado por un ridículo y minúsculo descanso, en el que mis ojos ceden a una reacción ordenada por mi propio organismo, que debe de estar encediendo algunas lucecitas rojas. Esta misma mañana caminaba como un autómata, como el dormilón de Woody Allen en aquel antológico filme, cuando he enfocado la vista en el periódico gratuito de una señora que me clavaba el codo en mi hígado. Primero he clavado mis ojos en su colleja, pensando en devolverle la caricia, pero rápidamente he sacudido mi cabeza y evitado actitudes indeseables para con el prójimo, aunque éste se presente duchado en una colonia infernal, y utilice sus codos para joderme las transaminasas. Con rutilante desgana y casi sin quererlo he leído: "El Grupo Santander obtuvo el año pasado un beneficio atribuido de 6.220 millones de euros, una cifra récord para la entidad que supone un incremento del 72,5% respecto a los 3.606 millones ganados el ejercicio anterior, según informó el banco en una nota."
Titulaba Javier Ortiz recientemente uno de sus apuntes con aquello de "Algo huele a podrido en Dinamarca". Pues aquí, en España, algo apesta. Y encima, ni siquiera tenemos a Hamlet.
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