Es un Irreal Madrid, protegido por el pensamiento único del periodismo deportivo de la capital de España, que tiende al etnocentrismo más ramplón. La soberbia se somete a la ley del mercado futbolístico, y el tesón, la entrega y el pudor profesional le ganan la batalla al fariseísmo de las pasarelas mediáticas. Camoranesi, Zambrotta y Pesotto, cualquiera de los tres es il vincitore en la gran orgía carnavalesca de Turín. Su coraje les basta para imponerse a la aristocracia blanca. En medio de la noche, en plena mascarada de los madridistas, la necedad y el hastío brillan como luciérnagas. El Madrid es un castillo de naipes a la espera de ser derrumbado con el estornudo de cualquier rival resfriado. La palabra que define la gestión de su presidente es una grande y libre: fracaso.
Florentino Pérez gasta alegremente el dinero ajeno (con el consentimiento de los socios, es cierto), tratando de crear una torre de Babel que se le desmorona... Justo todo lo contrario de lo que le sucede a sus empresas. No es lo mismo un deportista metrosexual que un saco de cemento, claro está. El mandatario tiene mano, mucha mano. Ha logrado que la prensa se arrodille ante su presencia. La crítica brilla por su ausencia, y solamente en situaciones como la vivida en Turín, donde el Madrid fracasó estrepitosamente, se escuchan algunas voces discrepantes. A esas alturas, ya no tiene mérito el reproche.
Florentino Pérez ha sido un flautista de Hamelín con escasas dotes interpretativas y un pésimo oído musical. Amparado por el regusto en la mercadotecnia, el constructor del régimen aznariano se ha desenvuelto como pez en el agua en el mercado balompédico, restregando sus fichajes a medio mundo y tratando de convencer a los madridistas de que su futuro pasaba por el número de bufandas que se pudieran vender en el mercado asiático. El engaño está servido, aunque la escena recuerde en exceso a cualquiera de las obras pictóricas que representan una bandeja con la cabeza de San Juan Bautista.
Un equipo sin ambición, inmerso en una crisis de identidad, repleto de agasajos y acostumbrado al baboseo de una multitud aduladora, solventa sus envites con resignación, asimilando su privilegiado quehacer como si se tratara de una tortura, como si en lugar de multimillonarios futbolistas, ellos fuesen becarios contratados por compañías explotadoras a través de una empresa de trabajo temporal.
Hace tiempo que el fútbol perdió sus resquicios románticos. Florentino ha sumergido al club más famoso del mundo en una bañera de oro falso. Su preferencia ha sido siempre la estética por encima de la ética. Beckham no le hacía ninguna falta a este equipo. Puede que su imagen sea un reclamo sin igual, pero sin títulos no hay mucho de que hablar. Florentino quiere ser rey mago, pero no pasa de paje. Y Butragueño es el paje del paje, por mucho que su sueldo sea escandalosamente enorme.
El Buitre dijo que el presidente del Real Madrid era "un ser superior", una definición realmente acertada para definir a alguien que fija tu salario con ligereza sin igual. El Buitre vuela bajo, pero eso parece no importarle a una masa social anclada en la nostalgia. El ex delantero madridista es al fútbol español lo que Paquito Fernández Ochoa al esquí patrio. No sé si me explico.
Un club con un presupuesto anual de 300 millones de euros se desangra, se asfixia, se esfuma en una galaxia estéril, convertida en un agujero negro por la avaricia y la vanidad de unos personajes que han pasado de la clandestinidad del anonimato a las portadas de los diarios deportivos. Hace varios años escribí que Florentino podría ser el enterrador del Real Madrid; entonces me miraron como a un loco, como a un culé obsesionado por la ceguera y la envidia. Nada más lejos de la realidad (al menos, puedo garantizar que no soy culé). Lo innegable es que el Madrid ha vendido una parte muy importante de su patrimonio. Y visto lo visto en los dos últimos años, ha derrochado las monedas que obtuvo a cambio. Imaginemos que un padre de familia vende su casa para llevar a sus hijos a Disney World durante los meses de verano. ¿Qué les contará cuando regresen? Pero sobre todo, ¿dónde vivirán entonces?
Pérez se ha maquillado de regusto, figurando al lado de Figo, Zidane, Ronaldo, Beckham y Owen, pero en menos de cinco años, le caduca la plantilla y la factura cuelga del refrigerador. El banquillo de su club quema. A Del Bosque lo trataron como a un guiñapo; Queiroz se abrasó en la cocina blanca; Camacho se fue por patas viendo por dónde iban los tiros (ése no era el club que él había conocido); y ahora echan mano de Vanderley Luxemburgo, después de que media Europa le diga cien veces no al experimento mercadotécnico de Florentino.
Ya veo venir un verano de fichajes sonados y un renacimiento de la esperanza blanca: Joaquín, Del Horno, Robinho, Gerard... Alguien debería coserle el bolsillo del pantalón a Florentino. Qué paradoja la del gran presidente galáctico: un constructor de éxito llevando al mejor club del mundo directamente a un penoso derribo.
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