Dentro de los actuales espectáculos humorísticos de mayor arraigo figuran esos en los que se multiplican las promesas electorales de los hacedores de la risa. Vendedores ambulantes del humor recorren estos días calles, plazas y mercados regalando abrazos y soportando húmedos besos de la concurrencia más fanática. Zapatero y Rajoy, los dos humoristas de mayor calado, multiplican los panes, el vino y las viviendas en una orgía desenfrenada de delirantes promesas. Uno promete bajar los impuestos; el otro jura y perjura que se pagará menos al Estado. El hierático gallego se saca de la manga un manojo de dentistas de frenético altruismo para terminar con las caries de los españolitos; el Pepe sonrisas del socialismo español iguala la apuesta odontológica y emplaza, de paso, al contrincante a verse las caras en un debate televisivo. A Rajoy se le ponen los dientes largos, pero su nutrido grupo de asesores prefiere una ortodoncia política sin sobresaltos.
Unos cuantos millones de españoles se sientan diariamente frente a la pantalla del televisor complacientes con el espectáculo dispensado por ésta. Otros cuantos millones se echan las manos a la cabeza ante tan esperpéntico panorama. Zapatero y Rajoy buscan adeptos en los dos bandos. El sucesor de Aznar promete crear un consejo audiovisual para defender los intereses de los más pequeños. Conociendo sus gustos, igual le ofrece la presidencia del mismo a Jiménez de Parga, con las consabidas repercusiones que ello tendría, en especial en sus relaciones con el Tribunal Supremo. Claro que Zapatero igual se saca de la chistera a Ramoncín, intelectual de aúpa, pensador de primera fila, que de vez en cuando pisa la Tierra en un acto de incalculable modestia.
Los dos prometedores (Zapatero tiene más de eterna promesa que de prometedor) miran de reojo a la televisión, ese escaparate que procuran decorar a su gusto los gobiernos en cuanto se acomodan en los sillones del poder. Ahora toca rebañar votos en un zapeo nervioso, buscando cautivar a los millones de españoles que se muestran preocupados por los contenidos habituales de esta televisión tan nociva. Gane quien gane, además de incumplir las correspondientes promesas, aparte de seguir instrumentalizando la televisión pública a su antojo y en su propio beneficio, aportará su granito de arena, su empujoncito para seguir arrastrando a este medio de comunicación rumbo al averno.
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