La periodista le preguntó a Eduardo Zaplana: ¿Para qué quiere el poder? Entonces, el conocido entre toriles como "Trepator de Cartagena", tomó aire y soltó con cierto ruborcillo angelical: "Para eliminar el hambre, las miserias, las desigualdades. Ojalá con sólo desearlo pudiéramos ayudar a los más desfavorecidos". No hubo mayor incisión con el bisturí del periodismo, no hubo réplica, quizá por incompetencia de la preguntadora, quizá por desconocimiento, quizá porque ése era el final de la entrevista deseado por la entrevistadora (hoy pluriempleada). La verdad es que por entonces Zaplana aún no se había comprado su pisito de 500 metros cuadrados en el centro de Madrid, paso imprescindible e insalvable a la hora de erradicar el hambre, las miserias y las desigualdades.
El presunto idealismo del presidente de horror, perdón, quiero decir presidente de honor del Partido Popular en la Comunidad Valenciana desprende un hedor insoportable. A Zaplana lo calaron cuando lo de aquel trabucazo del caso Naseiro, aunque entre sus fieles siempre hizo furor eso de "ojos que no ven, corazón que no siente". Los votantes prefirieron mirar a otro lado y el "niño de Cartagena" subió un peldaño tras otro en el Partido Popular. El electrocardiograma de la política valenciana se mide desde su paso por la Generalitat con la escala Richter. Muchos llaman a su despacho "Terra Mítica", aunque Zaplana repara poco en mitos, y Zeus, probablemente, le suene a un modelo de coche de lujo o a una discoteca de verano.
Parecía que la llamada del ínclito Aznar, empeñado en hacer ministro al filántropo de plastelina que Zaplana lleva dentro, devolvería las aguas a su cauce en la Comunidad Valenciana, sin embargo, el eternamente engominado-acicalado-bronceado-planchado "niño del Vectra" no quiso soltar los mandos del poder que tanto le había costado dominar (Téngase en cuenta, por ejemplo, que se convirtió en alcalde de Benidorm gracias a toda una Maruja, patrona de los tránsfugas). Desde su despacho de ministro de Trabajo siguió tratando de controlar la orquesta valenciana, empeñado en realizar unos arreglos musicales de su cosecha, muy a lo Luis Cobos, o sea, destrozando la partitura original. Ha sido esta permanente e inquebrantable insistencia en manejar el cotarro de la política valenciana lo que le ha llevado a batirse en una auténtica batalla con Francisco Camps, presidente de la Generalitat valenciana.
Los llamados "zaplanistas" y "campsistas" (peleístas y camorristas de tomo y lomo) que se enzarzaron el otro día en Elche en una descomunal pelea no son más que peones enviados a luchar contra los elementos. ¡Y menudos elementos! Zaplana y Camps mueven ficha en un tablero repleto de fieles dispuestos a liarse a mordiscos con la secta rival. Las hostias cayeron por doquier en los senderos de gloria del mamoneo de la política ilicitana. Los insultos se esparcieron por la sala, la imagen fue bochornosa, deleznable, surrealista. Ése había sido hasta ahora un rasgo inequívoco de la izquierda, siempre desaliñada y guerreando en su propia casa para deleite de la derechona más rancia, pero hete aquí que ahora fueron los populares quienes convirtieron una votación interna en un culto al Pressing Catch. Fue la democracia de los puños, el cuadrilátero de la desvergüenza patrocinada por Zaplana y Camps, las crónicas marcianas de la política de bidé. Las urnas acabaron en una comisaría. ¿Son estos personajes los que pretenden gobernar, administrar, defender el interés general de los ilicitanos? ¿Seguirá en vigor eso de "ojos que no ven, corazón que no siente"?
Y claro, tras la batalla, Zaplana traga saliva y comparece ante los medios de comunicación con el eterno careto del encantador de serpientes, con la desfachatez propia de un cuentacuentos de la política y dice que habrá sanciones. Su figurín permanece inmaculado, su traje no conoce la menor de las arrugas. Lo que sucedió en Elche fue sencillamente que la cosa se les fue de las manos (nunca mejor dicho), pero el verdadero peligro para el PP del cariacontecido y enredado Mariano Rajoy es que se sigan disputando asaltos sobre el ring ilicitano. Manuel Ortuño, subdelegado del Consell en Elche, y partidario de Camps, ha asegurado que tiene pruebas de que los partidarios de Zaplana intentaron dar "pucherazo" en la elección de compromisarios al congreso provincial y ha denunciado que no se respeta la democracia interna del PP en Elche desde 1995.
La cosa promete diversión en las filas socialistas, lógicamente. De lo que no cabe duda es de que Zaplana volverá a salir inmune de este gigantesco ridículo. No resulta nada raro ni novedoso: está acostumbrado a escabullirse.
Hace poco más de un mes, a la salida del Congreso, se le acercó la viuda de una de las víctimas del accidente del Yakolev y mirándole a los ojos le dijo: "Quiero que sepa que es usted un sinvergüenza". Ni siquiera entonces a Zaplana se le arrugó el gesto, y mucho menos su traje hecho a medida, a la medida de alguien que ama locamente el poder... para eliminar el hambre, las miserias y las desigualdades, ya lo sabemos.
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