La tele de Marat

Acabo de recibir unos cuantos correos electrónicos recriminándome  el trasfondo de un artículo que escribí hace más de un año y en el que arremetía contra la legión de pelotas que acuden a jugar al pádel para deleite de sus jefes. Algunos aficionados a este deporte se han exaltado conmigo. Creo que se saltaron esta frase: "Una prole de aspirantes y trepas de guante blanco y aliento sucio se confunden con los verdaderos deportistas aficionados a este deporte..."

Parece que en un foro de padeleros están que trinan por el artículo de marras. Algunos han considerado que el  pobre Javier Ortiz es el autor de la cosa y  lo están poniendo a parir sin quererlo ni beberlo. Han puesto una foto suya y le dedican  todo tipo de carantoñas. "No tiene pinta de deportista", dice alguien seguramente con facultades de fisonomista.  

En las  misivas que me llegan  me tachan de "amargado", "racista", "neurótico cultural" y un largo rosario de lindezas, encajadas todas con asombro y resignación. No es nada nuevo, estoy acostumbrado a que me llamen fascista, rojo de mierda, arrogante, cultureta, prepotente, facha, etarra, sociata capullo...

   Confieso que no entiendo absolutamente nada, aunque acepto sin pestañear que soy un amargado, eso sí. Por eso me han venido bien estos agresivos correos; exactamente igual que esos calificativos con que me adornan quienes no comparten mis criterios, mis ideas o mis exposiciones. Digo que me han venido bien porque me  endulzan  los días. Se trata de una mera cuestión antropológica.   

He contestado amablemente, con tanto decoro como sarcasmo cada impulsivo correo. Pero no creo que deba seguir restando esos agresivos servicios.  Estoy por anunciar una tregua, pero eso no suele funcionar con quien tiene ganas de guerra. No sé si me explico.