Escuché el otro día cómo se debatía a la salida del cine acerca de la eutanasia, esa "muerte buena" (cuando menos, etimológicamente) llena de complejidad y contradicciones. Amenábar ha regenerado la controversia sobre tan fino y delicado asunto con su filme "Mar adentro". Quienes consideran la vida un regalo difícilmente pueden aceptar que alguien lo rechace. Son códigos del más allá, que algunos no sabemos interpretar sin la ayuda de un ángel celestial que traduzca el idioma divino. Y como el ángel no aparece, pues en ésas estamos, estableciendo humanamente, como no podría ser de otra forma, nuestros propios códigos vitales.
Ramón Sampedro no quería seguir postrado en esa cama más tiempo. 30 años eran para él suficientes. Bebió el veneno, como Sócrates, y cumplió la máxima del maestro de Platón conociéndose a sí mismo hasta el umbral de la muerte.
No se debate, sin embargo, ni en tertulias, ni a la salida de los toros, ni en el pleno el ayuntamiento, si resulta coherente, lógico y defendible seguir patrocinando y costeando esos absurdos encierros en los que los amantes del riesgo se juegan la vida corriendo delante de un toro. Algún capullo ha llegado a ponerse ante las astas portando a su hijo de corta edad en sus hombros. Lo de capullo es casi un halago para tipejos trogloditas que creen seguir viviendo en las cavernas oscuras. Estos artistas de la incoherencia y el embrutecimiento cuidan sus pinturas rupestres, siguen plasmando la creencia del más allá en esas manchas sangrientas que reposan para la eternidad en las paredes de un hábitat morboso y sanguinario.
En Cantabria acaban de morir dos hombres a causa de heridas provocadas por asta de toro. Vivían, protagonizaban las fiestas del pueblo y acabaron en un ataúd. Buscaban el riesgo y encontraron la muerte. Se tenían por valientes y épicos y su premio fue el silencio de la inexistencia. Todo ello regado por dinero público, auxiliado por los ayuntamientos de mil y una localidades que siguen organizando, consistiendo y animando este absurdo ruedo del terror. ¿Es ésta, acaso, una "muerte buena"?
A la salida del tanatorio nadie debatía esta cuestión.
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