De cuando en cuando, al entrar en mi calle, me pierdo y camino sin rumbo fijo, como un sonámbulo, como un ser errante. Resulta irónico. Soy entonces un nómada melancólico, distraído, perezoso con el pensamiento. Mi mirada se diluye en el olvido y los sentidos se adormecen sin rubor. El despertar coincide con el asalto traicionero de una inmensa tristeza. Sigo caminando, ahora consciente, irritado y preparándome para el encuentro con la frustración. Decenas de vehículos aparcados en doble fila retratan el caos de mi calle, escenario opaco para las autoridades y las papeletas de los señores del poder. Patrullas de la Policía Municipal caen por error en la zona en días de lluvia y neurosis, pero el hieratismo de la voluntad resulta insalvable y no cumplen con su deber. Esos supuestos garantes del orden se comportan como escribas sentados, mirando al frente, sin pluma ni intención de chequear a la calle enferma, a la calle que languidece, mi calle.
Un minusválido sale a disputar su combate diario con la intolerancia y la falta de escrúpulos de los irresponsables municipales. Deberá sortear miradas, desprecios; esquivar la ignorancia ajena, la insolidaridad y las trabas de unas construcciones miserables. Tras recorrer cien metros se topa en una acera con un camión invasor. No tiene espacio para pasar. Tiene que girar, y buscar un espacio para proseguir su marcha. Pierde el tiempo, pero no la paciencia. Ya se ha enfrentado a situaciones como ésa en demasiadas ocasiones como para dejarse llevar por los nervios. Alguien ha decidido caprichosamente obstaculizar el tránsito de los peatones. Está claro que no es una cuestión de urgencia. Unos metros más adelante, un tipo abandona un coche enorme en un paso de cebra. Le miro tímidamente desafiante, que es como tener ganas de gritarle que se meta el BMW por tal sitio, pero dejarlo todo en un pensamiento digno de una querella. En ese instante me niego a volver a perderme en mi calle. Telefoneo a la Policía Municipal. Les describo la situación. Les describo la cara de ese minusválido, cómo eran sus cejas obligatoriamente arqueadas por la indignación. Les describo la cara de ese conductor del enorme BMW, de chulería dominguera. Me dicen que dan la alerta y que enviarán un coche patrulla.
Por un momento, casi me engaño, pero no, sé a ciencia cierta que nadie irá a pedir cuentas a esos ciudadanos insolidarios, sé que ningún coche patrulla irá a mi calle. Por eso, aprovecho la congregación de agente municipales (de Movilidad, dice claramente su indumentaria; ya tiene guasa la cosa) para describirles lo que sucede apenas doscientos metros al sur de donde ellos se encuentran. Eso es mi calle. “Lo único que podemos hacer es ir allí y poner una denuncia. Sólo eso. Cuando acabe el mercadillo, claro”. Muy bien, gracias, respondo, y doy media vuelta. Está claro que eso no es todo lo que pueden hacer. Ni siquiera todo lo que deben hacer. Cuando los puestos del mercadillo abandonaron su emplazamiento de lo sábados, aquellos agentes de promesa fácil tomaron el rumbo contrario a mi calle. Dos horas después de que una telefonista me dijera que daba alerta, ahí seguía el BMW, con las ventanillas bajadas y un orgulloso dueño sacando pecho en la puerta de una tasca. No era un aparcamiento de urgencia, no. Sí lo era de cañas y tapas, de aperitivo, eructo y propinilla.
Así es mi calle, un lugar en el que se concentran las vergüenzas y las miserias, aunque sea en tramas tan anecdóticas como éstas. Mi calle es un espacio olvidado, un huérfano que no aparece en las fotos del álbum familiar. Mi calle es un escenario tabú, un estúpido punto negro dentro del plano que de vez en cuando reposa en la mesa del alcalde. Mi calle es un clamor silencioso, un agujero obstruido, un corazón a medio latir. Mi calle es una lágrima buscando un trayecto por el que discurrir.
Y el minusválido… ¿El minusválido? ¿Qué habrá pasado con el minusválido? Nos hemos olvidado de él. Volvió a resignarse y regresó a su casa. Vive en mi calle.
MI CALLE
(Lone Star)
Vivo en un lugar
Donde no llega la luz
Niños se ven
Que van descalzos
Sin salud
Por la estrecha calle
Algún carro viene y va
Y cuando llueve
Nadie puede
Caminar
Mi Calle tiene un oscuro bar
Húmedas paredes
Pero sé que alguna vez
Cambiará mi suerte.
Doy mi dirección
Al que brindo
Mi amistad
Más al saberla
No me quieren
Visitar
Pero alguna vez
Siempre por casualidad
He visto amigos
Con mujeres
En el bar
Mi Calle tiene un oscuro bar
Húmedas paredes
Pero se que alguna vez
Cambiara mi suerte.
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