Este tío es un genio. Se adelanta a los hechos, narra con un léxico romántico sin parangón en las ondas de la telecutre nacional, vive el espectáculo, se apasiona, se empapa de tensión, vaticina, pronostica, adivina, se adentra en los parajes del futuro desvelándolo para los mortales, pone al telespectador en antecedentes, disfruta, goza, se enfada, se reconcilia, sufre, suda, se desgañita. "Lo sabía", "se lo dije", "¡qué les decía!", "ja,ja,jaaaa, era evidente", "claro, ¿lo ven?"... Este tío es un genio.
Uribarri es un especialista. Lo sabe todo sobre el festival de Eurovisión. Uno tiene la sensación de que este clásico de la cita eurovisiva sabe quién va a ganar antes incluso de que dé comienzo el jolgorio de cancioncillas horteras. Ni Rappel con la mejor de sus túnicas cortineras es capaz de hacerle sombra. Uribarri debería poner un 906 de estos y dedicarse al arte de la adivinación. Uribarri es el Darwin de Eurovisión. Nadie como él conoce el origen de las especies.
Durante tres minutos los intérpretes que se suben al colorista escenario del festival tienen el deber de seducir al jurado, a los votantes de media Europa. La voz de Uribarri forma ya parte de las retransmisiones en TVE, va indisolublemente asociada a esa doble jornada de reflexión y resaca festivalera en la que millones de españoles se sienten incomprendidos porque "nuestra" canción es injustamente tratada. "Todo es politiqueo", dicen compungidos y decepcionados muchos de ellos tras comprobar que una edición más, un año más España no sitúa su candidatura en cabeza.
Valorar las canciones de un Festival de Eurovisión es una tarea complicada: los adjetivos se agotan. Los exorcistas se frotaban las manos cuando el representante austriaco salió al escenario. Con los ojos saltones, una gorra colocada al revés y saltando como si un espíritu maligno rondara sus intestinos, el sujeto se hizo acompañar por dos exóticas señoras al coro. Surrealismo del bueno, y una canción que hubiera provocado incidentes en la plaza de cualquier pueblo español. En las fiestas de un pueblo lo sacan a palos del escenario y al concejal de cultura le cuesta el cargo.
Dos adolescentes rusas polemistas y polémicas habían amenazado con no sé qué escándalo, y habían asegurado que si ganaban, se casaban. Su actuación también fue un halo de esperanza para el gremio de los exorcistas. Las rusas corrían de aquí para allá dando gritos, arrodillándose, cogiéndose la mano... y vuelta a correr. Era como la banda sonora de Carros de Fuego, pero pasada por la turmix.
Y así se fueron sucediendo las actuaciones de diferentes países con canciones tan pegadizas como vacías. Cabellos rubios, letras en inglés, coreografías pretenciosas y sonrisas de candidato a la alcaldía fueron la tónica. Y en esas, apareció la española Beth junto a sus enemigas. Sí, el coro de Beth fue una opa hostil, una zancadilla, una esponja de vinagre sobre las llagas de la joven española. Contagiada por el desajuste coral, la pequeña barcelonesa incurrió también en descalabros vocales, que no percibió Uribarri, que será un genio, pero anda teniente.
Acabado el desfile, llegó el turno de la votación. Entonces comenzó el show de Uribarri. "Seguro que los doce puntos se los dan a... Claro, estaba claro...", "Nos votaron en el 67 y desde entonces no nos han votado, vamos, vamos, vamooooooss, pues no, no ha habido suerte". "Yo", "Es que yo...", "Son países vecinos y está claro, ya se sabe". Este tío es un genio. Es el protagonista de la noche. Mucho más que Beth, a la que conocemos por Operación Triunfo, que si no, pasaría desapercibida, porque el protagonismo lo ocupa Uribarri y luego se blinda dentro y no hay quien lo saque.
¿Pueden imaginarse la retransmisión de un partido de fútbol con un locutor como el que sigue?: "Claro, seguro que ahora, Figo abre a la banda y... ¿lo ven? Y ahora, seguro que Salgado se la pasa a Ronaldo... ja, ja, estaba claro. Y ahora Ronaldo seguro que marca y se abraza a sus compañeros, porque ya lo hizo en las jornadas 16,17,18 y 34. Gooooool de Ronaldo. ¿Qué les decía? Ahí le tienen abrazándose a Figo, a Zidane...".
Si lo que pretende Uribarri es demostrar que conoce lo que va a pasar, que sabe cómo funciona el voto , pues muy bien, pero resulta una agonía insufrible escucharle durante la votación de veintitantos países. ¿Por qué no se limita a narrar, a describir, y no a dárselas de visionario adivinalotodo? Es un martilleo, un castigo, una penitencia - mucho peor que el desasosiego de los jaquecosos vecinos del cantante austriaco-. Resulta insoportable desde que empieza hasta que acaba. Eso, sin contar con que es como Antoñete, o mejor dicho, como Jesulín. Que me voy, que no me voy, que lo dejo, que regreso, que me corto la coleta, que me dejo perilla rumbera. TVE podría innovar. ¡Qué se yo! Por ejemplo darle la alternativa a Ana Palacio. Menudo mosqueo se habría pillado con la victoria turca.
Bueno, al menos este año no mandamos al mundo a tomar por... ni escuchamos el ¡Arriba España! del año pasado desde una academia. Al menos no se vivió con tanto pesar la claudicación ante el gusto de los demás. No salió a relucir lo de "campeones morales" ni el "Somos los mejores", que ya es un avance.
Eso sí, parece que el año que viene volveremos a vivir la canciones horteras, los exorcistas volverán a hacer las maletas y Uribarri volverá a ser el protagonista absoluto de la noche de Eurovisión. Ni el representante español, ni la canción ganadora, ni la presentadora española inventándose las reglas, no. El protagonismo será siempre el de Uribarri.
Un genio. ¡Menudo genio!
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