La pasada semana, el programa Documentos TV (TVE) emitió el reportaje "Cuerpos a la carta", que se centraba en las experiencias de varias personas que por diferentes motivos se sometían a operaciones de cirugía estética. Si bien es cierto que existían casos en los que la causa, el empuje al quirófano venía motivado por un complejo físico (orejas de soplillo, por ejemplo), lo cierto es que casos como éste no representaban sino la excepción. En la mayor parte de los ejemplos retratados por el programa lo que los pacientes requerían era una mejora, un retoque, una restauración de su físico, pero sin que existiera un defecto notorio que pudiera provocar a priori un complejo.
En España se llevan a cabo cada año 350.000 operaciones de cirugía estética. De ellas, aproximadamente el 80% corresponde a mujeres. Nuestro país se sitúa al frente de Europa en esta nueva necesidad estética. Nueva en cuanto al modus operandi. La preocupación por la belleza no es algo nuevo, obviamente -en el antiguo Egipto, por poner un ejemplo, ya existían pelucas con las que se perseguía mejorar la imagen-, pero la novedad reside en que ahora para satisfacer esta necesidad de resultar más bellos hay que someterse a una operación quirúrgica. Y ello conlleva riesgos, incluido el de perder la vida.
El reportaje mostraba a diferentes personas dispuestas a someterse a este tipo de intervenciones, dispuestas a afrontar este riesgo. Algunas de ellas ya habían pasado por el quirófano con anterioridad, pero seguían insatisfechas, continuaban sin "gustarse". Una de las protagonistas de la emisión confesaba no tenerle ningún miedo al quirófano y estar preparada para someterse a cuantas
operaciones considerara necesarias hasta dar con el físico deseado.
Esa apreciación subjetiva que supone considerar que algo es mejorable no puede ocultar la auténtica obsesión que padecen algunas personas -muchas, a tenor de los datos-, dispuestas a sumergirse en una reconstrucción física ordenada a partir de unas exigencias psíquicas. ¿De dónde nacen estas órdenes? Probablemente de la necesidad de adaptarse a los imperativos estéticos con los que nos bombardean a diario, a cada instante, los medios de comunicación. Por las pasarelas de la moda "oficial" suelen desfilar jóvenes modelos con cuerpos extremadamente delgados, especialmente en el caso de las féminas. Esa delgadez esconde horas de sacrificio, rigurosas y discutibles dietas y ríos de sudor y esfuerzo en el gimnasio. Pero, ¿quién determina, quién decide qué modelos, qué cuerpos, qué perchas son las que deben desfilar? ¿Quién fija en cada momento cuál es el cuerpo "correcto", cuál es el cuerpo perfecto? Parece claro que un interés económico. El capitalismo más caníbal está detrás de esto. Es el verdadero centro de toma de decisiones. Hay que vender. Y vale todo. La "industria" de la cirugía estética es la segunda más próspera, tras la armamentística. El volumen de negocio crece día a día, y ya se sabe que donde el dinero aflora hay un sinfín de desalmados dispuestos a coleccionarlo, utilizando los métodos que sean necesarios.
No es una epidemia sin antídoto, pero el contagio siempre amenaza. El peligro siempre acecha. Ese es el canibalismo que impera en un capitalismo salvaje. Podrían analizarse las tallas de la ropa que se venden en buena parte de las tiendas de moda en España dedicadas a los jóvenes. Se comprobaría que para vestirse en esas tiendas es necesario no excederse, no tener más talla de la que ese comercio aconseja. Más bien de la que impone en su oferta interesada. Basta con echar un vistazo a las propias dependientas de la tienda para entender cuál es el cuerpo correcto, cuáles las dimensiones, las medidas apropiadas. ¿Que cómo lo aconseja? Sencillo: no disponiendo de tallas grandes, entendiendo por grande lo que hasta hace unos años era una talla media. Cabe imaginar la desesperación de una adolescente al no poder comprarse ninguna prenda en una cadena comercial que viste a media España, la media que entra dentro de los estándares impuestos por esa marca comercial.
A esto podemos añadirle el flujo continuo de imágenes esbeltas que anuncian comidas sin grasas, yogures con mil y una propiedades, patatas light, mayonesas ligeras, bañadores minimalistas, operaciones de senos, productos adelgazantes, etc.
Un nuevo problema se une a esta espiral de la obsesión por la belleza. Cada día son más los menores de edad que piden, sugieren e incluso ruegan a sus padres que les costeen una operación de cirugía estética. La más reclamada entre las menores de edad es la operación de mamas. El tradicional regalo de fin de bachillerato en algunas familias de un segmento determinado de la sociedad, caracterizado por su alta capacidad adquisitiva, ha pasado de ser una motocicleta a una operación de aumento de mamas. Y es que estamos hablando de operaciones de un alto coste económico.
El salto cualitativo es peligroso. Algunas niñas ya no quieren una Barbie; quieren ser la Barbie. Hace una década, el juego de videoconsola que más éxito tenía entre los jóvenes era el Pacman (comecocos), pero ahora permanece a la sombra tras la irrupción de Lara Croft, de cuyo físico no llaman la atención precisamente sus amígdalas.
No resulta tan difícil, después de esto, entender el inmenso y creciente valor que se le concede a la imagen es la sociedad actual.
En muchos casos el pretexto es gustarse a sí mismo, pero ¿qué pensarían quienes lo utilizan si tras alcanzar ese objetivo no lograran el visto bueno de los demás? ¿Qué pensaría una joven que se "inserta" una talla 105 de pecho si los varones no se fijaran en esa parte reforzada de su organismo? ¿Le daría igual, puesto que buscaba tan sólo gustarse a sí misma? ¿Acaso no ha sucumbido ya al imperativo machista que impone, que prefiere y premia con su descarada admiración los senos de grandes proporciones?
En EEUU un programa está causando furor estos días. Los concursantes reciben como premio operaciones de cirugía estética. Otro cambio perceptible. El Un, dos, tres de Chicho obsequiaba con un apartamento en Torrevieja a los más afortunados; ahora, por hacer el mendrugo te premian con una rinoplastia. ¿Tardará mucho en llegar a España este nuevo formato? Belleza e inteligencia no deben estar reñidas, pero la obsesión por la belleza al precio que sea parece muy poco inteligente.
Ya no se vende el alma al diablo. Eso ha pasado de moda. Dorian Gray es una antigualla. Hoy, se vende el alma al capitalismo. ¡Y a qué precio!
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