Hace muchos años que me niego a acudir a Marbella en verano. Ante cada propuesta -y no han sido pocas en los últimos años- mi respuesta ha sido siempre la misma: "No, que me voy a poner de mala h...".
Desde los tiempos infames de Gil hasta hoy (y probablemente desde mucho antes) algo olía a podrido en Marbella. Han abundado en esta localidad malagueña las actitudes chulescas de algunos polis con complejo de Rambo. Ha brotado con naturalidad allí el clasismo frenético de la chusma que chorrea dinero y glamour. Se han convertido en una tradición local las visitas de los jeques, o lo que demonios sean esos tiparracos que vomitan pasta en los platos y en las panderetas de algunos del lugar. Por el circo marbellí han desfilado chulos de la política y del folclore patrio, mercenarios de la política, trepas, mafiosos, sicarios del urbanismo, toda clase de depredadores capitalistas.
Ya cuesta creer que hubiera alguien allí que no se oliera esto. Puede que la explicación la tenga el "mal del Guerra", patología que padeciera en su día el que fuera vicepresidente del gobierno socialista de los ochenta, aquella serpiente venenosa -dialécticamente hablando; toma redundancia- que supo por la prensa del repentino enriquecimiento de su "enmano", un señor calvete, de nutrida y esponjosa barba y gafas oscuras.
Lo peor de todo es tener la sospecha de que Marbella no es una excepción. Lo pésimo, saber que tarde o temprano dejarán de tirar de la manta por temor a "llegar demasiado alto".
Algunas almas en pena sacamos a pasear nuestras críticas en la red, en las páginas de los periódicos o a través de las ondas. Nuestra salud casi nunca lo agradece. Luchamos contra la realidad y contra el conformismo inmortal, representado masiva y poderosamente en los últimos tramos de la pirámide. Abundan los que se alegran de haberse conocido a sí mismos o bien de figurar en la foto junto a la folclórica de turno o al concejal "gominas", de porte chulesco y maneras soberbias. Aplauden al paso de las comitivas, gimen, deliran por una mirada, por una palmadita, por un saludo.
Ahora todos ponen cara de sorpresa. "Joder, la que tenían preparada en Marbella", dicen aparentemente compungidos. Que vayan con el cuento a otra parte. A lo mejor a Saramago le da por escribir un ensayo sobre la sordera que lo explique todo. Pero mientras tanto, el que tenga oídos, que oiga.
Comentarios
Escrito por: María.2006/04/05 14:02:21.858000 GMT+2
Escrito por: Pablo.2006/04/06 13:27:16.857000 GMT+2
Escrito por: Carlos.2006/04/16 23:39:46.547000 GMT+2