Mal de muchos, consuelo de tontos. O sea, que no nos vale mirar de reojo a Italia. Allí, Mister Injertos supera, y con creces, al político friki español. Incluso sus ministros cometen aún más torpezas que los de aquí. Y ya es decir. Silvio Berlusconi , el don Limpio del espectro humorístico transalpino, es un potente generador de citas antológicas, una especie de aglutinador compulsivo de los pensamientos más jocosos e hilarantes de los comediantes Trillo, Ánsar, ZP, Zaplanator y demás lumbreras del pasado y del presente del hemiciclo, teatro irreal del costumbrismo patrio.
Del cacique italiano, matador, picador, banderillero y monosabio en el coso televisivo de su país, emanan frases sabrosas, epitafios, sentencias, humoradas, mamarrachadas, pintorescas monsergas y asilvestradas sandeces. Este hombre es un volcán y su discurso político es digno de figurar en la casquería política del horror. Prometió recientemente abstinencia sexual hasta pasado el mes de abril, se ha equiparado a Napoleón, acaba de concretar un acuerdo con el partido de la nieta de Benito Mussolini y aún huele a muerto la publicación de unos documentos que confirmarían que el abogado inglés David Mills habría protegido de las acusaciones de corrupción al primer ministro italiano, a cambio de 600 mil dólares. Pero él sigue a su rollo, a su cantinela. Dijo de sí mismo que era "el ungido del Señor", "el Jesucristo de la política". Además, las encuestas auguran su victoria en los próximos comicios. Pues amén, señor mío Berlusconi.
Y ni siquiera nos queda el recurso del perdedor, eso de "mal de muchos...".
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